02 febrero 2009

"Dios, hoy", de José Antonio Jáuregui


Dios, hoy, no está donde estaba hace un siglo, cinco siglos. No es inamovible, no es indiscutible, no es patrimonio de nadie. Dios, hoy, anda entre cazuelas e imágenes que se reflejan en el suelo de los salones de nuestras casas, debajo de los televisores; entre niños que se mueren y otros que les pegan a los compañeros de clase, a los más débiles; entre obreros que le temen y patronos que blasfeman cuando nadie los oye. Dios no se ha ido. Dios está en nuestro vocabulario de cada día; en los nuevos dioses terrenales: los futbolistas que marcan un gol y señalan al cielo; en los que piden a la puerta de una iglesia y en los que regañan dentro. Dios no se ha ido. Es del hombre y para el hombre. Sea lo que sea Dios.
José Antonio Jáuregui escribió este libro defendiendo la existencia de Dios. Dios no puede irse, nos dice, porque aquí sigue el hombre. (¿Quién creó a quién? Cada cual que opine lo que quiera.) Jáuregui es taxativo, pero también argumentativo. Habla de Marx y de Dios y uno gana, pero el otro no es destrozado en la lucha ni tras la lucha. Habla del imperio romano pero no hace leña del árbol caído. Porque busca un Dios en diálogo. Un Dios que no ha desaparecido y cuya existencia puede rastrearse en la ciencia, en los escritos de los poetas, en la arquitectura, en la música, en las imágenes. No tiene temor Jáuregui a decir que Jesucristo era en su época lo que hoy consideraríamos un subversivo de extrema izquierda (pacifista, nunca en armas). Jáuregui cree en ese hombre y Dios que "acoge a prostitutas y ladrones"... pues "es un milagro de amor... Hay esperanza". Y de eso trata este libro: de la esperanza. ¿Por qué hay que decirles adiós a la esperanza, a los sueños, al deseo de ser uno y uno entre los demás, a ser algo más que un triste animal con voz y palabra y textos que será convertido en inútil polvo? Para los que creen en ese Dios, este libro es una esperanza. Para los que no creen en ese Dios, es una vía a la esperanza en algo mejor, es una apuesta por la fe en el hombre también, en la utilidad de la existencia y en el valor de los actos. No es poco en una época en que, si pudieran, nos reducirían a ser números. Y negativos, seguramente. En que eliminarían nuestras caras y nos convertirían en seres borrosos, utilitarios y desprovistos de sentido vistos de uno en uno y seguramente también en conjunto. La humanidad no acaba. La historia no se acaba. Nos quedan la razón, el deseo de infinito, la conciencia atormentada y plantada en el sentimiento trágico de la vida. Nos queda la esperanza. En Dios -quien crea-, en nosotros mismos -todos-. Con este libro, José Antonio Jáuregui nos entregó motivos para seguir viviendo (y, a quien le toque, creyendo).



Foto de José Antonio Jáuregui : Bernabé Cordón