28 marzo 2007

Teatro eres tú, José Bódalo


Vuelvo a ver "Un enemigo del pueblo", obra de Henrik Ibsen, en la versión teatral de Estudio 1, de Televisión Española, protagonizada por José Bódalo, Irene Gutiérrez Caba, Alberto Fernández, José Vivó, Francisco Merino y Cristina Iglesias, todos ellos sobresalientes en sus actuaciones. Siempre ha sido José Bódalo mi actor de teatro preferido, y de nuevo se me pasa el tiempo veloz y gozoso, la obra me hipnotiza, los diálogos me fascinan, la meditación sobre el poder, sus efectos, la mentira y la verdad en la vida y en la política me resultan esenciales y absolutamente vigentes: la propiedad privada, el uso y abuso de lo público, el dar y quitar la palabra al pueblo, la manipulación en los periódicos. Ibsen parece que escribió esta obra maestra ayer mismo. Como si no lo conociera, miro con atención cada paso de Bódalo, sus entonaciones, sus gestos, y otra vez me gana con su sencillez, su falta de afectación, su dicción clara y su humanidad, que era evidente hasta cuando estaba callado y a la espera de decir su parte. Cuando murió José Bódalo, en el año 1985, yo tenía 17 años. TVE le dedicó un ciclo -los sábados por la noche, si la memoria no me falla - a cuya cita no falté un solo día. La música con que arrancaba el espacio ya ponía un nudo en mi garganta. Era una de esas sintonías que jamás olvidas y que quedan asociadas a un momento concreto de tu vida o a una persona o a un personaje. También me acuerdo de la película "Volver a empezar", en la que participó Bódalo brevemente pero con tal intensidad que se dijo que podría haber ganado un Oscar de haber sido la película hablada en inglés. En "El Crack" y "El Crack dos", de José Luis Garci también, Bódalo era el comisario retirado, dedicado a su huertecito, pero fiel a su amigo "El Piojo", por el que estaba dispuesto a jugarse la vida: cuando Areta -interpretado por Alfredo Landa-, ya casi al final, paraba el coche para ver quién le seguía, Bódalo detenía el suyo y bajaba y en su cara, en su voz había lo que yo siempre he considerado una especie de epifanía: un momento inolvidable, conmovedor, que no es ni realidad ni arte, sino algo inefable que rebasa toda categorización y cualquier intento de explicación. Supongo que aún somos muchos los que no le hemos olvidado y agradecemos que haya existido. José Bódalo era El Actor.

19 marzo 2007

Arturo Barea: Cuentos completos.


No hay que olvidar, no hay que olvidar. Estamos hechos de memoria, somos palabras que recordamos, paisajes que nos habitan, miradas ajenas que se incrustaron en nuestra alma. Admiro en Arturo Barea su voluntad de contar historias que son literatura y vida a la vez, ligadas fuertemente a su biografía y a sus deseos, miedos, esperanzas, ilusiones y grandes desilusiones. Barea escribe con la vida palpitando en sus manos, con los dedos sueltos y libres, con la ojos llenos de emoción y verdad. Leerle es una experiencia ciertamente inolvidable: cuando estamos llenos de páginas, de letra escrita, de mundos inventados o reinventados, volver a leer a Barea es como tener la oportunidad de oír de nuevo a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestros hermanos que nos dicen con tono íntimo cosas que nos competen y nos implican. Pongamos de ejemplo ese relato temprano y autobiográfico que tituló "La medalla": una madre le manda a un hijo, inmerso en una guerra, una medalla que ella ha besado con mucho amor para que lo proteja de las balas. Pero el soldado desprecia el objeto. Se lo compra su sargento, que sí se cuelga al cuello la medalla. Viven momentos muy difíciles: "Estamos en plena operación, estamos fortificando a toda prisa, deseosos de alejar de nuestros oídos los silbidos de las balas que pasan al lado nuestro llevando la muerte, jinete fantástico de los diminutos corceles de plomo, y de alejar de nuestra mente la idea del dolor que esperamos ver surgir en nosotros a cada instante. Es el momento todo emoción en que nos rodea el peligro, el segundo en que esperamos diga la vida basta y se trunque en nosotros." Barea habla muy bien de lo que conoció y de lo que le importaba, de lo que es realmente importante, y su canto es el del que sufrió por sí mismo y por los que compartieron penalidades con él. Esa medalla se la quedó el sargento Barea cuando mataron al soldado que no la quiso. Y la besó aunque en ella estaban los besos de otra madre. Pero era una madre, nada menos que una madre, y era un ser humano que padeció, como Barea, y como tantos otros a los que la guerra civil española dejó heridos o muertos, dentro y fuera del país, dentro y fuera de la voluntad rota de vivir.



14 marzo 2007

Heinrich Böll: La aventura y otros relatos


Böll es uno de los escritores esenciales en mi vida lectora, una de las mayores influencias en mis escritos de ficción, un referente moral. Cuando vemos que estamos viviendo un tiempo en el que parece no haber pasado nada importante y todo fluye rápido, a escape, sin dejar huella, creo que es muy necesario volver a autores como éste, Faulkner, Moravia, Sartre. Hay un relato en el libro del que os hablo, llamado "Aventuras de un macuto", que el gran escritor alemán fechó en 1950 y es una perfecta sátira sobre la guerra y su caudal de cadáveres y olvido. Un soldado lleva un macuto a la guerra, que pierde tras su muerte y va pasando por diferentes manos hasta volver a las de su madre, que lo utiliza para guardar cebollas sin percatarse de que hay un número dentro con el que habría podido identificarlo y asociarlo a su hijo. Para esto sirve una guerra. Y es que ya se nos advierte que no es lo mismo soñar que estar en el lugar del sueño: "...creía en los héroes hasta que él mismo se vio obligado a ser uno de ellos." Cómo narra Böll el progresivo acercamiento a la zona de combate es sencillamente algo antológico: "desde ese cielo occidental llegaba el famoso sonido atronador parecido a una tempestad... cada vez se acercaba más esa tempestad artificial, las voces de los oficiales y suboficiales se hicieron roncas, todo se volvió desagradable... la tempestad se oía cada vez más desagradable, cada vez más artificial. Entonces, las voces de los oficiales y suboficiales adquirieron una curiosa suavidad, casi ternura... Stobski se dio cuenta de que estaba ya en medio de la tempestad artificial... oyó gritos, explosiones, tiros y las voces de los oficiales se volvieron de nuevo roncas." Y es que el añorado escritor sabía como pocos hablar de lo que de verdad importa.

05 marzo 2007

Alberto Moravia: El autómata (1). ¿Y por qué no el cinismo?


Es éste un libro de relatos que tiene casi cuarenta años. De entrada, puede parecer que es sinónimo de viejo y pasado, pero no lo creáis. La ironía, la incisiva mirada crítica de Moravia siguen absolutamente vigentes, como demuestra el relato "Las aturdidas", que me ha hecho pensar: ¿y por qué no el cinismo? Dos damas despreocupadas, ricas y vividoras, de clase alta, con criados y preocupaciones existenciales mínimas, se ven en la casa de una de ellas a petición de la otra, que ha de contarle algo muy importante. Es paródico, pero también cínico el tono, nunca despectivo - el buen escritor no recurre a lo zafio, sino que añade humor y se aleja de la tosquedad -, y tan transparente y cercano que no alejaría a lector alguno. Sólo después de hablar de vestidos, de quién es la mujer más elegante de Roma, sale a relucir un secreto que incumbe a la convocada a la cita: su marido tiene una amante. Quizá en manos de otro escritor los derroteros que podría tomar la historia llevarían al drama o a la caricatura, pero Moravia escapa del camino fácil y no muestra apesadumbrada a la señora con cuernos, sino que narra cómo se le olvida pronto tal descubrimiento, cómo es incapaz de recordarlo poco más tarde, pues en verdad no es cosa que pueda alterar de manera significativa su existencia, bien ordenada, fijada y con esplendor seguro. ¿Qué es una amante entre esta gente? Moravia no lo dice, sino que lo narra. Y el lector puede sonreír, seguro que sí, y a la vez que se divierte constata que hay cosas que sabe y otras que no sabe que, ocurra lo que ocurra, jamás cambiarán. Alberto Moravia, amigos, todavía hoy uno de los mejores escritores del siglo XX.