09 diciembre 2006

Ana María Matute: Historias de la Artámila






Hay quien escribe contra algo, contra alguien. Creo que la mayor parte de los escritores que me interesan lo hacen contra algo, propio o ajeno, íntimo o público, porque se han dedicado a la literatura a consecuencia de las desigualdades imperantes en el mundo, en los corazones y en las almas de quienes somos, por principio y en verdad, iguales. Si la memoria no me falla, Camilo José Cela dijo, al saber que le habían otorgado el Premio Nobel, en un acto de honradez que le distinguirá para siempre, que se lo merecía más Ana María Matute, más que él. En una época algo lejana leí a esta gran escritora con la misma intensidad y gozo con que abordé a autores como Onetti, Cortázar, Sábato, Juan Goytisolo, Alberto Moravia o Nadine Gordimer. La consideraba uno de los míos. Tuve la oportunidad de escribirle y recibir una respuesta de ella a través de un periódico, en una sección creada para la comunicación directa entre autor y lectores, y justo entonces Ana María Matute andaba desolada y desorientada, herida y lejana para sí misma. Agradeció mis palabras y se me abrió una puerta. Con qué orgullo se lo contaba yo a mis amigos, a mi chica, a mi madre. Algo después, mi admirada escritora visitó Almería y, al acabar su intervención en un salón de actos, me acerqué a ella, la saludé, le dije mi nombre y ella supo quién era, y en su voz hubo un claro agradecimiento. Ana María Matute, una mujer con canas y rostro de rasgos marcados y semejantes a los de algunos de mis familiares ( los de la línea paterna), me dijo en qué hotel estaba, que pasaría allí la tarde, me indicó sin más palabras que me esperaba. Podríamos haber conversado, podría quizá haberla mirado más de cerca a los ojos y mostrarle mi admiración rendida y mi hondo afecto, pero la timidez me pudo, me replegó y perdí la oportunidad de estar una hora junto a uno de los seres a los que más he podido querer, aunque nunca hayamos sido ni tan siquiera amigos. Cuando he acabado de leer "El incendio", relato que pertenece al libro "Historias de la Artámila", los recuerdos han vuelto como un sabor que se apodera de nuestro paladar y de nuestro completo ser tras llevarnos a la boca una comida que no probábamos hacía muchos años. Valoro a Ana María Matute - quien afirma que escribir es una forma de protestar - como a una de las mejores escritoras de nuestro tiempo, pero creo que, por culpa de haber nacido aquí, no lo vemos, no lo reconocemos, no sabemos venderlo y celebrarlo. Este relato está contado por una voz llena de desgarro, originalidad, fuerza y una creatividad que pocas comparaciones permite y que es común en la obra de la grandísima barcelonesa: "... bajo los roquedales que a la tarde cobraban un tono amedrentado, bañados de oro y luces que huían", "El sol le iba empapando, como un vino hermoso, hasta sus huesecillos de niño enfermo", "Sonreía a los vaivenes de la luz del candil alto, clavado en la pared como un murciélago". Es ésta una historia de amor dolorosa y única, marcada por la locura, la pena y la pobreza. Un destello de una autora -sin hipérbole- verdaderamente genial.