11 febrero 2010

Josefina R. Aldecoa: Fiebre


Así se llama el primer relato de este volumen de cuentos tan recomendable y tan útil, que habla de la gente normal y de sus preocupaciones normales, humanas. Sin duda, es este el tipo de literatura que prefiero -y no me olvido de que escribo en un blog sobre novela negra-, porque habla de la gente sencilla, de las inquietudes de la vida cotidiana, de lo que nos pasa a cualquiera, de lo que puede pasarnos. Es la literatura llamada realista, que en manos de esta autora no es ramplona, no es unidimensional, no es aburrida ni un espejo en el camino tan sólo. En Aldecoa vibran las enseñanzas de los mejores cuentistas, con Hemingway a la cabeza, y en su exactitud verbal e imaginativa, en su frase medida y tan bien adjetivada -ese adjetivo que aporta luz, que aporta profundidad y sirve para que las imágenes y las ideas nos lleguen vivas y plenas-, vemos una claridad expositiva y una aparente transparencia que no es sino el entrante sabroso que deja detrás, pero visible, la otra lectura posible, la complementaria, la de las cosas no dichas, que están y no están, que se ven y no se ven a un tiempo. "Fiebre" es un relato de madurez, esa feliz época en que el escritor sabio se despoja y cuenta yendo a lo esencial, desterrando los adornos que no sirven más que para la floritura y el reconocimiento de la habilidad y el oficio por parte de los compañeros de profesión que siempre creen que más es mejor. "Fiebre" es un relato breve, austero, veraz y duro en que una mujer recuerda a su madre y se enfrenta a sí misma ahora que ella también es madre. Es un cuento triste, hermoso y diáfano como una mañana de diciembre tras varios días de lluvia: todo lo que nos llama está al otro lado de la ventana y nosotros nos sentimos muy a gusto mirando, cobijados bajo las mantas, pensando y notando que el reloj avanza imparable y todas las obligaciones nos reclaman. En ese breve espacio, en ese interludio, se desarrolla la historia de "Fiebre".