22 diciembre 2007

Juan García Hortelano: Riánsares y el fascista


Este relato está incluido en su libro "Gente de Madrid" y podéis encontrarlo en la edición de los "Cuentos completos" de García Hortelano. Es un relato largo, una nouvelle, ambientada en los años de la guerra civil, en Madrid, y aparecen en él algunos niños, varias criadas y un fugitivo cobijado en una cueva. Los niños quieren entrar para apresarlo, pues se rumorea que es un fascista. Entre disputas, discusiones sobre la jefatura de la banda y la posible utilización de una bomba que tienen guardada, los niños viven en esa realidad animada por la fantasía que es la primera adolescencia y sueñan con hazañas y reconocimiento. Pero también se entretienen con las criadas, a las que les pellizcan el culo y a las que acarician de manera furtiva cuando ellas también desean ser acariciadas y consienten y hasta proponen. Riánsares es una de las criadas de la casa del narrador, un niño que admira a su abuela, roja entre fascistas - el padre, la madre, el abuelo del niño- que oyen por la noche la radio deseando el triunfo de los nacionales.
La adecuación de la voz narradora, que conserva la vivacidad para transmitir los descubrimientos del adolescente, sus miedos y sus silencios transidos de dudas y abismados por la falta de palabras con que comunicar lo que piensa y siente, el perfecto tempo del relato, atento a todo lo necesario para hacer creíble y crecientemente real la historia, mueven a la emoción y a una atención que pocas veces en otros relatos descubriremos. Y es que García Hortelano trabaja con una maestría sencilla que alza un edificio de absoluta credibilidad, de una sinceridad apabullante, de una honestidad difícilmente resistible. Creo que es "Riánsares y el fascista" uno de los mejores textos escritos en nuestro país, uno de esos logros mayores que aparecen muy de vez en cuando, en los que todo casa, todo funciona, todo está en su sitio y en su justa medida: incluso las ideas, la voluntad política del autor, que es una propuesta y no una sesgada interpretación de la realidad, lo que le procura la posibilidad de eludir la gangrena del tiempo, la disolución. Hora es de recordar a Juan García Hortelano, de celebrarlo, pues nunca estuvo por debajo de los escritores del boom latinoamericano -con los que coexistió-, no es inferior a los Onetti, Vargas Llosa, Cortázar, Sábato, Rulfo, tampoco a los Marsé, Goytisolo, Matute, Benet -escritores grandes y jamás ensalzados como se merecen-, y además nos dejó varias novelas que son verdaderos hitos de la lengua española, textos que no dejan de de ganar en importancia a los ojos de los estudiosos de la literatura pero también a los de los historiadores y de los que quieren saber qué ocurrió un día en nuestro cercano y aún palpitante pasado.

19 diciembre 2007

Axelle Red: A Quoi Ça Sert -



La canción de la película "Le cousin", de Alain Corneau.

12 diciembre 2007

Carmelo Bernaola


Le debo al gran Carmelo Bernaola la alegría que me embargaba al oír la música inicial de aquella serie dedicada al policía Plinio y que vi en una reposición hace algunos años. La protagonizaban Antonio Casal y Alfonso del Real (qué grandes actores daba ya entonces nuestro país), y es de esas series modestas pero muy bien realizadas a que nos tenía acostumbrados TVE en algunas épocas pretéritas y que acaso no volverán jamás. Contaba con la dirección de Antonio Giménez-Rico, acertada y brillantemente ampulosa en algunos momentos, y la fotografía de José Luis Alcaine, viva y exacta. Sonaban los primeros compases y ya estaba yo dentro de aquellas historias, como me ocurrió con la sintonía de otra inolvidable serie que de niño vimos casi todos los españoles, Curro Jiménez, y que le debemos a Waldo de los Ríos (qué nudo se me hacía en la garganta apenas empezaba a sonar, porque me avisaba de que se acababa el fin de semana, ese espacio temporal que es la felicidad de un niño de diez o doce años). Escucho ahora, mientras escribo, cuatro composiciones de Carmelo Bernaola, incluidas en un disco que le dedicó el sello RTVE, y que nada tienen que ver con la música para el cine. Heterofonías, la Sinfonía en Do, Nostálgico y ¡Tierra! están llenas de música del siglo XX, arriesgada y diferente, vanguardista, sin acordes bellos ni melodías que suben el ánimo, pero que constituyen un conjunto de una coherencia, una capacidad inventiva y un conocimiento musical admirable. Sumémosle que no se trata de obras para el gran gusto, que son a la música lo que algunas obras de Juan Goytisolo a la literatura, experimentales, en pos de nuevos caminos, y sabremos por qué no son tan conocidas como se merecen. En las programaciones de música clásica no las hallaréis - el empeño en dar lo agradable para el oído, insistir en los Mozart, Chaikovski, Beethoven, Schubert es descorazonador -, pero os animo a degustarlas una tarde o una noche en que la mente os fluya inquieta, el alma quiera escaparse de su oculto rincón y vuestra voluntad esté encallada entre dos o mil decisiones por tomar. Esta música les hablará a vuestra mente, vuestra alma y vuestra voluntad como una amiga íntima e irremplazable.

05 diciembre 2007

Alice Munro: Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio


Uno abre un libro, ve algunas palabras, elige un cuento para empezar la lectura y a veces se queda deslumbrado, atrapado, ya abierto admirador de alguien. Alice Munro no es para mí una desconocida: tengo su libro "Amistad de juventud" desde el año 1994. Pero hasta hoy no he sentido el deseo de escribir sobre ella, hasta que he leído su relato "Poste y viga". Sé que su final resulta discutible, demasiado ambiguo quizá, o demasiado concreto, según se mire. A muchos este tipo de historias les resultará demasiado visto, sobre todo a los devoradores de páginas de Carver y sus derivados. Incluso a algunos les traerá al fresco que una canadiense nos hable de pequeñas y domésticas historias de hombres y mujeres casados, separados, que se aman sin decírselo o se lo dicen tarde y mal. Allá ellos. Ellos se lo pierden.
En "Poste y viga" hay literatura de la mejor, de la más sincera, de la más creíble, de la más cercana. Munro tiene un talento inigualable para narrar en tercera persona y mostrarnos los pensamientos, las inquietudes, las distancias interiores de sus personajes sin lastrar jamás el desarrollo de la narración, que es ágil, que no tiene adornos innecesarios, que atrapa como un buen relato de misterio, porque hay misterio en la vida de una mujer casada que recibe poemas de un ex alumno de su marido, en la actitud compleja de su prima, que la visita no se sabe muy bien si para llorar en su hombro o para llenar su tranquila vida de zozobra, en el ofrecimiento de amor de un hombre que no parece ofrecerse a sí mismo.
Y hay misterio en saber qué pasará, qué cambiará cuando el poeta aficionado se entere de que ella, la mujer casada, ha estado en su casa buscando algo que le explique cómo es su enamorado, qué siente, qué le interesa, qué le hace ser como es. Pero no os imaginéis un misterio forzado, un suspense ingrato. Es la poquedad lo que mueve a estos seres, la que los ata a sus vidas nada cambiantes, nada inquietantes. Son sus cortas ambiciones, sus rodeos, sus afanes sin expresar lo que los envuelve en el misterio del que hablo. El misterio de la pereza, del estarse quieto, del no hacer nada decisivo que cambie lo cotidiano y supuestamente natural.
Me complace leer a alguien como Munro, capaz de decir tanto con tanta precisión, con tanto tino, con un poder de narrar lo esencial tan vivificante: y escribo esta palabra porque cuando uno lee mucho busca autores que le aporten cosas, que le hagan mirar lo que hay en la vida que espera al cerrar el libro con renovado ímpetu, con ganas de seguir viendo y de seguir conociendo. Autores, como Alice Munro, que le otorgan a la existencia cotidiana una segunda oportunidad y nos la sirve en un bandeja llena de frases, de relatos de los que uno puede sale más ligero, más vital, como después de una ducha que limpia y da energías nuevas.

28 noviembre 2007

Javier Marías: Tu rostro mañana 1. Fiebre y lanza


El estilo de Javier Marías es envolvente, caudaloso, puede parecer desmedido pero no lo es, porque se percibe la medida interna, casi la contención, ya que el autor tiene mucho que decir y muchas palabras acumuladas que surgen, se comunican, se entrelazan y se liberan, se fecundan, se unen, se separan y forman una historia subyugante, un discurso imparable, un río al que el lector convencido se arroja de cabeza sin importarle dónde irá a parar. Pocos escritores pueden presumir de escribir cómo y de lo que les da la gana y no perder a sus lectores. Marías no ahorra palabras, no ahorra párrafos, no ahorra ideas. Dice todo lo que tiene que decir y quien quiera, quien le quiera, que le siga. Doscientas páginas de introducción: dicho así suena brutal, repelente. Pero es que estamos ante una novela larguísima, llena de episodios variados, de memoria, furia, fiebre, lanzas y dolor. Y colocar al lector en situación sólo podría hacerse como lo hace Marías: introduciendo temas, recurriendo a las digresiones, a la dilatación temporal. Y nunca cansa, nunca aburre, nunca vemos inflación textual en esta gran novela. Y cuando el narrador, Jacobo Deza, habla de su padre y de cómo fue traicionado por los que le conocían, por quien había sido un amigo de toda la vida, tras acabar la guerra civil española, podemos contemplar el dolor, la rabia, la desazón, la injusticia pero también la contención del narrador/autor, que se sabe emocionado y no quiere lagrimear, no quiere ganarnos con lo fácil y corta y da vueltas y elude lo sentimentaloide y lo folletinesco y lo vendible, huye del fácil reconocimiento y del fácil aplauso. Y hablándonos de esos tiempos duros, de delaciones y de ruido y furia y traición y estupefacción y certeza y miedos y represalias consigue la primera gran parada, la primera conquista del ánimo del lector y de su atención inquebrantable y sube y muestra cómo se escribe la más alta literatura en los días de hoy, aquí y ahora.

21 noviembre 2007

Fernando Fernán-Gómez


En un mundo del que van desapareciendo las personas más importantes, los artistas más necesarios, también un actor magistral decide envolverse en su capa, en su sombrero gigante y desaparecer, acaso algo hastiado, harto, decepcionado, fatigado y con una sonrisa muda y quizá invisible en sus labios. ¿Qué nos quedará de este hombre? Algunas películas, algunas series - la del pícaro, me recuerda mi hermano por teléfono, que también acaba de enterarse de la noticia del fallecimiento-, algún exabrupto, una imagen, una voz que mañana oirás en televisión - un anuncio inigualable- defendiendo la grandeza del fútbol con un tono que te paralizará y que te arrancará un rato de tu vida cotidiana para llevarte a un lugar del que parten los mejores pensamientos y al que van a parar las mejores personas. Te añoraremos. Hasta siempre, Fernando.


Comentarios dignos de leerse en el diario Público

10 noviembre 2007

Mi madre, en la iglesia (Nunca te diremos adiós)


A las seis de la mañana dejé el sofá y me puse a escribir estas líneas. Las leyó una de nuestras primas, Loli, porque sabíamos que ninguno de los cuatro hermanos podríamos dominar la voz ni los sentimientos. Cuando mi prima acabó de leerlo, hubo un inesperado aplauso en la iglesia, que quizá mi madre, junto a las palabras a ella dedicadas, pudo oír. El sacerdote aprobó la lectura del texto, leyó a su vez algunas palabras de Miguel de Unamuno y de Antonio Machado. Espero que mi madre las oyera. Espero que aún pueda seguir oyéndonos, deseo que exista el alma y que ella, mi madre, nunca deje de ser mi madre.

Mi madre no confiaba en el no. Confiaba en el sí.
Mi madre era optimista: siempre creía que todo tenía solución.

Mi madre tenía un gran poder: allanaba las montañas. Pero no las físicas, sino las montañas que crean las diferencias y las discusiones. Y encontraba el camino para el entendimiento y la paz.

Mi madre nunca se quejó de nada. Siempre le importaron sus hijos y toda su familia antes que sus propios problemas.
Mi madre siempre se esforzó, siempre nos quiso. Su presencia traía la luz del nuevo día.
Mi madre era la aurora, era la luz.
Nunca te olvidaremos, Aurora Rodríguez Castillo.

26 octubre 2007

Mi madre no murió sola


Mi madre no murió sola. Yo cogía su mano derecha con mi mano derecha, la izquierda la puse con la palma abierta en su frente, mi hermano Pepe le cogía la otra mano. No quisimos que se muriera conectada a las máquinas, que llamaran y nos dijeran que había muerto y verla sola, en una camilla de hospital. Cuando llegué, sufrí un ataque de nervios. Ella estaba en coma. Yo la había dejado consciente, con sus ojos tan abiertos, tan comunicativos, llenos de la vida grata y la alegría tan palpitante que siempre los llenaron. Me abracé a mi hermano Pepe, lloré como sólo se llora cuando va a morir la persona a la que más has querido en tu vida. Salí corriendo, seguido de Inma, mi mujer, por el pasillo. Me dejé caer, o me caí, y el mundo se redujo a una visión corta y unos pensamientos destrozados. Pero, de repente, me levanté y tomé una decisión: ella ha hecho tanto por mí, nos ha dado tanto que se lo merece todo, hay que ayudarla, asistirla, estar con ella hasta el final. Nunca antes había visto a un muerto. Con treinta y nueve años, siempre le hurté a mi mirada esas imágenes que perturban la memoria durante el resto de nuestra vida. Pero volví a la habitación. Le dije a mi hermano que le cogiera la mano, yo tomé la otra, le puse la mano en la frente y mi madre, poco a poco, sin sufrir, acaso sintiéndonos, acaso oyéndonos, se fue muriendo sin dolor -tenía los pulmones encharcados: un resfriado que, con su edad y el alzheimer encima, era insuperable-, como un pececito fuera del agua, yo diría que se abandonó y no luchó, para ahorrarnos angustia y miedo -siempre fue así, siempre: esa mañana se comió todo lo que le di, hasta abría la boca dibujando la forma de la jeringa con la que la alimentábamos, incluso esbozó una de sus sonrisas, gesto con el que se comunicaba casi plenamente desde que dejó de hablar-, siempre tan generosa y tan buena. Mi voz se mantenía firme y le pedí a uno de mis sobrinos que llamara a su padre, Emilio, y a su tío, Cayetano, porque noté que estaba muriéndose. Y unos instantes después murió mi madre, ante sus hijos, en nuestras manos, como ella nos tuvo al nacer. Mi madre no murió sola. Se quedó de lado, como un pajarillo- me acuerdo de esos pequeños gorriones que caían prematuros de sus nidos al patio de nuestra casa de Ugíjar, con las horas contadas- delgada e inerme, en su cara la expresión serena del que duerme y ha cumplido gratamente con su papel y nada tiene que reprocharse.
Anteayer, mi hermano Pepe me preguntaba aún cómo podía saber yo que mi madre se estaba muriendo. Otras personas han aguantado horas, hasta días, me dijo, en su situación. Yo nací de ella, pienso, y fui quien más tiempo pasó a su lado - treinta años - , estuve los últimos cuatro días en el hospital desde la mañana hasta la noche, y supongo que nos entendíamos de una manera inefable. ¿Cómo explicar, si no, el texto que escribí para este blog, y que podéis leer más abajo, horas después de perderla? ¿Y el texto que a las seis de la mañana volcaba en un papel el día de su entierro y que una de nuestras primas leyó en la iglesia? Mi madre me apoyó siempre, me compró cuantos libros le pedí, nunca dejó de sonreírme. Son los peores días de mi vida. El lunes cumplí cuarenta años. Aún no soy capaz de oír música, aún me domina el dolor de estómago. Pero no va a acabar aquí todo. Por lo pronto, hemos decidido reunirnos un día al año -hermanos, nietos, mi padre- en honor de Aurora, nuestra madre, un día distinto del 1 de noviembre, que recuerda a los muertos; seguramente el día de su onomástica, para celebrar que vivió y siempre estará viva. Mi madre.

21 octubre 2007

Mi madre


Cuando tu madre muere en tus brazos el círculo se completa, porque ella te sostuvo en los suyos cuando naciste.


En recuerdo de mi madre, Aurora Rodríguez Castillo, que falleció en Almería el 20 de octubre de 2007.

12 octubre 2007

Elogio y defensa de la coma


Me he pasado varios días leyendo una novela con un lápiz al lado, cerca de la mano, corrigiendo cada vez que me encontraba una frase a la que le faltaba una o varias comas. Se nota que la traducción está hecha con prisa -no me quejo: pagan poco, los traductores están mal tratados por la industria y su situación va a peor-, pero con gusto también, y a la traductora le ha faltado tiempo para ver de nuevo las páginas y poner unas comas más por aquí y otras por allá. Me ha gustado la elección de las palabras, el ritmo de las frases, así que me parece una buena traducción. Pero faltaban comas en algún advocativo -fallo cada vez más común-, en alguna aclaración que ha de ir entre comas, en ciertas frases que empiezan con un "Cuando"... y no hay coma antes de algún pronombre. Y es que la coma es la que marca la respiración de la frase, es el pulmón de la frase, y si se suprime nos quedamos como al final de una carrera o como en una charla en que alguien te habla de la manera en que lo hacen algunos locutores, uniendo la frase que acaba con la siguiente, por mor de las prisas, y nos ahogamos, aunque asentimos y esperamos que lo afirmado tenga poca importancia. La novela pertenece al género negro y la traducción seguro que no le ha costado a la editorial tanto como la de algún pope estadounidense -aunque mejor no apostar-, por lo que los descuidos parecen menos graves, pues ya se sabe que el lector de este tipo de literatura no ama más que la acción. A mí también me gusta la acción de las palabras, la interacción, y que haya comas. Cuando leo -siempre por encima, en un gran almacén, mientras espero a que mi mujer acabe alguna compra- algún parrafo suelto de los best seller y no veo comas me digo que me están estafando -no del todo, porque nunca compro esos libros, claro-, me están quitando la salsa, el condimento esencial, la nota que marca la pausa antes de que vuelva el tema principal, el acorde perfecto. También escribo. Y amo las comas. Aclaran, señalan caminos, ordenan, enfatizan si es necesario, orillan lo inútil, les otorgan a los más acertados textos una musicalidad que podría compararse con la belleza de alguna composición chopiniana. Las comas son absolutamente necesarias, amigos, tendría que crearse una asignatura en las escuelas de letras dedicada exclusivamente a su buen uso. Saldrían escritores más profundos, más exactos, y sus libros seguro que nos elevarían.

(Foto: Partitura con una composición de Chopin)


Texto recomendado: Con una exquisita sensibilidad, nos habla Elena en su blog de Dickens y las narraciones orales.

04 octubre 2007

Los ojos de mi madre


La cabeza de mi madre, en la almohada, es un peso liviano. Pero sus ojos, que nos miran intensamente, tienen un peso enorme, porque transmiten ganas de vivir, porque te buscan y consultan qué hay en tu cara y te alegran dejando caer una sonrisa hasta la boca. Sólo murmura. Apenas se queja. Mi madre está en la cama del hospital. Vuelve la cabeza para ver quién se le acerca. Sólo por eso lo premia con una sonrisa. Le seco el sudor de la frente, le acaricio la mejilla, le susurro si se altera. Mi madre es todo ojos: de un color que no sé decir, de una transparencia vivificante, con un brillo sin lágrimas que me ata y me emociona. Si me aparto de su lado y me alejo, sus ojos me siguen, me llaman, me reclaman. Pero también mira mi madre a mis hermanos, también les sonríe a ellos. Y se queda expectante cada vez que una enfermera le habla, la mueve, porque en su memoria no halla la imagen para comparar y reconocer. Mi madre es sus ojos, dos ojos que registran aunque no entienden demasiado, dos ojos que se fijan en los cambios de la luz en la ventana, que toman por reales a los seres fantasmales de la pantalla de televisión. Los ojos de mi madre han visto más de ochenta años de alegrías, penas, injusticias, han visto noches y días y saben cómo hacerte sentir que la vida merece la pena. Y los ojos de mi madre nos convocan, alejan de nuestra memoria el daño y la enfermedad y el accidente que la ha llevado al hospital y nos hermanan de nuevo, nos ayudan a mirarnos de nuevo con confianza, de nuevo rebosan bondad y nos rendimos y nos alumbramos y nos alimentamos y olvidamos tantas cosas que sólo habían surgido para separarnos.


(Foto: Nadar)

21 septiembre 2007

Los 90



Íbamos al cine con una compañera de clase y ella elegía una de miedo, lo que era la excusa perfecta para que te cogiese de las manos y te pidiera ayuda, que no te enteras, Paco, que me gustabas hace tiempo, tú siempre perdido en tus libros y tus largas conversaciones. No éramos celosos, no nos importaba el comentario de una amiga que había visto a tu chica con otro paseando por la playa, porque seguro que había una explicación. Y si no la había, sabíamos perdonar; y perdonábamos. No consumíamos tantas cápsulas y recurríamos al geniecillo dormido dentro de una botella para perder la timidez y el miedo y para ahogar la tristeza, que era más llevadera, más breve, sólo una acompañante ocasional. Nuestra imaginación era más natural, nuestras conversaciones incluían una inolvidable e insuperable frase -"no aísles", cuando éramos tres y uno se quedaba fuera de juego porque hablaban sólo dos; "no aísles", decía mi novia porque la amiga que venía con nosotros al cine se quedaba callada o la aburríamos hablando de algo que sólo nos incumbía a mi chica y a mí-, la gente era más generosa, menos desconfiada, creía menos en la propiedad y se enamoraba más fácilmente, aunque después no fuera nunca capaz de dar el primer paso. Daba igual: disfrutábamos imaginando. No se acababa el mundo si te dejaban, si ella te había engañado no buscabas venganza y jamás recurrías a la violencia, porque ella no era tuya, no la poseías: la posesión no era nuestro primer objetivo. Recuerdo que yo era feliz con ella sentados en la playa, cantando, en tardes hurtadas al estudio, y que cuando nos separábamos nunca me iba solo, nunca me iba sin algo nuevo o sin la sensación de haber profundizado en un aspecto, en un tema, en una meditación; me marchaba con las manos aún suaves por las caricias, con la mente llena de imágenes que se habían enganchado ya a la memoria (aún perduran, de hecho), con el paso ligero y convencido de quien incluso en la adversidad sabe hallar algo que merece la pena.


(Foto: Carlos Pérez Siquier)

16 septiembre 2007

Amigo es aquel que fue generoso contigo al menos una vez

¿Por qué hay tanta gente llena de rabia?, me pregunta mi amigo Luis Castillo. Oigo su respiración agitada, aparto el teléfono de mi oreja un instante y exhalo una imprecación. Alguien lo ha fastidiado. ¿Por qué hay tanta gente que no es feliz si no jode a los demás?, ¿por qué no viven sus vidas y dejan que los demás vivan las suyas?, ¿por qué creen ser íntegros, ejemplares, pero sólo caben en su mente su imagen y sus propios, egoístas deseos?, ¿por qué con los enemigos cobran fuerzas, se afirman, se imaginan que crecen en la batalla, en la lucha, en el forcejeo, cuando sólo disminuyen, sacan a la luz su lado podrido? Luis está muy fastidiado. Algo le ha ocurrido con uno de sus amigos, al que no conozco. No me cuenta más. Y yo, no se me ocurre otra cosa, le digo: Amigo es aquel que fue generoso contigo al menos una vez. Amigo es el que no te traiciona, el que no te abandona, el que no cree ser más que tú. Amigo es el que lo es para siempre. Pero Luis está fastidiado. No se anima. Cuelga y sé que es porque quiere hablar pero no encuentra las palabras, no consigue decirme qué le angustia. Mañana lo llamaré, o iré a su casa. También se puede ser amigo en los silencios y en las esperas, sólo con hacer compañía. Espero no defraudarlo.


(Foto: Javier Arcenillas)

12 septiembre 2007

Carta a Ismael Serrano


"Mi utópico amigo". Así me llamaba mi mejor amigo de los veintisiete años. El que ya no me entendía tanto a los veintiocho, el que no era mi amigo del alma a los veintinueve. Me siento incomprendido casi siempre, cuando hablo y cuando callo. Incomprendido cuando tengo que explicar por qué escribí algo tan duro, por qué me quedé tan blando aquélla otra vez. Pero siempre he sido utópico. Mi amiga de Los Ángeles (California), a quien nunca he visto y a la que conocí por un blog, es quien mejor me entiende. Quizá porque nunca me ha mirado a los ojos, porque nunca se ha dejado engañar por el tono equivocado de mi voz. Muchos somos así, nos sentimos así. Incomprendidos. Por eso me sabe mal escribir y no ensalzar a mi admirado Ismael Serrano, que tan bien me entendía, sin conocerme, escribiendo canciones como "Ya quisiera yo", que me describe como si Ismael hubiera estado un año entero viviendo a mi lado. Pero es que, Ismael, los tres últimos discos que has sacado me duelen en el alma, me decepcionan. Sí, dices que te niegas a crecer, pero has perdido ironía incisiva, has perdido algo de mala leche, te has suavizado, te has enredado con las letras románticas, te has instalado en un tono cercano a lo monocorde, amigo, ¿qué te está pasando? Oigo tus "Sueños de un hombre despierto" y me obligas a golpear la pared, a volver la cara, a quejarme a media voz -¿quién podría oírme, a quién le importará?-, porque tú tampoco me entiendes ya. De nuevo muy solo, Ismael. Con lo que he cantado yo "Tierna y dulce historia de amor", "Papá, cuéntame otra vez" y "Al bando vencido". Ya no puedo cantar tus canciones, tus nuevas canciones, porque se ve que me he hecho viejo y tú sigues joven, algo adolescente, quizá demasiado adolescente. Y mira que te quiero, amigo, y mira que me cuesta escribir esto, mira que sé que eres un utópico como yo. Incomprendidos, Ismael. Ahora, también, tú y yo.

06 septiembre 2007

La vivienda, derecho contitucional

Mi amigo Luis Castillo lo ve muy claro: un sistema se autosdetruye cuando acaba por vender sólo humo y añagazas. Seguro que pensáis en Cuba, pero él se refiere a nuestro sistema, el hipercapitalista en que vivimos (sobrevivimos). Viene esto a cuento de que un presidente de una comunidad autónoma de España ha prometido vivienda digna para la gente que menos dinero tiene, que menos dinero gana. Inmediatamente, un montón de tertulianos, políticos, articulistas y "pagados por los que cierran bocas" (Luis dixit) se ha apresurado a tachar la medida de electoralista -¿pero no faltan más de seis meses para las elecciones? Qué exageración -, de imposible y hasta de inoportuna. Son los que no quieren que el estado ayude al ciudadano, los que no quieren que se ayude a los pobres, los que no quieren que se corrijan las grandes desigualdades gracias a las que se mantiene un sistema tan mentiroso y dañino como el que padecemos, afirma mi amigo Luis. ¿Por qué esos tertulianos, esos analistas, esos economistas -la profesión más imbécil del mundo, ya que sólo da inútiles, pues vaya cómo tienen el mundo los encargados de cuidar del euro y del dólar-, esos articulistas -dejemos a los pagados para intoxicar- no se dedican a exigir que se cumpla ese derecho recogido en nuestra Constitución, por qué no se empeñan en reclamarlo en todas la comunidades de nuestro país, que pueden -si quieren- tomar cartas en el asunto? Si ya no vemos esto, sigue diciendo Luis, es que estamos muy enfermos, el sistema está muy enfermo, y si no se exige ya ni que se cumpla el mínimo exigible es que estamos en proceso de autodestrucción. No creemos ya ni en nosotros mismos. Qué país, qué mundo, añade Luis. Politiqueo, intereses oscuros, mandados que entonan la canción de su amo. Que vengan ya los extraterrestres, hombre.


(Foto: Alberto García-Alix)

04 septiembre 2007

Alberto Ruiz-Gallardón


Le entrevistan en Radio Nacional de España, en el nuevo programa de Juan Ramón Lucas, y me quedo escuchando hasta el final porque se trata de una persona que ingresa ligeros cambios en la imagen que de los políticos de derechas tenemos en España. No creo que la derecha española esté centrada, o sea, en el centro, como defiende un rato antes en la misma emisora una contertulia. No creo que la voz de Mariano Rajoy sea la de un político centrista: ¿en qué se parece al paradigma español, que es Adolfo Suárez? En nada. Éste hizo avanzar a la sociedad española, fue valiente e integrador. Rajoy es muy demagogo, siempre hace declaraciones que quiere que surjan de su boca como si debieran de esculpirse, de repetirse luego a media voz como mantras intachables. Ningún político tiene la verdad absoluta, ningún político puede prescindir del rival ni de quienes no le votan, porque si gana unas elecciones ha de gobernar para todos los ciudadanos, los adeptos y los que no le quieren. Rajoy no se hace de querer, se refugia en los que le quieren, no amplía campo, no se gana nuevas adhesiones, no consigue que lo quieran más. A Rajoy, incluso los suyos, cada vez lo quieren menos.
Gallardón pertenece a esa clase de políticos que aman la política y desde muy jóvenes han entrado en un partido y han ido escalando posiciones hasta llegar a a lo más alto. Es querido y temido a la vez entre sus compañeros, porque aún no ha tocado techo. Durante los períodos electorales su voz me suena más a derecha, a partidopopular, a dirigente que no quiere ceder su plaza y que, orgulloso y confiado de sí, batalla para ser presidente de una comunidad o alcalde de una ciudad muy grande con la convicción del que sabe estar, presentarse, ser aclamado, valorado y respaldado. Pero cuando no hay elecciones cerca - o acaso siempre, porque no soy uno de sus seguidores y no le escucho más que esporádicamente-, cuando le entrevistan le oigo hablar de otros temas ajenos a la política y le presto atención, porque no es que rompa moldes, pero sí apunta detalles significativos. Esta mañana, en respuesta a la solicitud del presentador del programa, ha escogido la música de Bach y de Joaquín Sabina como acompañamiento y fondo mientras le hacían preguntas y en las pausas de la entrevista. El propio Juan Ramón Lucas, avispado, con buen instinto periodístico, le ha preguntado poco después por qué elegía a Sabina, tan alejado ideológicamente de lo que es y representa ser Gallardón. Y el alcalde de Madrid ha contestado que no se limita en los gustos estéticos, que eso no sería muy inteligente. Me gusta la frase, me gusta su aroma comprensivo y mestizo. Pero luego pienso que no: no me convence que un político de derechas pueda planear leyes y vivir en la derecha política y social pero en la intimidad disfrute de las canciones de un viejo cantautor rojo, de una estirpe de artistas que en sus letras denuncia situaciones a las que la derecha no presta atención, que señala desigualdades que no restaña la derecha, que lucha por una igualdad que jamás nos ofrecerá ninguna derecha del mundo. Y ahí veo por qué nunca me han convencido los políticos de derechas, por qué su separación de la vida íntima y la vida social nunca me han convencido, vuelvo a comprender qué es la derecha, cómo es un político de derechas: aquel que deslinda, separa, diferencia, puede disfrutar del logro literario y musical de un viejo rojo como Sabina y dejarlo en la habitación de su casa, en la intimidad del hogar, quieto, reposado, inerme, sin más valor que el estético, para el goce de los sentidos. Por eso sigo prefiriendo a esos tipos que aún creen que la literatura puede cambiar las cosas, molestar un poco a los que tienen el poder; por eso sigo estando cerca de los cantantes como Sabina, Labordeta -magnífico novelista también- o Ismael Serrano, que aún se la juegan, aún apuestan su credibilidad y su voluntad ante el público dando versos y palabras que no están trillados, vacíos de contenido por el uso insensato, que nunca diferencian una canción política de una canción de amor o surrealista, porque en su búsqueda de la verdad no separan lo público de lo privado, no parcelan, no son dos personas en una. Y sigo defendiendo a esos escritores que arriesgaron lectores y comodidades para profundizar en el hombre, en sus contradicciones, y que contra viento y marea se mantuvieron en una línea coherente y aun calamitosa, que a algunos los ha llevado a un semiolvido y a otros los abandonó en manos de la muerte con poco más de lo que habían traído a este mundo. Y sigo creyendo en las personas y en los políticos que, a diferencia de Gallardón, aman el arte por algo más que su goce estético.


(Foto: Sergio Barrenechea - Efe)

30 agosto 2007

10 minutos, 1000 vidas


Abres el periódico y te topas con una noticia como ésta: El sueldo de un año, en 10 minutos (El País). Tipos de Wall Street que ganan en diez minutos lo que un empleado medio en un año. Y mi amigo Luis Castillo me llama, con tono irónico primero y enfadado, muy enfadado después, me dice que no es así la cosa, que luego vienen los aguafiestas de siempre -bien subvencionados, bien pagados con dinero secreto- y dicen que no hay lugar para las revoluciones, los grandes cambios, los movimientos de protesta generalizados. Nos han idiotizado, desarmado moralmente, nos han bajado a la categoría de perritos que aceptamos y lamemos nuestro hueso, añade. ¿No sirve ya Marx? ¿Qué tenemos a cambio? ¿No sirve ya Emile Zola, no sirve Sartre? ¿Qué tenemos que los mejore? Luis se calla. No quiero insistir con lo de los niños que se mueren de hambre, con tanta correción política para no perder clientela. Son argumentos fáciles, aclara, aunque absolutamente innegables, palpables. No son lugares comunes, son una realidad. Diez minutos, insiste, trabajan diez minutos y otros todo un año. Qué injusto, qué mierda. En fin. Ya vendrán a consolarnos con lo de siempre, con lo del fiasco de Rusia (como si allí hubiera habido comunismo, hombre, a otro perro con ese hueso), con el fin de las utopías ( claro, que no pensemos ni deseemos más que lo inmediato y comprable), de las ideologías (claro, a partir de ahora pensaremos no con ideas sino con números de tarjeta de crédito) para que este capitalismo devorador no pare, concluye Luis. Me ha dejado sin palabras.


Nota: Hoy, 31 de agosto de 2007, leo -un día después de lo escrito arriba- que septiembre se va a presentar con una subida del pan, la leche y la carne que no tiene parangón en los últimos treinta años. No es de cultura esta noticia, pero me deja temblando. Mi amigo Luis Castillo no me ha llamado aún. Supongo que su enfado ya es doble. No ganan los agricultores, está claro. Vivan los intermediarios, me dirá, viva el mangoneo, vivan los que viven, concluirá con tono amargado.

(Foto: Robert Frank)

24 agosto 2007

Luis María Anson, España, cultura

Hace algún tiempo disentía, en otro blog, sobre la capacidad de este periodista para estar en la Academia. Sigo pensando lo mismo. Y para basarme en algo más que apreciaciones personales, os dejo este ejemplo, aparecido en El Cultural el pasado 18 de enero, y que me ha hecho llegar mi amigo Luis Castillo. Transcribo: "No está en los circuitos intelectuales. No es rojo. Ni siquiera es maricón. Pero tiene talento." Así empieza este académico una loa a Pedro Ruiz. Juzgad vosotros mismos. Ésta es la otra España, la que dicen que no existe, la que cree tener la razón en todo, la que es culta, ejemplar y da lecciones, la que cuando pierde no reconoce la derrota y descalifa a unos para ensalzar, por contraste, a otros. La que nombra despreciativamente al presidente de su país con dos letras. Válgame, lo que tiene uno que oír, que diría mi padre. Aseguran que se necesitan cien años para superar los efectos de una guerra civil. Quiera Dios -en quien creo, porque Dios no es un invento de la derecha ni patrimonio particular de nadie- que pasen pronto los años que nos faltan.


(Foto: Robert Frank)

14 agosto 2007

Generación Herida


Somos una generación herida. Mi profesor de literatura y amigo - en los años del instituto- Pedro Vázquez me dijo un día que el futuro era nuestro, sería nuestro porque estábamos preparados y teníamos los conocimientos. Pedro me invitaba a ir a su casa, en Almería, y juntos estudiábamos la viabilidad de que tras el nombre fuera un "que" sin la coma correspondiente, analizábamos oraciones para pillar al autor y señalábamos los errores cuando faltaba un verbo, por ejemplo. Nos gustaba mucho escribir y ver los textos despacio, leer comprensivamente, no para llenarnos el coleto de anécdotas y aventuras sino para empaparnos de nuevos conocimientos y reflexiva y responsablemente ir avanzando, paso a paso, en el mundo de la literatura. Ambos escribíamos relatos -yo también alguna novela - y Pedro confiaba en mí. Me reunía con otros amigos en una tertulia y nuestra capacidad se ponía a prueba en multitud de temas. Jamás he sabido tanto, he aprendido tanto como al lado de aquellos amigos. Pero Pedro se equivocó: no somos los nuevos amos, los nuevos dueños del cotarro, los que publican libros y venden mucho, a los que entrevistan los periodistas de El País, El Mundo, Qué Leer en el fragor de las campañas de promoción. Algo se rompió, se extravió, y no podemos reírnos ahora, al hablar de la generacion perdida estadounidense, porque las tripas protestan y el ardor nos llena la boca. Sabíamos mucho de Onetti, de Cortázar, de Benet, de Faulkner, de Scott Fitgerald, de muchos autores. Teníamos teorías y argumentos para escribir magníficas novelas, pero algo nos descompuso. Uno se fue a Barcelona, tuvo un hijo y no volvió a escribir -que yo sepa -, otro publicó una novela y obtuvo un cierto éxito pero después le hicieron el vacío de una manera asombrosamente extraña. Éramos tres amigos, la Generación Herida, y no tenemos pena, no echamos de menos lo que pudo haber sido y no fue, no nos agobian las pesadillas. Salimos a tomar cervezas, miramos las caras de los desconocidos y asumimos que nosotros también lo somos. Y la vida va pasando lentamente, hablamos del último libro de Javier Marías, de Muñoz Molina, e insensiblemente, sin ningún dolor marcado en la cara o en los ademanes, nos acercamos a la edad madura y miramos nuestros relojes y pensamos en lo próximo que tenemos que hacer en casa, con nuestra mujer o nuestros hijos. Y estamos plenamente convencidos de que el mundo sigue tan mal como antes, como cuando teníamos veinte años y los sueños parecían tan reales que para tocarlos sólo bastaba con dar un paso adelante.

08 agosto 2007

Las derechas, las derechas


Estoy sentado en un banco de la Carrera del Genil, esperando a que llegue mi mujer, que se ha entretenido comprando en una tienda de la calle Reyes Católicos. Granada, hace dos horas. De repente veo que un hombre viene directo hacia mí, se para a mi lado, acerca su cara a la mía. "Las derechas, las derechas nos tienen adulterados y envenenados", dice. Y no aguarda a que le responda, continúa su camino como si me hubiese traído ese mensaje desde muy lejos, cumpliendo un encargo. Y el inesperado mensajero, vestido con camisa verde y pantalón claro, sube la calle y se pierde entre en la gente.


(Foto: Lee Friedlander)