El segundo capítulo no se queda atrás: llegan a la ciudad en que va a tener lugar el entierro. Y la amiga de la protagonista le cuenta cómo su marido enfermó, cómo murió. Aquí creo que el talento de Anne Tyler es incluso superior: pocas veces se tiene la oportunidad de asistir a una conversación encerrada en un libro tan creíble, tan viva, tan real. Cómo la amiga le revela lo que de verdad sintió cuando su marido le pidió que estuviera con él en el hospital durante sus últimos días, cómo detestó al hombre que estaba muriéndose, cómo él le contó que vivió una experiencia particular y acaso aterradora saliendo de sí mismo y de su vida y de todo lo conocido, es realmente obra de una mano y una mente prodigiosas, que además cierra la pequeña historia con un detalle que sobrecoge por su realismo y por ser tan común pero estar tan bien narrado, de una forma tan sencilla y tan efectiva: ella se da cuenta de que su marido ya no está cuando recibe la visita de su hija en casa y sus nietos empiezan a molestar y recuerda que en situaciones parecidas buscaba y encontraba la mirada cómplice y comprensiva de su difunto marido. Anne Tyler narra con materiales de la vida real, que para otros carecen de importancia quizá, pues no es nada fácil hacer literatura, contar lo profundo a partir de lo evidente y en apariencia pequeño. Pocos son los que consiguen que su literatura y la vida sean la misma cosa. Entre esos pocos artistas está Anne Tyler.
Foto de Anne Tyler: Diana Walker