17 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil". Fusilamiento.

La novela ganó el premio Nadal y obtuvo una crítica favorable de J. Ernesto Ayala-Dip (en El País), a quien suelo leer porque sus valoraciones me parecen habitualmente muy acertadas. Zarraluki es uno de esos escritores de la cuadrilla de Anagrama a los que cada vez se tiene más en cuenta y a los que se respeta crecientemente, como sucede también con Martínez de Pisón. "Un encargo difícil" (Booket) acontece en la isla de Cabrera, en el año 1940, con el franquismo victorioso campando a sus anchas. Un antiguo rojo tiene que cumplir un encargo: matar a un alemán. El encargo se lo hace un vencedor, un comisario que ni perdona ni olvida, y sobre todo impone. Y Benito Buroy tiene que matar para seguir vivo. Pero no se apresura, y deja pasar el tiempo. Una mañana asiste a la ejecución de un preso. Lo llevan hasta el cementerio y lo fusilan mientras llora. Un sacerdote lo asiste, aunque no precisamente de forma muy piadosa. Le dice al hombre que está a punto de morir: "Lo que has hecho es imperdonable... pero el Señor tiene una infinita benevolencia. ¿Quieres confesarte?" El detenido solloza. Y el cura le dice: "Compórtate como un hombre, coño." Una vez que le han dado el tiro de gracia, le habla al militar que está al mando del pelotón: "Cuánto cuesta limpiar España... En este país metió mano el diablo, y así estamos... Vaya usted bajando, si lo desea. Yo rezaré una oración por el alma de este asesino y luego le aceptaré esa copita." No es una exageración, no es una mentira lo que narra Zarraluki. La memoria de nuestros padres y abuelos está para confirmar escenas como ésta. Por eso, cuando algunos quieren hacer tabla rasa y medir por igual a un bando y a otro de nuestra guerra civil siempre recuerdo cuánto padecieron algunos de mis antepasados en la posguerra, cómo las represalias y el absolutismo de los vencedores franquistas dejó sin vida por dentro y por fuera a tantos y una rabia fría pero innegable me empaña los ojos.