La fotos de Francisco Gómez parece que dicen en voz baja: No corras tanto. No hay prisas en ellas, no hay apresuramiento de ningún tipo. Son fotos pensadas además de vistas: Gómez miraba, pensaba, encuadraba y hacía la foto. No son fotos compulsivas, para concursos, para sorprender a nadie. Son fotos hechas después de mirar con calma y hondo sentimiento de comprensión lo que se mira. No manda en ellas el artista, sino la realidad. Un realidad que puede verse y pensarse, comprenderse, asimilarse. Porque Francisco Gómez fotografiaba con todo el arte que cabía en su cabeza -que era mucho, muchísimo - y además con toda la humanidad que sólo el que va por la vida sin prisas, sin prejuzgar, sin imponerse, puede percibir y compartir más tarde. Hay en las fotos de Gómez sabiduría. Y muy pocos fotógrafos pueden ofrecernos nada semejante.
Se interesó por los muros y las paredes y nos dejó fotos que cautivan porque él vio lo que estaba ahí, al alcance de todos, pero por culpa de las prisas y la ceguera que ésta conlleva nadie veía. La forma de un pájaro, un desgarrón, un hueco, una tubería le bastaban para dar testimonio de la realidad y para hablarnos, mediante metáforas y asociaciones, de las relaciones que la vida tiende y procura: porque la vida nunca se cansa, nunca renuncia, siempre va hacia adelante, como la mirada tranquila y recolectora de Gómez. No tenía que inventar, sólo captar. Y su legado no ha de servir sólo a fotógrafos y contempladores del arte de galerías y de museos, sino que a todo el que tenga un minuto para ganarlo mirando más a fondo, para imaginar a partir de lo visto y lo sabido. Francisco Gómez supo que hay que concederle a todo una segunda oportunidad, una segunda mirada que servirá para entender mejor, para saber de verdad. En esta época sobrecargada de trabajos y de diversiones fáciles y olvidables es muy necesario recuperar a los que paseaban con calma, a los que miraron sabiamente hacia donde nosotros miramos y no vemos más que el rostro de la banalidad y lo desdeñable, que yo diría que reflejan el poso de nuestra alma banal y desdeñada para todo aquello que no sea superficial, animoso y con un cierto barniz de misterio sin otro premio detrás que el divertimento autodestructible.
Francisco Gomez es uno de los mejores fotógrafos no sólo españoles sino de cualquier tiempo y lugar porque poseía un lenguaje propio -imágenes muy contrastadas, encuadres clásicos y sosegados, un sentido de la espaciliadad magistral para dejar delante y detrás del sujeto la información necesaria para ubicarlo convenientemente y dotarlo de mayor profundidad psicológica-, porque aunque quizá no pueda señalarse una obra maestra en su carrera sí ofrece un conjunto armónico y de calidad mantenida, fiel a unos principios que no eran una limitación técnica sino a una limitación elegida conscientemente para hablar sólo de lo que sabía y dominaba: el tiempo retenido, la unión de la puro y lo viejo, la combinación sin tacha de lo real y lo imaginado. Nunca se irá Francisco Gómez, siempre tendremos su voz y su presencia en el equilibrado y veraz mundo de su arte fotógrafico.