31 diciembre 2009

Tres días con la familia, de Mar Coll

Una familia en la que parece que está todo dicho, todos los roles asumidos, se reúne en el entierro de uno de sus integrantes, el abuelo. Los hermanos, las mujeres de estos, los nietos. La película nos lleva de la mano de una de las nietas, que vive en Toulouse y ha viajado a Barcelona para darle el adiós final al ser querido. No hay llantos, no hay apenas emociones. Todo aparece como perfectamente sabido, asimilado, como si la vida y su ceremonias no fueran más que otro ladrillo en el muro de la indiferencia y la indolencia comunitarias. Poco se hablan entre sí los personajes, poco se comunican: más bien se evitan y permanecen unos junto a otros respetando el azar de haber crecido juntos. No nos extraña así ver a varios personajes jóvenes en una fiesta privada tras visitar al abuelo en el tanatorio, que la hija del finado no aparezca hasta la misa, que el secreto de la separación de una pareja sea revelado en el almuerzo final, donde todos están replegados y como ausentes, centrados todos en sus vivencias íntimas: y no crea demasiada sorpresa, más bien es otra piedra para la indiferencia.
La película tiene un ritmo realista, está llena de sobrentendidos, apuesta por el menos es más y vence en todas las líneas, dejando de paso la sensación de que el cine español puede ser y es riguroso, necesario y grande cuando se manejan con acierto los materiales y se cuenta con actores de la talla de Eduard Fernández, quizá el mejor intérprete de su generación. Esta meditación sobre la familia deja un poso amargo y mil ideas en la cabeza para meditar sobre la institución y sobre los seres más cercanos a nosotros mismos. Es una película imprescindible, honesta e inolvidable.

21 diciembre 2009

Perforaciones, de Francisco Afilado





Autor de un libro que leí con mucho interés y gran deleite, del que guardo recuerdo grato pues lo considero uno de los mejores de relatos de los últimos años, regresa Francisco Afilado con un blog de visita obligada. Aquí lo tenéis.

12 diciembre 2009

Ángel Olgoso: La máquina de languidecer


Se presentó ayer en Granada el libro de Ángel Olgoso, narrador granadino nacido en 1961 y que tiene en su haber varios libros dedicados al relato que se cuentan entre los mejores que ha dado el género en los últimos años. "Los demonios del lugar", que Olgoso publicó en 2007, fue elegido libro del año por La Clave y por Literaturas.com. Además, resultó finalista del Premio Andalucía de la Crítica.
"La máquina de languidecer" aparece ahora en Páginas de Espuma, la editorial madrileña/granadina que mejores libros de relatos está publicando actualmente en nuestro país. Consta de cien microrrelatos. Autores como Justo Navarro, Manuel Moyano, Miguel Ángel Muñoz y Salvador Gutiérrez Solís han alabado las virtudes narrativas de Olgoso. También ayer José Abad, en la presentación del libro, destacó la calidad de la prosa de Olgoso y la atenta y paciente dedicación que emplea en cada una de sus creaciones, sin importar el tamaño, hasta estar conforme y seguro de cada texto al que pone el punto final. Abad, escritor y crítico en Granada Hoy, hizo un breve e inteligente recorrido por la historia del microrrelato para situar al final en su contexto la notable labor de Olgoso. Así que la recomendación de este libro, como puede verse, viene sustentada en las palabras de cultivadores sabios y entendidos sagaces que saben bien de qué están hablando.

09 diciembre 2009

Sueños y hombres





Somos persona(je)s y somos sueños. Y hay que aunar ambas cosas para seguir existiendo.








Foto: Carlos Pérez Siquier

24 noviembre 2009

El carnicero, de Claude Chabrol

Hay películas que no caducan, que vistas hoy parecen lentas, con argumentos más que conocidos, superadas en casi todos los aspectos. El que se acerque a "El carnicero" con la perspectiva actual de movimientos bruscos de cámara, cortes inesperados, subrayados engrandecidos por la música alta y chirriante, acción con sangre que corre como agua se llevará un chasco. Pero no porque esta película tenga ya a sus espaldas casi cuarenta años, sino porque está hecha para el que ama observar y pensar y no dejarse abrumar por lo alocado de un ritmo y de una trama que encandila pero luego se disipa como el arco iris ( es lo que me ocurre con la mayor parte de las películas recientes).
"El carnicero" basa su fuerza narrativa en lo que no se muestra, en lo que se intuye. Es una película con dos personajes tan sólo y está contada de una manera sutil y adulta, consecuente con toda la historia cinematográfica que tenía detrás. Chabrol nos acerca a la relación entre un asesino, de profesión carnicero, y una maestra que le comprende, que lo ampara, que lo besa. Y nos deja dos escenas memorables: la primera, cuando la maestra encuentra en el lugar de un crimen el encendedor que le regaló al carnicero y lo oculta. Todos pensamos que el asesino es el carnicero. Aunque nada apunta a que pueda serlo, aunque se ha mostrado cordial y afectuoso en todo momento a esa altura del metraje, de inmediato nuestra alma acusadora grita: Es él. No nos paramos a pensar que acaso haya otro encendedor como ese y otra persona que lo poseía y lo ha perdido. La segunda escena es aquella en que la maestra lleva al agonizante asesino al hospital y la cámara muestra los árboles del camino, la carretera, de manera desmayada, agonizante también, de manera misteriosa y onírica, anticipando la muerte del carnicero.
Me parece que ésta es otra obra maestra del gran director francés.

03 noviembre 2009

Fraternidad


Hace mucho tiempo que vengo dándole vueltas a la idea de que nos hemos anclado en la conquista de la libertad y ya no avanzamos hacia la igualdad y hacia la fraternidad, éste último el valor más importante que el hombre tiene a su alcance, al de su mano y al de su mente. Creo que todo se sostiene mejor con la fraternidad viva de por medio, con los compromisos fraternos, con el deseo de que el hermano sea tan importante o más que nosotros mismos en nuestra vida diaria. Leyendo a Leonardo Padura Fuentes, buscando después más información sobre él en internet, hallo un artículo -que publicó en El País- absolutamente suscribible y lleno de las mejores enseñanzas posibles, llamado además "Fraternidad", y del que aquí extraigo algunas líneas:

"...las más benditas horas empleadas en disfrutar de la libertad callejera, siempre rodeado por un grupo interminable de amigos de todos los colores imaginables, de todas las extracciones posibles."

"Haber nacido y crecido en fraternidad me hizo el hombre que soy... el sentido de la hermandad me ha acompañado siempre, me ha orientado siempre... siento de un modo visceral y alarmante la existencia cada vez más arrinconada de la fraternidad en el mundo de hoy y el crecimiento indetenible del egoísmo, la mezquindad, el odio y la discriminación".

Es un artículo que me emociona porque sé que está escrito por alguien que es activamente fraterno.


Enlace para leer entero el artículo aquí.


Foto: Willy Ronis

27 octubre 2009

Ernesto Aura, actor de doblaje

Qué grandes voces las de los actores de doblaje españoles de los años cincuenta. En películas como "Ben -Hur" y "Los siete magníficos" nos encandilaban con su pronunciación clara, perfecta y muy sonora, que dotaban a las películas de mayor enjundia, de mayor veracidad. "Los diez Mandamientos" era un prodigio, y a veces volvíamos a plantarnos delante de la pantalla de televisión y seguíamos la película con los ojos cerrados. Mi amigo Juan Herrezuelo y yo hasta repetíamos algunos diálogos y casi llegamos a plantearnos en serio entrar en una escuela para aprender el oficio. Admirábamos a Steve McQueen, a Yul Brynner, por supuesto, pero también a Felipe Peña y Manuel Cano, que les ponían las voces españolas. Discutíamos incluso quién era el dueño de la mejor voz. Mi amigo Juan puso en lo más alto a Manuel Cano, lo definió como "la voz perfecta". Más adelante llegaron las películas en DVD y empezamos a oír las voces de los actores estaounidenses, a reconocerlas y a valorarlas, a identificarlas. La de Al Pacino, por ejemplo, podría señalarla yo aunque estuviera rodeada de otras mil.
Pero la voz que siempre preferí de los actores de doblaje fue la de Ernesto Aura. Quizá me ha pasado siempre con los autores de novelas y los compositores: me echan para atrás los divinos, los números uno. Siempre busco situarme al lado de los que no están en la palestra, del segundo, del tercero, del que no está tocado por los dioses. Acaso esta voluntad de seguir al que no es tan perfecto me refleje. No lo sé. Pero le decía hace años a mi amigo Herrezuelo que Manuel Cano era el mejor y aun así yo prefería a Ernesto Aura, no tan excelso pero sí más real para mí. Supongo que es como todo en la vida: uno admira sin más y luego tiene que buscar explicaciones. O será que le tengo miedo a la perfección. En cualquier caso, un enorme agradecimiento es lo que siento por todos esos magníficos actores de doblaje que llenaron mi cabeza de frases inolvidables y tonos que a veces, en noches de desvelo, se unen a las imágenes de grandes películas que admiro y admiraré siempre.

05 octubre 2009

La mirada del adiós, de José Romero

Metafórico, emotivo cortometraje de José Romero en que se cuenta la historia de unos ojos que han visto desde dos personas diferentes el mar, acaso el mismo mar, seguramente disfrutándolo con igual sensibilidad y deseo de belleza. Son casi diez minutos muy bien narrados e interpretados, muy bien llevados por José Romero, que dirige cine, escribe, sabe ver con ojos muy abiertos.

Que lo disfrutéis.


17 septiembre 2009

Willy Ronis


Era grande, muy grande. Un fotógrafo humanista, comprometido con el hombre y la sociedad, con un punto de vista cercano al espectador común, un fotógrafo muy necesario, realista, poético, hambriento de calles y de gente en las calles, a las que miraba con un enorme respeto, con un entendimiento poco común, con una sabiduría sencilla que sólo poseen los que a la vez son los más grandes y los más sinceros y los más cercanos. Era un artista único, uno de los grandes del siglo XX, de los más grandes, y ahora, cuando acaba de dejarnos, con 99 años, sólo cabe darle las gracias por su obra, que nunca morirá mientras haya alguien a quien le siga importando el otro, el diferente, el cercano, el hermano, el desconocido. Hace mucho, mucho tiempo, viendo el libro que le dedicó la colección Photo Poche, cuando me paseaba con mi cámara al hombro -analógica, con carrete y un objetivo de 50 mm.-, pensaba que ojalá algún día yo pudiera ver como Ronis, ser un poquito como Ronis. Cada vez que vuelva a ver aquellas cámaras de entonces, pensaré en ti, maestro.

10 septiembre 2009

Fredric Jameson: contra la cultura de la razón cínica

En una entrevista con cuatro colaboradores de la revista Archipiélago, en marzo de 2004, afirmaba lo siguiente este crítico y teórico literario:

Sí, creo que nos encontramos inmersos en una cultura de la razón cínica, en la que todo el mundo ya sabe todo de antemano, en la que ya no hay sorpresas, un momento en el que todo el mundo sabe lo que es el sistema y lo que hace, que el sistema no le ofrece ilusiones a nadie y que simplemente está basado en el beneficio, en el dinero, etc. Si es así, si todos somos tan conscientes de este hecho, entonces es evidente que la función de la cultura de desenmascarar y revelar ese mismo hecho deja de ser necesaria. Aunque, al mismo tiempo, si todos lo sabemos, ¿por qué no resistimos? Estos son los nuevos tipos de interrogantes a los que hoy se enfrenta la cultura, y los que tendría que acometer una cultura posmoderna de izquierdas.

28 agosto 2009

El filo de la navaja, de Edmond Goulding


Espléndida película que gana con los años y que, como toda obra maestra, siempre nos reserva nuevos momentos de arrobamiento y de nueva proximidad a cuestiones humanas que nunca están de más, que nunca es malo visitar, reforzar y reconocer. La historia de ese hombre que se busca a sí mismo y se halla en la bondad no es sino una llamada a la cordura, al encuentro, a atemperar y a entender desde el sosiego y la cordialidad, desde la empatía y la certeza de que nadie es más que nadie. Envuelta en ropajes de tragedia, lánguida y sabiamentemente llevada en su extenso y exacto metraje, es para mí una de las grandes películas que ha dado el medio. Cuenta con actores excepcionalmente preparados para adentrarse en los recovecos de la caracterización de cada personaje, con una cuidadísima puesta en escena que brilla con luz propia gracias a cada detalle ornamental y a cada luz y cada sombra de ese blanco y negro clarificador, rotundamente esencial. Un hombre se busca activamente y los que le rodean se pierden pasivamente, parece ser la conclusión de esta historia de amor inmortal, de amor asesino, de amor nunca correspondido, de amor solidario y de verdadero e inútil amor. Tras la primera guerra mundial, tras el crack del 29, tras la historia y por delante de ella, gracias a un gran escritor -Somerset Maugham-, atisbamos el sentido de unas vidas y el sinsentido de todo lo demás, incluida la propia historia, con sus devenires de comedia bufa y sus tragedias de dura piedra. Asistimos seducidos y con los puños cerrados a lo que sólo el arte puede hacernos sentir que quizá fue verdad.

21 agosto 2009

El triunfo

Hablaba hace poco Daniel Marmolejo en su blog sobre el triunfo. Leí su texto y se me ocurrieron estas cuatro líneas, que son sinceras:

Que le den al triunfo, que nos espere al final del camino, que no interfiera, que siga su vida y no se entrometa. Que se vaya donde otros lo esperan con tanta ansia. Nosotros seguiremos siendo fieles a nosotros mismos.

¿O no?



Foto: AP

06 agosto 2009

Raymond Carver y Juan Carlos Onetti

Hay un relato de Carver que me recuerda intensamente a otros de Onetti, el gran maestro uruguayo. "Vecinos" es su título y está incluido en el libro "Quieres hacer el favor de callarte, ¿por favor". Lo considero inferior a los relatos de Onetti por dos razones. La primera, por supuesto, es el lenguaje. Carver narra en exceso, conduce en exceso a los personajes, todo se basa en movimientos objetivos contados y en frases objetivamente transcritas por el narrador. Hay dos o tres frases que van más allá, que escapan a lo estrictamente narrativo tan sólo. En Onetti la palabra es fundamental, es la creadora de atmósferas, envuelve y adensa, aleja de lo frívolo, lo rápido, hasta de lo común. La segunda razón es la concesión, lo explicativo del texto de Carver que concluye con la pérdida de la llave de la casa de los vecinos y la frustración de los personajes que no pueden entrar de nuevo, en ausencia de aquéllos, a dar rienda suelta a sus fantasías. Carver nos obliga a ver un final en el que se remarca el sentido del relato, como si el lector necesitara una ayuda para acabar de entenderlo, y desgraciadamente el recurso deviene frivolidad, ligereza, acerca el relato a la anécdota, a la sonrisa fácil. En Onetti, por el contrario, nada se cuenta definitivamente, nada se da por hecho de manera absoluta, y es en las zonas de penumbra explicativa en las que ha de moverse el lector, que está forzado a poner algo de su parte, de sus pensamientos, de sus ideas para que el relato concluya y tenga un sentido que supere a lo simplemente narrado. Empatan Carver y Onetti en la creación de atmósferas, en cómo con pocas palabras, con pocas escenas crean un mundo y unos personajes reconocibles, que están muy cerca de la mano del lector, ahí mismo, plenamente creíbles con cuatro trazos y cuatro párrafos.
La literatura tiene en Carver a uno de los grandes escritores de los últimos tiempos, pero tiene en Onetti a un maestro inmortal. Carver rebaja, se conforma, destila. Onetti no corta, no aclara, no se conforma con lo evidente y lo dicho frontalmente. Entrar en sus escritos puede cambiar al lector, que no es sólo espectador ni cómplice sino un actor activo más de las letras y las frases y las escenas y los gritos y los silencios. Leer a Onetti es una experiencia total.

27 julio 2009

El invitado de invierno, de Alan Rickman

Pocas películas me han gustado tanto como ésta, en pocas he podido ver con tanta claridad e intensidad los efectos destructivos de la pérdida, la inconsciencia inesperada de la adolescencia, la belleza del primer encuentro del amor, la fugacidad y la eternidad del secreto que se ve pero no logra desentrañarse, la calidez en la frialdad del cariño hacia la madre y de la madre hacia la hija, que acaban por entenderse cuando ya se han aguijoneado lo suficiente. Ocurren muy pocas cosas, todas en una mañana, y no hay ninguna prisa, ningún forzamiento en la trama, pues la historia casi discurre en tiempo real. Todos los actores están magníficos interpretando y mostrando una vulnerabilidad humana llena de luz y de contrastes, de verdad y de consecuencia como pocas veces he tenido la oportunidad de contemplar ante una pantalla.
Me pregunto por qué no habrá más películas de este tipo, por qué el cine no ha dado más pasos en esta dirección. Sé que pocos valoramos tanto los silencios y las elipsis, y me gustaría que fuéramos más los que queremos que se trate al espectador como a un adulto y no se le dé engañifa melosa o máscaras de violencia, postres recubiertos de trocitos en los que se explica todo. Las emociones más perdurables son las más profundas. Viendo por segunda vez esta gran película he vuelto a recordarlo.

12 julio 2009

Leopoldo Pomés

Con Leopoldo Pomés uno tiene la sensación de estar ante un fotógrafo completo, algo que no es fácil encontrar. Domina el retrato, el reportaje, la abstracción, el desnudo, la moda. Es uno de esos fotógrafos que en su obra muestran que tocan con sus manos la esencia de la fotografía, que la ven y la comprenden y la comparten con sus imágenes, plenas y perfectas para iniciar a otros en la pasión por el click y también en la pasión por contemplar, ver detenidamente, aprender mirando. El libro que acaba de editar PHotoBolsillo recoge un conjunto de fotos que atestiguan lo que digo y que lo convierten en uno de los mejores de la colección, pues no se aprecia altibajo alguno, no hay ningún elemento sobrante, e incluso se puede elevar a cinco o seis, al menos, el número de fotos maestras que atesora en un volumen pequeño y cuidado, amoroso con las tintas para que el blanco y negro de Pomés vibre y comunique con el espectador.
Echo a faltar en los retratistas actuales la valentía y la imaginación de Pomés. Sus retratos de Cortázar (esas manos en primer plano que denotan la grandeza física y artística del gran escritor argentino), de García Márquez (medio rostro en la oscuridad, contra el fondo de una pared cruda, como si se le juzgara), de Marisa Paredes (de perfil, mirando al suelo, las manos en el pecho mientras parece apartar la ropa), de Tàpies (con una pared a su espalda que sí habla del retratado, que no está elegida al azar sino que parece el marco más adecuado para el pintor que acaso habría podido crear en un óleo algo parecido a esa pared), de Alejandro Sanz (con ojos de pillo, con media sonrisa de conquistador pero puesto a la vez en su sitio, desnudado detrás de la pose ya que Pomés le obliga a girarse y a forzar la conquista del espectador) son magníficos, originales, de maestro. De una altura que nada tiene que envidiarle a la conseguida por los grandes del medio, o sea, Avedon, Cartier-Brersson, Arnold Newman.
Las fotos de calle son admirables también: a medio camino entre el reportaje más clásico y la visión antropológica, descriptiva de la vida en un tiempo y una ciudad (Barcelona), nos acercan a la gente de los años 50 y 60 con una naturalidad y una sabia medida en la distancia (nunca se hurta el fondo, la situación en que son retratados los habitantes de la calle, los niños que leen tebeos) que no es fácil conseguir.
También las fotos de objetos de la calle, de muros, de posters, estas cosas encontradas al azar y con presencia surrealista o abstracta me resultan más auténticas que las de muchos de sus contemporáneos, hechizados y tontamente encandilados algunos por el pop-art y por la borrachera de color que señalaba Miserachs y que sólo lograba convertir sus fotos en colorines y rayajos exportables únicamente a las salas de arte en las que el precio ciega el contenido de las obras. Pomés nunca abandona el blanco y negro y nunca se adentra en zonas etéreas. Todo es firme, real en sus fotografías, hasta lo abstracto. Un lección perfecta.


Foto: Leopoldo Pomés

21 junio 2009

Garry Winogrand


Sin duda, el fotógrafo al que más admiro y al que más le debo es Garry Winogrand. En sus imágenes la realidad aparece plenamente, ha sido convocada con humildad y un respeto a la verdad que arrastra y convence desde el primer vistazo. El mayor acierto de sus fotografías es la falta de afectación, de estilización, de sometimiento al medio. Winogrand es el fotógrafo que ha producido más imágenes transparentes de cuantos conozco. Y eso es debido a su manera de acercarse a la gente en las calles, en la que se puede ver su indudable cercanía física y a la vez su distanciamiento objetivo, gracias al cual no hay prejuicio, no hay lección: en ningún otro autor he encontrado tanta realidad, tanta verdad: Winogrand no hace fotos para haber hecho fotos cuando va con su cámara por la calle, pues ve personas, personas, miradas, situaciones, espacios, nunca fotos. Winogrand no buscaba encuadres, rechazaba lo ya visto y lo ya conseguido, pretendía siempre que el espejo stendhaliano lo acompañara y estuviera dentro de la máquina captadora de luz con que viajaba por el mundo.
A las fotos de Winogrand no hay que añadirles sentido oculto, metáforas, literatura: son plasmaciones exactas de gente que ha existido, retratos fieles de lo que ocurría en las calles por las que él andaba, son miradas de alguien que no cosificaba, no estratificaba, no se regodeaba en el acierto ni en el logro artístico. Si utilizaba un angular era porque quería que en sus imágenes entraran más detalles, más personas, más gestos: los que hay en una calle concurrida, en una manifestación, en un acto público. Winogrand quería sumar, enlazar; no quería restar, no quería focalizar, no quería descubrir, sino simplemente ver lo que cualquier otro, con mirada reposada, podría haber visto de acompañarle, de estar junto a él. Si hay encuadres inclinados en su obra no es porque quisiera llamarnos la atención de manera ventajista, sino porque su mirada no estaba quieta, porque no todo puede explicarse verticalmente: también cuando andamos por la calle inclinamos a veces la cabeza, nos damos la vuelta y miramos de soslayo. Para Winogrand estaba antes la mirada, su mirada humana, que la mirada de la cámara.
Su libros nos sirven para entender mejor su tiempo y el nuestro, para saber más de los sesenta y de nuestra década, ya en un nuevo siglo. No han cambiado tanto los políticos, los deseos de la gente común, no han cambiado tanto los movimientos y los miedos sociales. Winogrand nos dejó imágenes directas, llenas de información útil, de personas que nos antecedieron y nos hablan sinceramente de su época, con sus especificidades, pero también de actos y manifestaciones que definen a cualquier ser humano que habita en la ciudad y está obligado a relacionarse con sus semejantes. No lloraréis contemplando ninguna imagen de Winogrand, mas sí os reconoceréis en alguno de los fotografiados, sí reconoceréis a otros, y eso aun no habiéndoles conocido personalmente: es tal la fuerza con que llegan hasta nosotros los rostros, las expresiones de los retratados en las fotos de este gran maestro. Y su mayor fuerza, frente a las películas, frente a toda ficción, es que nadie posó, nadie actuó para Winogrand, ya que todos existieron de verdad y estaban en lo suyo, en sus asuntos, en sus reclamaciones, en sus vidas cotidianas. Así, cuando me quedo parado ante una foto de un libro de Garry Winogrand, ante una cara, nunca la interrogo, nunca tengo necesidad de interrogarla, y acepto de inmediato su verdad humana, su innegable presencia y existencia. No es de extrañar que admire tanto a este neoyorkino al que llamaban "El príncipe de las calles".

15 junio 2009

Antonio Pomet: Devoradores


Este libro se abre con el relato titulado "El apartamento", en el que hay un hombre y una mujer que tienen un secreto y un acto pendiente de resolverse. Pomet es un autor nacido en 1973. En Granada. Este es su segundo libro de relatos, que ganó un premio -es lo de menos- y viene avalado por Luis Mateo Díez, que le ha dedicado palabras elogiosas. No son vanas: Pomet tiene un estilo, historias que contar y una mirada propia, sagaz e inconformista. Este relato está mantenido por un pulso firme y una narración limpia, muy bien llevada, con apuntes muy notables -la historia ocurre dentro y fuera del apartamento, pero éste es la clave, y Pomet lo ve como a un ser vivo, nos acerca a ese espacio con inteligencia y con una dosis bien administrada de extrañamiento y mitificación-, y es una magnífica entrada a un libro que promete y que parece ser el de un autor cuajado y con mucho que decir.
El segundo relato, "La duración", confirma lo apuntado más arriba. También hay un hecho criminal: alguien comete un asesinato. Pomet narra develando, como si apartara capas de cebolla, entregando pedazo a pedazo la historia y su significado. Hay una evidente intención de sorprender al lector, pero no lo hace recurriendo a trucos ni a elementos sorpresa que a la postre resultarán ingenuos, sino acompañando al personaje principal de una manera tan cercana que es como si el narrador fuera una cámara pegada a su costado. No es ajeno Pomet a la influencia cinematográfica, pero el ritmo de la narración, los símbolos y los pensamientos insertos en ella alejan radicalmente al relato de la superficialidad y la contemplación a flor de piel: Pomet es un escritor que opera mediante asociaciones, que crea a sus personajes con una acertada profundidad que se ve reflejada en el mundo exterior y lo que eligen los personajes para contemplar, para que sus obsesiones y sus miedos y sus ideas tomen cuerpo. En suma, este relato es superior al primero y confirma la capacidad para las atmósferas del autor granadino y su destreza para contar con palabras precisa y envolventes.
Fallido me parece el tercer relato, "Alguien mucho más libre", en el que un hombre tiene un accidente y casi a la vez es abandonado por su esposa, que ha encontrado una prueba de su infidelidad. Pomet intenta equilibrar la narración exterior con la interior y no equilibra un relato que no cumple las promesas mostradas en la primera escena y ronda la irrealidad hasta caer al otro lado del espejo pero alejando al lector, que no se inmiscuye y se distancia con el exceso de narración sobre la intimidad del personaje y con una escena en casa de unos vecinos que resulta abrupta e innecesaria. Aquí el juego de Pomet con el misterio se acerca a la frontera de lo soñado y se despeña porque se juzga demasiado, se ven los hilos que llevan al personaje de aquí para allá, como una marioneta, sin dejarle vida propia.
El cuarto relato, " Ladies & gentlemen", nos traslada a los Estados Unidos y a la caída de las torres gemelas de Nueva York. Pomet maneja con exactitud y gran habilidad los hechos y la ficción mediante las experiencias de varios personajes que lo vivieron en primera fila. Aquí, la huella de Raymond Carver es evidente: incluso en la propia narración hay un cierto cambio de tono que lleva a cabo Pomet con acierto y con sutileza. Todo el relato está compuesto de acciones, lo que mejor se le da a Pomet, relevantes, significativas, que definen a los personajes y los dotan de vida e interés. No hay, como en el anterior relato, un manejo de los personajes que los hace parecer marionetas al servicio de una idea. Y no hay extrañamiento ninguno tampoco, ni importa si Pomet ha estado alguna vez en los Estados Unidos ni si se acercó a las Torres Gemelas. Su relato es genuino gracias a los personajes creíbles, a las escenas sin tremendismo ni vacua esperanza o desesperanza sentidas de manera vicaria. Es un ejemplo de que la buena literatura sólo necesita que haya detrás un escritor que sepa escribir y que sea honesto con lo que cuenta. Pomet firma un relato de gran calidad, uno de los mejores del libro, paradigmático, hondo y flexible, con cuatro o cinco momentos de una altura sorprendente y meritoria que le empujan a un lugar al que pocos escritores de relatos con sólo dos libros publicados -quizá ni con tres ni con diez- han podido ni siquiera acercarse, pues su realismo vigorizante y su radicalidad imaginativa son facetas que se encuentran en los escritores de raza, en los escritores con talento y -lo que a veces es más importante- con cosas nuevas que decir.
El sexto relato, "Una fecha exacta de verano", nos sumerge en el mundo de una residencia de ancianos narrándonos los días que pasa un hombre que ha ido a parar allí pero que considera que su vida sigue aún abierta. No es un relato conseguido porque Pomet ha confundido la ambición con la acumulación y ha tratado de encajar demasiados elementos en una historia que habría funcionado mejor con una línea más clara, centrándose más en lo que apunta en las líneas finales. Es también un relato en el que se explica demasiado, en el que el narrador insiste en explicarnos demasiadas cosas y en movernos excesivamente en la dirección que quiere marcarnos, algo que deja sin vida a los personajes, como ya he comentado más arriba que ocurre también en "Alguien mucho más libre". Así, puede llegar a cansar su lectura y aparta al lector del interés que las peripecias e ideas del personaje principal sin duda tienen.
El quinto relato (deliberadamente lo traigo aquí, al final), "Devoradores de Saturno", es uno de los que más me han emocionado de cuantos he leído en los últimos años, desde la primera a la última línea. Es uno de esos relatos dignos de aparecer en antologías, de los que definen la trayectoria y el impulso de un autor nuevo que crece de manera imparable. Pocas veces lee uno con el ánimo tan concentrado, tan pendiente de cada detalle, cada voz, cada gesto. Es un relato que se acerca a la perfección, ni más ni menos. Cuenta el viaje de un hombre, su mujer y sus dos hijos al entierro del padre de él, que abandonó a la madre y que se ha suicidado. Cómo nos muestra Pomet a la madre, a la hermana del hombre (que es el narrador también: un gran acierto que sea él quien vaya diciendo la historia, quien la desgrane con una voz en la que laten una honda verdad y una inconfundible sensación de estupefacción y pérdida, y un avance en el buen hacer de Pomet, que integra sin que se choquen los mundos interior y exterior con soltura y pericia técnica mediante un tono intimista y cercano que no por conocido resulta fácil ni creíble ni compartible, escollos que solventa con alta nota nuestro autor), a la propia mujer y a los hijos en pinceladas definitorias y vitalizantes me parece magistral, tanto por la sensibilidad como por los momentos de extrañamiento, de cercanía dolorosa, callada e interrogatoria, como por los huecos, los silencios, lo que no se dice y se va percibiendo igual que el rumor de un río que avanza hacia nosotros inexorable. En este relato realista, lleno de sabias ausencias y dolor que se disfraza con otros nombres, Antonio Pomet ha dejado lo mejor de sí mismo como escritor en este libro y una pieza ineludible (qué gran escena es aquélla en que le pide a la mujer, en la casa paterna, que le muestre los pechos: qué concisión, qué escrupulosidad narrativa, qué bien muestra las sensaciones encontradas) para todo aquel que quiera saber de qué habla, cómo habla y en qué terrenos se mueve uno de los más pujantes autores de relatos de nuestro país.

05 junio 2009

Microrrelato en Andalucía, edición de Pedro M. Domene



Acaba de editarse un volumen especial de la revista del Grupo Batarro dedicado al microrrelato en Andalucía en el que se incluye a autores como Manuel Talens, Fernando de Villena, Felipe Benítez Reyes, Hipólito G. Navarro, Fernando Iwasaki, Vicente Luis Mora, Cristina García Morales, Ángel Olgoso, Guillermo Busutil, Antonia Moreno Cañete, Miguel Ángel Muñoz. El editor, Pedro M. Domene, crítico de literatura y novelista, ha tenido a bien incluir cinco relatos del que suscribe, cuyos títulos son: "Amarte aunque no te tenga", "El Pepu", "El niño", "Tres amigos" y "Yo te perdono".


Nota: Para conseguir un ejemplar: Librería Prometeo y Proteo (Málaga) o el Grupo Batarro [ Apartado de correos, 172. 04600 Huércal Overa (Almería) y correo electrónico: pmd@cajamar.es] .

01 junio 2009

Félix Grande y Jean-Paul Sartre


En un libro del año 1975, "Mi música es para esta gente", en el que Félix Grande habla de Dostoievski, de Cortázar, de Onetti, entre otros, dice esto de Sartre:

En una pared de mi despacho tengo prendidas con chinchetas las fotografías de unos cuantos señores por los que siento una admiración tan notable que cuando disminuye me alarmo por mi salud mental: Dostoievski, Machado, Vallejo, Charlie Parker, Kafka, Chopin (hay también una señora desnuda: es mi contribución al monumento, aún inexistente, a la justificación del mundo). Durante años consideré si debía o no agregar a Sartre en ese muro. Lo agregué. En ocasiones lo retiro. Después vuelvo a ponerlo, a quitarlo, a reinstalarlo. Un día lo quitaré para siempre. O quedará puesto hasta que yo salga de mi casa con los pies apartando enlutados...


Foto de Jean-Paul Sartre: Bruno Barbey

21 mayo 2009

Ignacio Aldecoa: Seguir de pobres


Relato que he leído en el volumen titulado sencillamente "Cuentos", de Cátedra, en edición a cargo de su viuda, Josefina Rodríguez de Aldecoa. Y que nos habla de una cuadrilla de segadores que va de pueblo en pueblo buscando trabajo, que lo realiza y continúa su caminar para juntar cuatro pesetas con que volver al hogar, la mujer y los hijos. No cabe duda de que estamos ante un relato proletario, social, de denuncia. Aldecoa nos muestra el esfuerzo del trabajador y la actitud aprovechada de los patrones, la solidaridad de los que trabajan juntos y la falta de sentimientos de quien tiene empleados y los considera sólo objetos reemplazables. Veo detrás a Steinbeck y la literatura comprometida en defensa del oprimido, del pobre, del ser esencial que no se tiene más que a sí mismo, sus manos y su cabeza para sobrevivir.
En estos tiempos en que equivocadamente se ha dejado de lado la lucha de clases porque se cree que no hay clases -la situación actual ha venido a desmentirlo tajantemente, pues más que nunca se puede apreciar la distancia enorme, insalvable que hay entre quien tiene el dinero y el poder y y quien sólo se tiene a sí mismo y sus manos y su cabeza para sobrevivir-, en que los sindicatos se han estancado en el doble juego de la reivindicación puntual y la acostumbrada aceptación de condiciones de trabajo depauperadas, en que la ley del sálvese quien pueda triunfa sin réplica, volver a los autores y las obras que ya en el pasado señalaron los abusos, los miedos, los desajustes y los desatinos es obligación que incumbe al escritor/lector preocupado por sus semejantes, que siente el dolor ajeno y no piensa que la literatura es sólo el territorio de la estética y del disfrute en soledad. Y no es que en "Seguir de pobres" no haya arte: Aldecoa es uno de los prosistas mayores de la lengua española, uno de los que mejor entendió el ritmo, la puntuación, de los que creó más y mejores párrafos que pueden ser leídos en voz alta para el deleite y la celebración. Pero Aldecoa lo puso todo al servicio no de sí mismo y su ansia por ser escritor y triunfar y recibir parabienes, sino al servicio de quienes estaban en sus relatos, de esos personajes que antes habían sido y después seguían siendo hombres y que en sus historias nos contaban parte de sus vidas comunes y azarosas, como las de la casi todos los que somos y seremos. Porque nada hay más honesto que acercarse, enterarse y contar y salir del cuento sin la sensación de que uno ha sido un paseante, un turista de lo visto y contado, un espectador interesado e idiota.

18 mayo 2009

Mario Benedetti


No era el hermano pequeño de Juan Carlos Onetti. No era un poeta que sólo creyera en la rima ni en las palabras bonitas. No era un narrador conformista. No escribía sólo porque sí. No se olvidaba de la gente que era como él. No dejaba de soñar. No dejaba de ver y de creer en la realidad y en los cambios que podían mejorarla. No era un cuentista a ratos, pues dejó algunos de los mejores relatos escritos en lengua española. No es "La tregua" su única gran novela, ya que "Gracias por el fuego" (esa novela que tanto me habría gustado escribir, por la que tanto le he admirado siempre) no le anda a la zaga. Mario Benedetti era un escritor con un talento inigualable, con un oído excepcional (una de las mejores virtudes de los grandes escritores estriba en saber oír), y su sencillez, su honestidad y su bondad no desaparecerán nunca.


Foto: Gorka Lejarcegi

14 mayo 2009

Messiaen


Hay pájaros en su música, hay voces que claman al cielo creyendo, no dudando: proclamando, agitando con fuerza alas llenas de poesía y de honda excitación al sentirse libres en el aire, libres en el mundo, libres en la vida. Oír a Messiaen calma y altera, le hace a uno subir y bajar, dar vueltas, le impele a reconocerse en el vacío y en lo más calmado y pequeño, en lo que no existe y en lo que existirá. Es una experiencia mística y sonora, un burbujeo en el alma, un contacto con algo sagrado que late en nuestro interior, acaso recluido en una parte muy pequeña de nuestro ser, idiotas que somos siempre con lo verdaderamente decisivo, importante, con lo puramente incomprensible y humano. La música clava aguijones y cura con amor. Messiaen es una experiencia única. El sonido de las notas en el piano sencillamente transforma. Es una revolución. Los llamados a cambiar el mundo que no se asusten: de lo más claro siempre dimana lo verdadero y genuinamente alterador. De la creencia nace todo. Sin la música de Messiaen no habrá revolución.


Foto: Yvonne Loriod-Messiaen

05 mayo 2009

Enterprise: El cogenitor


Una especie diferente a la humana no tiene dos sexos, sino tres. Varón, hembra y cogenitor. Éste último aporta algo de lo que los dos primeros sexos carecen y es indispensable para la procreación. Unos humanos traban contacto con esa especie -los tripulantes de la nave Enterprise, personajes dimanados de la serie Star Trek - y uno de ellos no acepta que al cogenitor se le trate como a una cosa, ya que no se le asigna un espacio propio, ni nombre, ni le se le permite desarrollar ninguna aptitud: se le ha condenado a vivir como un animal, prácticamente, aunque su capacidad intelectual es igual a la de los demás seres de su especie. Le enseña el humano a leer, despierta en el cogenitor un interés por la existencia que supera la primera etapa evolutiva en que ha vivido hasta entonces, comiendo y durmiendo y participando como complemento en el encuentro entre los dos seres patrocinadores. Pero se topa con el rechazo absoluto de sus congéneres y el cogenitor se ve obligado a pedir ayuda a los humanos e incluso asilo en su nave, pues ya no desea ser de nuevo una cosa, un ingrediente en el proceso creativo tan sólo. El jefe de los humanos lo acoge primero pero más tarde recapacita y le obliga a volver con los de su especie, pues no quiere un enfrentamiento, interferir en una cultura ajena. El cogenitor regresa con los suyos y se suicida.

La historia está escrita por Rick Bergman y Brannon Braga, responsables de esta buena serie en la que hay muchos episodios destacables, centrados en las relaciones entre especies, con muchas decisiones morales de fondo, con un vivo interés por la antropología, las causas de la violencia, la calidad de vida, la libertad, el libre albedrío, la cultura y las relaciones humanas. Una serie de ciencia ficción que en historias como ésta nos gana y nos deja muchos temas en los que pensar una vez las imágenes han desaparecido de nuestra pantalla.


Foto: Imagen del episodio

25 abril 2009

Isaac Asimov: El sol desnudo


(Para Rosa Silverio)

Es una de las mejores novelas que escribió Isaac Asimov. Así se la considera. No seré yo quien lleve la contraria. El viejo maestro amaba la novela policíaca y fue uno de los primeros en escribir novelas de ciencia ficción con elementos policiales. En "El sol desnudo" hay una investigación clásica, varios asesinatos, muchos sospechosos, un detective que tiene limitaciones y es sagaz, aprende de sus errores y se deja ayudar por un robot que no lo parece, al que todos toman por otro humano. Elijah Baley y R. Daneel Olivaw no aparecen sólo en esta novela. Forman pareja investigadora en otras narraciones y el robot acabará por convertirse en un personaje fundamental en el conjunto de la obra de Asimov.

La parte policial de la novela es muy interesante, respeta escrupulosamente las reglas del género y sirve para hacer avanzar la narración y cerrarla brillantemente. Actúa de guía, de aliciente, pero "El sol desnudo" es mucho más que una novela con detective dentro. El viejo y sabio Asimov nos habla de los humanos de la Tierra y de los que han ido más allá de nuestro sistema solar. De las carencias de los que viajan y de los que se quedan. Nos alerta sobre la progresiva deshumanización de las sociedades que lo fían todo a los robots -él, que defendía su validez y necesidad con pasión -, nos habla de cómo la soledad corroe al hombre y desgasta sus conquistas sociales, de cómo nos alejamos entre tanta tecnología inventada no a la medida del hombre, sino acaso para reeemplazar al ser humano. Con un estilo sencillo, enraizado en una mirada noble y valiente, que podemos emparentar con la de otros de muchos escritores de la década del 50 del pasado siglo - creían en el hombre y lo reprendían sin moralina, con cierta inocencia, sin alzar la voz, sin predicar, hablándole siempre de tú al lector, al espectador (en el cine y en muchas películas de las llamadas de Serie B hallamos también guiones cargados de buenas intenciones y de amonestaciones que nunca resultan severas, que acaso penetran mejor en nuestra mente al estar dichas y planteadas de manera sencilla, sin el cinismo y el descreimiento que posteriormente embargó el ánimo de tantos escritores y creadores) -, Asimov cuenta y analiza desde una perspectiva eminentemente humanista, sintiéndose hombre (juez) y parte de la cuestión.

No sé si a los lectores algo mayores -yo ya no volveré a cumplir los cuarenta años- y algo ingenuos aún este tipo de literatura nos emociona porque no hemos dejado de ser niños del todo. Por eso, pese a las crisis y la sensación de derrota continua, de vacío y de callejón sin salida (dejando de lado la alternativa del hedonismo y la insensatez de la diversión encajada en el consumismo ramplón) en que parece que estamos condenados a vivir en un mundo tan sofisticado y tan falto de verdaderos sentimientos humanos, recomiendo vivamente la lectura, la recuperación de uno de esos pequeños clásicos de la literatura que nos ayudan a limpiar un poco nuestra mirada y nuestra alma de sufridores y desengañados. Porque también soy un hombre, además de un niño, porque no he perdido la esperanza y porque creo que casi todo tiene remedio si se mira hacia el lado de la solución y se unen fuerzas para lograrlo, porque tengo muy hundido un pie en nuestra entristecedora realidad actual, recomiendo este libro que no es una evasión, no es una fuga, sino un paso adelante para mirar con ojos sin miedo al futuro desnudo.

18 abril 2009

Traspiés


Es una editorial granadina. Tiene una colección llamada Vagamundos. Son unos libros pequeños, ilustrados, hechos con amor y con arte. La he conocido porque ahora se publica "Anónimos", de Miguel Sanfeliu, la mejor noticia literaria del presente año.
También están en la colección Hilario J. Rodríguez, escritor y crítico literario, uno de los imprescindibles de la cultura española, que firma "Mapa mudo". Ana Ayuso Verde y Juan Gonzalo Lerma, que nos guían hasta un lugar "Donde sueñan los tigres". Y "Una humilde propuesta", de Jonathan Swift, sátira ilustrada.
Es una editorial humilde, con un gusto exquisito. Ver sus obras en las librerías representa todo un acontecimiento, una dicha para los lectores apasionados. Marca estilo y apuesta por la calidad. Quede aquí expresada toda mi admiración.

08 abril 2009

Star Trek Voyager: Emanaciones


Vaya por delante que a uno le gusta mucho la ciencia ficción. Pero quede claro que hablamos de una ciencia ficción firmada por Ray Bradbury, el mejor Isaac Asimov, Stanislaw Lem, la Ursula K. Le Guin de "Los desposeídos" o Doris Lessing, esta última Premio Nobel. Esa ciencia ficción a la que no le hacía ascos Jorge Luis Borges.
Así, no os extrañará que no vea las series del momento en televisión y que a veces ponga de nuevo en el reproductor un dvd de las viejas Star Trek (todo lo que no sea de este año les parece a algunos ya viejísimo). Ayer estuve viendo el episodio noveno de la primera temporada de Star Trek Voyager. A mi lado estaba mi seria y realista compañera, que no es demasiado aficionada al cine ni a las sesiones de mitomanía a horas intempestivas . Ella, en todo caso, prefiere la serie original y a Spock, cuyo gancho entre las mujeres aún está por estudiarse.
El episodio es una larga meditación dialogada sobre la muerte y lo que ocurre después de la muerte. Está escrito por Brannon Braga, que tiene mucha parte de culpa de los aciertos de Enterprise, posterior a Voyager y de una calidad media más que aceptable (con caídas en ciertos capítulos entregados a la pura acción que los buenos aficionados disculpamos). Ya digo: casi todo es diálogo. Casi como una obra de teatro, dije, y mi compañera asintió (su juicio me importa mucho, porque equilibra mi natural tendencia al entusiasmo repentino y desmedido). Oye, y no hay un solo tiroteo, no hay luchas a brazo partido, no hemos visto ninguna escena de violencia. Todo un logro, ¿verdad?
Creo que este tipo de ciencia ficción es el último refugio para hablar de temas trascendentes, importantes, decisivos que afectan al ser humano. Se llevan a unos cuantos personajes a un planeta desconocido, les cambian las caras y los maquillan como a extraterrestres humanoides y les dejan hablar y decir cosas que en otras series sonarían demasiado rimbombantes o sencillamente increíbles. Y arman una pequeña historia que entretiene, hace pensar, hace dudar. Y es que quizá Sarte, Camus y otro como ellos sobreviven en las estrellas, están más vivos allí que aquí, donde casi todo está dado a la investigación de policías infalibles, a los chistes de adolescentes que no adolecen de nada elemental, a pitorreos vanos de seres llamados periodistas que cobran por masacrar a sus semejantes ante una cámara. La tele sirve para esto, mejor para esto, le dije anoche a mi compañera con la carátula del dvd de Voyager en la mano. Ella no dijo que no.



01 abril 2009

Marvin Harris: La cultura norteamericana contemporánea

La facilidad con que Marvin Harris se expresa y nos adentra en los mundos de la antropología tiene un mérito enorme: a nadie le parecerá que anda por caminos difíciles, ajenos, extraños. Leerle es fácil, seguir sus ideas no cuesta nada y llenarse de conocimientos y de razonamientos puede resultar tan divertido como leer la más entretenida de las ficciones. Este libro está planteado además de manera casi detectivesca, con emoción enhebradora que une capítulos y que lleva al lector desde las preguntas a las respuestas manteniendo siempre viva su atención.
"La cultura norteamericana contemporánea" es un libro que sigue vigente, pleno de verdades y de aciertos. Es muy útil para saber de qué está hecho nuestro presente, de dónde vienen los peores desconsuelos y los sobresaltos que sacuden a la gente de a pie. Podemos hallar en él datos, cifras e ideas muy útiles para saber más de la actual crisis económica, de los motivos que hay detrás de la baja calidad de los productos que utilizamos a diario en nuestras casas, de los pasos que llevaron a las mujeres a dar un paso adelante y fuera del hogar, de la homosexualidad y sus historia, de la violencia en las calles. Marvin Harris puso su mirada sobre la sociedad de su época -y de la nuestra - y dejó lecciones de sobriedad, independencia y profundo acierto abordando temas que a todos nos preocupan.
Uno va abandonando la lectura de libros de ficción para recuperar otros de ensayo, antropología, psicología, pensamiento. Volver a leer -o descubrir - a autores como éste -o Augé, Baudrillard, Jáuregui, Fromm- le hacen sentir que utiliza de forma más útil su tiempo y que escapa al acoso de yerma ficción que nos rodea, tan atontadora y tan estirilizadora. Uno tiene la sensación de que recupera el tiempo, de que da un paso -aunque pequeño- hacia delante, como el que apaga la televisión y come en silencio, con sus pensamientos, y descubre dentro y fuera de sí más vida de la que imaginaba. Acaso todo consiste en eso: en ver que uno de verdad existe y que los demás también existen.

22 marzo 2009

Richard Bowker: Gracia


Es un relato corto, aparecido en la revista "Isaac Asimov Magazine", concretamente en el número 8, que fue publicado en 1986. Cuenta la historia de un hombre que viaja en una nave de carga y visita regularmente un planeta en el que una anciana se ha encomendado a sí misma la tarea de curar a unos seres con aspecto repelente y poca inteligencia que padecen una enfermedad mortal que les está llevando a la extinción. Narra este tripulante, que se entera de que la anciana era una emprendedora mujer de negocios en su juventud que amasó una gran fortuna en la Tierra y se ha retirado a otro planeta a cumplir una misión extraña, acaso dictada por Dios, a quien ella menciona y en quien cree. La anciana está gastando su dinero y su vida en retrasar la extinción de una especie que cuando ella falte desaparecerá, pues a nadie más le importa su existencia. Y el tripulante se interesa cada vez más por ella, se interroga e interroga a otros para valorar y determinar si la anciana es una santa. Al no encontrar una respuesta definitiva, se decide a preguntárselo a la propia anciana, que lo niega. Y él decide entonces que sí es un santa, pues el verdadero santo ni quiere la santidad ni aspira a conseguirla ni le preocupa en absoluto lo que el mundo piense de sus actos. El relato acaba con la muerte de la anciana, con la extinción de la raza poco inteligente y con un acto violento: el tripulante le vuela la cabeza al ayudante de la anciana, que tras la muerte de ésta no la ha enterrado y ha permitido que el cadáver quede a la intemperie y pudriéndose bajo el sol. O no: acaba cuando el tripulante ingresa en un seminario.
El relato es corto, pero intenso y lleno de provocadoras, inquietantes ideas. Así es la mejor literatura de ciencia ficción. Habla de un momento concreto y de conceptos eternos, de temas e inquietudes de difícil resolución. Que este relato nos llegue en una publicación de quiosco, en una revista de literatura popular y aparentemente menor me lleva a pensar en qué equivocados estamos a veces comprando ciertos libros y siguiendo a los autores sancionados como mayores por la crítica y los medios de comunicación. La gran literatura, la mejor, es la que conecta con nuestras inquietudes, la que despierta en nosotros deseos de saber más, de seguir adelante con más respuestas y, sobre todo, con más preguntas. La gran literatura de nuestro tiempo, la que perdurará, quién sabe si ahora mismo está en fanzines, en blogs, en los lugares más insospechados. Habrá que tener los ojos bien abiertos.


Imagen: Isaac Asimov Magazine nº 2

04 marzo 2009

Seis miradas. Colectiva fotográfica española


En la Fototeca de Veracruz "Juan Malpica Mimendi" (México) podrán verse fotos de Antona, Carlos Manzano, Francisco Ortiz, Juan Bautista Morán, Marco Antonio Sarto, Rafa Sámano desde el día 6 hasta el 31 de marzo.
Esta antológica se debe a una idea y un proyecto de Graciela Barrera.
La Fototeca de Veracruz está dirigida por el fotógrafo Carlos Cano.

21 febrero 2009

Miguel de Unamuno: Mi religión y otros ensayos breves


Soy unamunista. Es uno de los autores a los que más he leído, sobre todo su obra ensayística, que me ha atrapado y me ha dado la oportunidad de meditar sobre los asuntos que más me inquietan y que aun hoy no tienen respuesta clara, que acaso nunca lleguen a tenerla. Muchos ya ha zanjado el debate sobre Dios, como el debate sobre capitalismo y socialismo (o comunismo). No les envidio. Me temo que la existencia del ser humano tiene su mayor aprovechamiento y su mayor valía en la lucha, en la pelea, en el camino. Quedarse quieto es morir. Ser dogmático es morir. Creer que ya se sabe todo es morir. Vaya: cuánto muerto viviente puede verse en cualquier parte, pues.
Con Unamuno no se hacen genuflexiones. No se trata de leerle y beber del vaso de agua que tenemos en la mesa, a mano, tragar y decir: Sí, claro. Unamuno no escribe para fijar, sino para continuar un camino que otros empezaron antes que él y cuyo testigo (esto es una carrera, por supuesto, es la carrera de la propia vida) le pasa al lector de sus escritos. Unamuno incomoda, nos hace revolvernos en el asiento. Con Unamuno se aprende y se disiente. Con Unamuno, amigos, uno nota que está vivo. Cansado me encuentro ya de la compañía de tanta literatura que sólo me remueve los intestinos, que me acaricia el cerebro o me cansa las rodillas de estar encogido a causa de tanta emoción que luego se disipa como el vaho y tiene su misma trascendencia. Me quedo con Unamuno, con sus dudas y sus insatisfacciones, su deseo de no agradar, de llegar hasta el fondo de los asuntos; me quedo con sus hondas equivocaciones y sus sabias rectificaciones.
Confieso que en lo humano, lo filosófico y lo religioso no me hallo muy lejos de Unamuno. Lo que no quiere decir que sea su epígono, una sombra ni una mancha a su lado o al lado de sus libros. Considero que sigo andando (a veces vagando) por su camino. Y como en "Mi religión y otros ensayos breves" está el Unamuno más puro, más hondo, más cierto, no puedo sino decir que es uno de los libros que siempre me ha acompañado, que ha resistido viajes, traslados (físicos y emocionales), tareas de desescombro y avatares muy diversos, y que a estas páginas le estoy profundamente agradecido por haber hecho de mí lo que soy y, en parte, lo que algún día seré.


Retrato de Unamuno: José Gutiérrez Solana



Lectura recomendada: Rayuela, recordando a Julio Cortázar, en el blog de El Hippie Viejo

Lectura recomendada: Blanco y negro, en el blog de Marcela

10 febrero 2009

Aitor Lara


En este proceloso mundo de novedades, de noticias que caducan a la media hora, de caras que dejan de interesarnos apenas apagamos el televisor o cambiamos de canal, la fotografía se impone como el medio ideal para volver a ver, para detenerse y pensar, para salir de nuestro mundo y disfrutar de la alteridad; o para concienciarnos, sencillamente. El cine no nos sirve para aislar, para centrarnos en un aspecto o una idea. El cine es imagen en movimiento y aunque sea documental raramente escapa al deseo de narrar, de ordenar el caos dentro de una historia. Incluso el documental es narrativo y tiene un pie siempre dentro de la ficción, porque no puede evitar el montaje posterior a la toma, a la captación, y deja perdidas en el aire, para siempre, partes de una historia que devoran la objetividad.
Pienso en Stendhal, en Balzac, y los imagino hoy fotógrafos. La novela ha entrado en una fase crítica, le hace el caldo gordo al sistema, no plantea casi nada y no resuelve, no conmueve más que al entregado a la causa, al apasionado, al que disfruta con la palabra y se evade de la realidad para vivir en su realidad, en su pequeño mundo del que no lo van a sacar los miedos ni las angustias de unos personajes de ficción. La narrativa contemporánea es cada vez más narcisista, refugio de letraheridos, de buscadores de emociones textuales. Con la muerte de John Updike, me temo, el cataclismo aumenta y la novela, el relato, corren derechos hacia el gueto, hacia la marginalidad, hacia el festín de la letra, olvidando el festín del sentido y de la necesidad de cambio y renovación, de replanteamiento y revolución. Como ocurre con el cine, la novela es un producto para ociosos que quieren vivir otros mundos sin mancharse, que no se cuestionan nada una vez cierran el volumen que tienen entre las manos.
La fotografía ha tomado el testigo y es el arte más directo, más universal, más capaz de mostrar quién es el otro, qué pasa de verdad en el mundo, de qué están hechos la miseria y el abandono y la crisis y la falta de valores y el hundimiento de una época (Juan Herrezuelo dixit) que no da para más. La fotografía sólo precisa de un segundo, de una atención breve, de una sensibilidad que cualquiera tiene. Dadle un minuto y os dará una hora, dadle un hueco y os dará una vida. No hay ningún arte tan verdadero, tan esencial, tan actual, que sepa con tanta precisión mostrar al ser con dos piernas y un cerebro desaprovechado.
Todo esto se me ocurre viendo las fotografías de Aitor Lara, con un pie en el pozo de nuestra enmarañada realidad, agobiada por crisis y recesiones. Hoy las he descubierto, esta misma mañana, gracias a un blog que visito a diario (Encuentros fotográficos) y con el que me mantengo informado de cuanto se mueve en el arte fotográfico. Y me siento inmediatamente llamado a escribir este texto y hablar de un fotógrafo al que no conozco, pero del que ya me siento deudor apenas acabo de visitar su web. ¿Quién puede negar el valor antropológico de sus retratos in situ, el valor humano de sus fotos callejeras, el valor estético de sus fotos de la Maestranza? Aitor Lara es un ejemplo de cuanto digo arriba, es la perfecta reencarnación del espíritu realista de los grandes escritores del XIX (con una narrativa del gesto, del espacio, de la verdad encarnada en personajes reales, de carne y hueso), es un magnífico continuador de la obra de autores como Walker Evans y Diane Arbus (también se reconoce una cierta mirada cercana a la del gran Baylón). No hay apresuramiento ni ventajismo en sus proyectos, no hay ganas de sorprender ni de dar engañifa mercadeante a cambio de euros fáciles. Sus fotos son honestas, cercanas, humanas y absolutamente necesarias. Son creaciones que tienen el sello de lo eterno y de lo logrado con el material más cercano. Es este el fotógrafo que más me ha sorprendido en los últimos años. Alguien que está llamado a ser un clásico, un maestro de este medio.

02 febrero 2009

"Dios, hoy", de José Antonio Jáuregui


Dios, hoy, no está donde estaba hace un siglo, cinco siglos. No es inamovible, no es indiscutible, no es patrimonio de nadie. Dios, hoy, anda entre cazuelas e imágenes que se reflejan en el suelo de los salones de nuestras casas, debajo de los televisores; entre niños que se mueren y otros que les pegan a los compañeros de clase, a los más débiles; entre obreros que le temen y patronos que blasfeman cuando nadie los oye. Dios no se ha ido. Dios está en nuestro vocabulario de cada día; en los nuevos dioses terrenales: los futbolistas que marcan un gol y señalan al cielo; en los que piden a la puerta de una iglesia y en los que regañan dentro. Dios no se ha ido. Es del hombre y para el hombre. Sea lo que sea Dios.
José Antonio Jáuregui escribió este libro defendiendo la existencia de Dios. Dios no puede irse, nos dice, porque aquí sigue el hombre. (¿Quién creó a quién? Cada cual que opine lo que quiera.) Jáuregui es taxativo, pero también argumentativo. Habla de Marx y de Dios y uno gana, pero el otro no es destrozado en la lucha ni tras la lucha. Habla del imperio romano pero no hace leña del árbol caído. Porque busca un Dios en diálogo. Un Dios que no ha desaparecido y cuya existencia puede rastrearse en la ciencia, en los escritos de los poetas, en la arquitectura, en la música, en las imágenes. No tiene temor Jáuregui a decir que Jesucristo era en su época lo que hoy consideraríamos un subversivo de extrema izquierda (pacifista, nunca en armas). Jáuregui cree en ese hombre y Dios que "acoge a prostitutas y ladrones"... pues "es un milagro de amor... Hay esperanza". Y de eso trata este libro: de la esperanza. ¿Por qué hay que decirles adiós a la esperanza, a los sueños, al deseo de ser uno y uno entre los demás, a ser algo más que un triste animal con voz y palabra y textos que será convertido en inútil polvo? Para los que creen en ese Dios, este libro es una esperanza. Para los que no creen en ese Dios, es una vía a la esperanza en algo mejor, es una apuesta por la fe en el hombre también, en la utilidad de la existencia y en el valor de los actos. No es poco en una época en que, si pudieran, nos reducirían a ser números. Y negativos, seguramente. En que eliminarían nuestras caras y nos convertirían en seres borrosos, utilitarios y desprovistos de sentido vistos de uno en uno y seguramente también en conjunto. La humanidad no acaba. La historia no se acaba. Nos quedan la razón, el deseo de infinito, la conciencia atormentada y plantada en el sentimiento trágico de la vida. Nos queda la esperanza. En Dios -quien crea-, en nosotros mismos -todos-. Con este libro, José Antonio Jáuregui nos entregó motivos para seguir viviendo (y, a quien le toque, creyendo).



Foto de José Antonio Jáuregui : Bernabé Cordón

14 enero 2009

En Valencia: Luis Baylón y Bernard Plossu




Pocas obras fotográficas conozco que sean tan coherentes, esenciales y necesarias como la de Luis Baylón. No hay saltos estilísticos vanos, imágenes metidas con calzador para ponerles el sello de autor, no hay fotos que parezcan pequeñas al lado de otras que pueden parecer demasiado grandes junto a las primeras. Pasear por el universo Baylón ayuda a ver la realidad de manera más limpia, a valorar mejor a muchas personas con las que nos cruzamos por la calle y que en el objetivo de este gran fotógrafo adquieren una dignidad pocas veces vista. Son los libros de Baylón -y los de Garry Winogrand- los que más repaso, los que más recuerdos me traen a la mente cuando salgo de casa. Es tan natural su mirada, tan poco afectada, que algunas fotos de Baylón nos parecen al cabo de un tiempo recuerdos propios, recuerdos de gente que quizá vimos un día yendo al centro de nuestra ciudad o realizando una gestión en cualquier barrio. Baylón no miente con su cámara, no es un artista dotado de un gran ego que elige sujetos para plasmar ideas apriorísticas y no los selecciona para apresar luego en papel fotográfico a personas que sólo serán útiles en su labor como la bandeja de revelado o la ampliadora: la empatía se percibe siempre, el respeto, el acercamiento siempre humano, el deseo de compartir un instante, acaso de ser otro, ese otro que está siendo observado. Ya digo: en la historia del medio hay pocos fotógrafos tan sinceros, tan despiertos para ver lo que hay de humano en la gente a la que retratan. Incluso los animales que aparecen en sus fotografías parecen más reales que los de Elliott Erwitt, están tratados con mayor simpatía, casi con camaradería.
El acierto de la Universidad de Valencia, del Col.legi Major Rector Peset, de juntar en una exposición y en un libro a Baylón y a su amigo -y magnífico fotógrafo también- Bernard Plossu es mayúsculo. Como lo es poner juntas las imágenes de los dos en el catálogo y aclarar sólo al final a quién pertenece cada una - los más avispados lo sabrán antes por el formato, pues Plossu utiliza siempre una cámara de 35 calzada con un 50 mm. y Baylón una Rollei -. La magia evanescente, la poesía cazada al vuelo de Plossu hace buena pareja con la manera directa, sin artificio, de encarar la realidad de Baylón. Plossu es de los pocos fotógrafos que aún pueden conmovernos con una foto de una paloma, con la fachada de un edificio, con la barandilla de una ventana y dos coches juntos en la calle que queda detrás porque tiene el gran don de poder limpiar su mente de recuerdos de fotos que hizo antes y que vio antes, porque sigue siendo un niño que se sorprende ante lo maravilloso cotidiano y lo lleva al interior de su cámara con la pureza del aficionado que empieza, que fotografía para sí, que está impaciente por ver cómo ha quedado todo y sonríe ante la imagen final con la satisfacción de haber visto y haber estado allí antes que con la de ser un gran fotógrafo. Así, Valencia es cotidiana y mágica a la vez en la mirada de Plossu, es una ciudad a la que el espectador desea ir en cuanto pueda.
Baylón se acerca a la gente, se confunde con ella, es uno más en cada espacio y en cada sitio. Sí, de vez en cuando aprieta el obturador de una máquina que le acompaña, pero nunca deja de ser un peatón cuando fotografía a otro peatón, un bebedor cuando fotografía a otro que bebe en un bar. Nunca es un invasor, un agresor que lleva por delante sus cámara, sino un compañero de viaje, un presencia que infunde confianza, como podemos comprobar en las fotos en que los retratados le miran. Y digo retratados porque Baylón, como ya señaló el propio Plossu, es un retratista en marcha, un fotógrafo que prefiere imágenes con una sola persona dentro -en su ambiente, en la calle, de improviso, en su verdad personal e intransferible-, con miradas que lo dicen todo, en posturas que revelan el interior cierto y no de pose del retratado. El hombre con bastón y aspecto de apaleado por la vida, el inmigrante negro con gorra y expresión fija pero no abrumada, la camarera hastiada, la anciana jugadora, el inválido fumador, el pequeño hombre con sombrero no son clichés porque Baylón los contempla y los fotografía sin olvidarse de que cada persona es única, no es un cosa ni ha de cosificársela con el arte de la instántanea. Algo al alcance de muy pocos. Algo que convierte a Baylón en uno de los mejores fotógrafos no sólo de nuestro país, sino de nuestro tiempo.

(Con un saludo para Ana Bonmatí)

Fotos: Luis Baylón y Bernard Plossu

01 enero 2009

Gabriel Cualladó


En la obra de Gabriel Cualladó no hay prisas, no hay deseos de competir, no hay ganas de demostrar nada; acaso sólo el interés por mirar y comprender. Pocas veces la fotografía ha estado tan cerca de los sentimientos, incluso podría decirse que de la pureza. Pureza en todos los sentidos: puro arte, pura imagen, pura hondura existencial, puro deseo blanco de acercarnos a seres como nosotros, que nos miran y nos hablan de su verdad humana con los ojos, la frente, el pelo, la postura del cuerpo y la posición de las manos y de las piernas. Cualladó retrató a personas cercanas en el entorno en que se movían habitualmente, las adornó con luz, las situó donde podían decir mucho acariciadas por su blanco y negro ejemplar e impresionante, de maestro que talla, que esculpe, que modela sin alterar jamás al modelo, sin reducirlo a verdad fotográfica, a ser atrapado en dos dimensiones y preso en el reino del arte. No hace falta saber de fotografía para emocionarse viendo a los niños, a las ancianas, a los trabajadores que llamaron la atención del hombre y el fotógrafo que era Gabriel Cualladó.

Se llamaba a sí mismo "fotógrafo amateur", incluso tenía una tarjeta con su nombre y con esa denominación. Por supuesto que había humor en ese apelativo, pero también había un derroche de sinceridad, una declaración de intenciones: nunca fue Cualladó un profesional de la imagen, nunca disparó ráfagas con una cámara, nunca dio un paso sino para acercarse despacio a quien quería fotografiar y ponerlo a nuestro lado, el del espectador. En un mundo en el que sobran profesionales ahogados en la rutina y en la repetición, en el conformismo y el adocenamiento, siguendo a ciegas la voz de su amo, Cualladó dejó un mensaje diferente, una apuesta por otra manera de hacer las cosas, una lección de amor a un arte que nunca vulgarizó y al que amó tanto que nunca quiso convertirlo en obligación ni en el medio para ganar dinero. Ah, dichosos los que aman y no esperan más que la perpetuidad de su amor.

El reportaje que realizó en París en 1962 es uno de los mejores que yo he visto. Allí están, a su lado, susurrándole al oído, Eugene Smith y Walker Evans, por supuesto, es algo innegable y que no negó Cualladó, que positivaba como Smith -mucho contraste, luces como gasas que aclaran-y miraba a ratos como Evans -documental e icónico a la vez-. Y está la delicadeza, el respeto por las personas, la atención al detalle cuajado de poesía y de misterio -la paloma en la Rue de la Paix-, la esencialidad y el deslumbramiento del encuadre amplio que deja entrar a más de un viandante y recoge en una sola imagen cuatro o cinco historias que se están desarrollando a un mismo tiempo y que coexisten en el espacio y se comunican y sólo la cámara y su ojo atento podían ver -Place de Tertre -. También en la Plaza Mayor de Madrid, en el Rastro, Cualladó estuvo y se trajo imágenes esenciales, magníficamente compuestas y editadas, demostrando que no era solamente un autor de retratos quietos, abriendo caminos que otros seguirán cuando salgan a la calle con una cámara y con la intención de unir lentes y vidas.

Gabriel Cualladó es también una de las cimas de la fotografía en blanco y negro, un maestro para los que no quieren ver la vida sólo en color, para los que optan por ver el arte no como un sustituto de la realidad, como un pálido reflejo, sino como una interpretación, una opinión, una balsa de ideas en la que nadan los grises neutros, los negros elusivos y los blancos resaltadores. En las fotos de Cualladó, tan atemporales y realistas, nada se reduce, nada se disfraza. Nunca el amor por los semejantes, siendo puro, sirve para mentir. Sirve para saber más de cada retratado y, por añadidura, de todos y cada uno de nosotros.


Texto recomendado: "El hombre y el cuadro", en el blog de Marcela