La rutina y el recuerdo, a veces tan hermanos y tan necesarios.
La fotografía digital ha venido a democratizar, a universalizar aún más el arte más accesible. Nada de miedos: el que quiera que haga arte; el que no lo quiera, que haga lo que desee. No importa el medio. Importa la actitud.
Debates televisivos entre políticos: púgiles sonados que arremeten contra el contrario con las cejas partidas, ciegos y sordos.
Entras en una librería y ves tantos libros adormecidos, que ya no se molestan en llamarte la atención, que a veces piensas que estás en un pequeño cementerio de cosas que han nacido muertas.
La crisis, la crisis. La montan los bancos y se la desmontan los gobiernos. Y, entre medias, más despidos. En tiempos de bonanza, nadie reparte sus ganancias. En tiempos de crisis, lo culpables somos todos. Y todos tenemos que arrimar el hombro. Menos los seres inmateriales, esos nuevos dioses, que componen el olimpo de los consejos de administración.
Todo el futuro está en la poesía.
Todo el pasado en las novelas con estilo decimonónico que siguen inundando nuestras librerías.
Ya no hay tristes en El Paseo de los Tristes de Granada, sólo señores armados de cámara y mirada aguda que vienen de otros países y hablan en otros idiomas. Los tristes se meten en los supermercados y en los comercios del centro y miran y no compran nada.
Hay fotografías de Gabriel Cualladó en las que me entretengo más tiempo y de las que obtengo más ideas, mensajes, sensaciones que de novelas escritas por autores como Ruiz Zafón, J. K. Rowling y Henning Mankel.
Leyendo a Balzac me dan ganas a veces de reunir todos sus libros, vender todos los otros que llenan mis estanterías y pasarme el resto de la vida releyendo al gran maestro francés.
En ciertos cuadros de Edward Hopper parece que me caigo y me convierto en uno de los seres que los pueblan. En ocasiones hasta creo ser no una persona, sino una puerta, una de las luces que entran por sus transparentes ventanas.
Cuando el arte me ciega, me aturulla, me aleja de la realidad, oigo siempre una voz que me dice: La comida lleva ya un rato puesta en la mesa, hoy también te la comerás fría.
Uno somos todos. Qué gracia les hace eso a los banqueros.
Los banqueros saben qué es la miseria y la pobreza, la usura y el dolor. Lo ven en televisores de 42 pulgadas, alta definición.
Nuestra sociedad va en continua huida hacia adelante, hasta despeñarse. Nadie está dispuesto a renunciar a nada si puede pagarlo.
Texto recomendado: No hay cucos en Nueva york, en el blog de Mart