24 noviembre 2008

Recordando a Xavier Miserachs


Conocí a Xavier Miserachs en 1998. Le entrevisté para los cuadernos del Grupo Indalo Foto, de Almería. Era un hombre afable, inteligente, y se mostró cercano, casi como un compañero, conmigo y con Jaime García Zaragoza, que manejaba su cámara retratándole y conversaba con nosotros en los momentos en que Miserachs nos invitaba a hacerlo, que fueron muchos durante el rato en que, teniendo como testigo una grabadora y algunas fotos en la Escuela de Artes, viajamos con él por su pasado y sus anécdotas y sus comentarios siempre profundos y a la vez sencillos. Son unos minutos que nunca olvidaré. Como tampoco olvidaré nunca la cara de Jaime cuando nos enteramos de que Xavier Miserachs, poco tiempo después, había muerto.
Xavier Miserachs ha sido y será siempre uno de nuestros fotógrafos más representativos, más queridos, mejor considerados. En su obra hay fotos absolutamente necesarias para recordar una época y un país, con emigrantes, coches pequeños y muy útiles, trabajadores y niños a los que Miserachs se acercó para saber algo más de ellos y dejarnos luego una nota, una mirada para compartir. Yo le entrevisté emocionado, satisfecho sólo con estar a su lado -nos concedió la entrevista gracias a mi maestro y amigo Carlos Pérez Siquier-, con oírle narrar fragmentos de los días de "Barcelona en Blanc y Negre", uno de los pocos libros míticos que ha dado el arte español. Me imaginaba a su lado, bajando y subiendo calles, observando gestos y miradas, apretando el obturador de la Leica y sonriendo, paciente y humano como él, olvidado de mí mismo. Cuando paseo con mi cámara por las calles de mi ciudad le recuerdo a veces, pienso ¨Esta foto es de Miserachs¨ cuando estoy ante una escena o una esquina que me traen a la memoria una de sus imagénes. Y me gustaría saber que aún está con nosotros y que tendré la oportunidad algún día de enseñarle alguna de mis fotos -en una de sus visitas a Almería y a la amistad inquebrantable con Pérez Siquier-, de oír su opinión. Quizá -perdóname, Carlos- es la que más me habría importado, de la que más habría aprendido a corregir y a no envanecerme jamás.

Foto: Xavier Miserachs

09 noviembre 2008

Francisco Gómez


La fotos de Francisco Gómez parece que dicen en voz baja: No corras tanto. No hay prisas en ellas, no hay apresuramiento de ningún tipo. Son fotos pensadas además de vistas: Gómez miraba, pensaba, encuadraba y hacía la foto. No son fotos compulsivas, para concursos, para sorprender a nadie. Son fotos hechas después de mirar con calma y hondo sentimiento de comprensión lo que se mira. No manda en ellas el artista, sino la realidad. Un realidad que puede verse y pensarse, comprenderse, asimilarse. Porque Francisco Gómez fotografiaba con todo el arte que cabía en su cabeza -que era mucho, muchísimo - y además con toda la humanidad que sólo el que va por la vida sin prisas, sin prejuzgar, sin imponerse, puede percibir y compartir más tarde. Hay en las fotos de Gómez sabiduría. Y muy pocos fotógrafos pueden ofrecernos nada semejante.
Se interesó por los muros y las paredes y nos dejó fotos que cautivan porque él vio lo que estaba ahí, al alcance de todos, pero por culpa de las prisas y la ceguera que ésta conlleva nadie veía. La forma de un pájaro, un desgarrón, un hueco, una tubería le bastaban para dar testimonio de la realidad y para hablarnos, mediante metáforas y asociaciones, de las relaciones que la vida tiende y procura: porque la vida nunca se cansa, nunca renuncia, siempre va hacia adelante, como la mirada tranquila y recolectora de Gómez. No tenía que inventar, sólo captar. Y su legado no ha de servir sólo a fotógrafos y contempladores del arte de galerías y de museos, sino que a todo el que tenga un minuto para ganarlo mirando más a fondo, para imaginar a partir de lo visto y lo sabido. Francisco Gómez supo que hay que concederle a todo una segunda oportunidad, una segunda mirada que servirá para entender mejor, para saber de verdad. En esta época sobrecargada de trabajos y de diversiones fáciles y olvidables es muy necesario recuperar a los que paseaban con calma, a los que miraron sabiamente hacia donde nosotros miramos y no vemos más que el rostro de la banalidad y lo desdeñable, que yo diría que reflejan el poso de nuestra alma banal y desdeñada para todo aquello que no sea superficial, animoso y con un cierto barniz de misterio sin otro premio detrás que el divertimento autodestructible.
Francisco Gomez es uno de los mejores fotógrafos no sólo españoles sino de cualquier tiempo y lugar porque poseía un lenguaje propio -imágenes muy contrastadas, encuadres clásicos y sosegados, un sentido de la espaciliadad magistral para dejar delante y detrás del sujeto la información necesaria para ubicarlo convenientemente y dotarlo de mayor profundidad psicológica-, porque aunque quizá no pueda señalarse una obra maestra en su carrera sí ofrece un conjunto armónico y de calidad mantenida, fiel a unos principios que no eran una limitación técnica sino a una limitación elegida conscientemente para hablar sólo de lo que sabía y dominaba: el tiempo retenido, la unión de la puro y lo viejo, la combinación sin tacha de lo real y lo imaginado. Nunca se irá Francisco Gómez, siempre tendremos su voz y su presencia en el equilibrado y veraz mundo de su arte fotógrafico.