21 mayo 2009

Ignacio Aldecoa: Seguir de pobres


Relato que he leído en el volumen titulado sencillamente "Cuentos", de Cátedra, en edición a cargo de su viuda, Josefina Rodríguez de Aldecoa. Y que nos habla de una cuadrilla de segadores que va de pueblo en pueblo buscando trabajo, que lo realiza y continúa su caminar para juntar cuatro pesetas con que volver al hogar, la mujer y los hijos. No cabe duda de que estamos ante un relato proletario, social, de denuncia. Aldecoa nos muestra el esfuerzo del trabajador y la actitud aprovechada de los patrones, la solidaridad de los que trabajan juntos y la falta de sentimientos de quien tiene empleados y los considera sólo objetos reemplazables. Veo detrás a Steinbeck y la literatura comprometida en defensa del oprimido, del pobre, del ser esencial que no se tiene más que a sí mismo, sus manos y su cabeza para sobrevivir.
En estos tiempos en que equivocadamente se ha dejado de lado la lucha de clases porque se cree que no hay clases -la situación actual ha venido a desmentirlo tajantemente, pues más que nunca se puede apreciar la distancia enorme, insalvable que hay entre quien tiene el dinero y el poder y y quien sólo se tiene a sí mismo y sus manos y su cabeza para sobrevivir-, en que los sindicatos se han estancado en el doble juego de la reivindicación puntual y la acostumbrada aceptación de condiciones de trabajo depauperadas, en que la ley del sálvese quien pueda triunfa sin réplica, volver a los autores y las obras que ya en el pasado señalaron los abusos, los miedos, los desajustes y los desatinos es obligación que incumbe al escritor/lector preocupado por sus semejantes, que siente el dolor ajeno y no piensa que la literatura es sólo el territorio de la estética y del disfrute en soledad. Y no es que en "Seguir de pobres" no haya arte: Aldecoa es uno de los prosistas mayores de la lengua española, uno de los que mejor entendió el ritmo, la puntuación, de los que creó más y mejores párrafos que pueden ser leídos en voz alta para el deleite y la celebración. Pero Aldecoa lo puso todo al servicio no de sí mismo y su ansia por ser escritor y triunfar y recibir parabienes, sino al servicio de quienes estaban en sus relatos, de esos personajes que antes habían sido y después seguían siendo hombres y que en sus historias nos contaban parte de sus vidas comunes y azarosas, como las de la casi todos los que somos y seremos. Porque nada hay más honesto que acercarse, enterarse y contar y salir del cuento sin la sensación de que uno ha sido un paseante, un turista de lo visto y contado, un espectador interesado e idiota.