14 agosto 2007

Generación Herida


Somos una generación herida. Mi profesor de literatura y amigo - en los años del instituto- Pedro Vázquez me dijo un día que el futuro era nuestro, sería nuestro porque estábamos preparados y teníamos los conocimientos. Pedro me invitaba a ir a su casa, en Almería, y juntos estudiábamos la viabilidad de que tras el nombre fuera un "que" sin la coma correspondiente, analizábamos oraciones para pillar al autor y señalábamos los errores cuando faltaba un verbo, por ejemplo. Nos gustaba mucho escribir y ver los textos despacio, leer comprensivamente, no para llenarnos el coleto de anécdotas y aventuras sino para empaparnos de nuevos conocimientos y reflexiva y responsablemente ir avanzando, paso a paso, en el mundo de la literatura. Ambos escribíamos relatos -yo también alguna novela - y Pedro confiaba en mí. Me reunía con otros amigos en una tertulia y nuestra capacidad se ponía a prueba en multitud de temas. Jamás he sabido tanto, he aprendido tanto como al lado de aquellos amigos. Pero Pedro se equivocó: no somos los nuevos amos, los nuevos dueños del cotarro, los que publican libros y venden mucho, a los que entrevistan los periodistas de El País, El Mundo, Qué Leer en el fragor de las campañas de promoción. Algo se rompió, se extravió, y no podemos reírnos ahora, al hablar de la generacion perdida estadounidense, porque las tripas protestan y el ardor nos llena la boca. Sabíamos mucho de Onetti, de Cortázar, de Benet, de Faulkner, de Scott Fitgerald, de muchos autores. Teníamos teorías y argumentos para escribir magníficas novelas, pero algo nos descompuso. Uno se fue a Barcelona, tuvo un hijo y no volvió a escribir -que yo sepa -, otro publicó una novela y obtuvo un cierto éxito pero después le hicieron el vacío de una manera asombrosamente extraña. Éramos tres amigos, la Generación Herida, y no tenemos pena, no echamos de menos lo que pudo haber sido y no fue, no nos agobian las pesadillas. Salimos a tomar cervezas, miramos las caras de los desconocidos y asumimos que nosotros también lo somos. Y la vida va pasando lentamente, hablamos del último libro de Javier Marías, de Muñoz Molina, e insensiblemente, sin ningún dolor marcado en la cara o en los ademanes, nos acercamos a la edad madura y miramos nuestros relojes y pensamos en lo próximo que tenemos que hacer en casa, con nuestra mujer o nuestros hijos. Y estamos plenamente convencidos de que el mundo sigue tan mal como antes, como cuando teníamos veinte años y los sueños parecían tan reales que para tocarlos sólo bastaba con dar un paso adelante.