07 julio 2007

La lectura


Leer es también una forma de no-ser siendo, de estar no-estando, de vivir no-viviendo. Es ser uno mismo y no serlo. Es una de las mayores experiencias humanas, aunque parezca pasado de moda decirlo. O exagerado. Leer es, puede ser un acto revolucionario, no me cabe duda.

Foto: Javier Arcenillas


Otro texto, moderamente iracundo, aquí.

05 julio 2007

Juan García Hortelano: Cuentos completos


García Hortelano es uno de mis escritores preferidos. No obtuvo el reconocimiento que sí lograron otros autores de su generación y está, como casi todos ellos, en ese medio olvido doloroso e injusto que cae sobre muchos escritores muertos durante algunos años hasta que se les rescata, se les reedita, vuelve a leérseles con pasión. Creo que los libros y sus autores duran porque hay detrás lectores apasionados, que defienden al autor y al libro con más ganas y más acierto que los críticos y los estudiosos, a veces demasiado intelectualizados. Cuando un lector apasionado se convierte en un gran escritor, pongamos por caso, y su influencia es incontestable entonces sus opiniones y la defensa de escritores del pasado adquieren peso y significado y ayudan a devolver a la actualidad y a tomar el camino de la inmortalidad a algunos autores, como García Hortelano, medio olvidados. No tengo yo la importancia ni la influencia, pero quiero aportar mi granito de arena para que no olvidemos a García Hortelano porque novelas como "Tormenta de verano" y "Nuevas amistades" siguen vivas, nos hablan de los seres humanos con gran acierto y plenitud, son una fuente en la que beber cuando se quiere hacer literatura crítica, esa que mira la realidad de su tiempo con ojos abiertos y comprometidos. Los cuentos de García Hortelano también son muy interesantes, necesarios para saber de una época y de un país, para ver lo que llaman la intrahistoria, para saber de lo que se vivía y latía en las casas de la gente que vio nacer una guerra, que tenía braseros, que pasaba mucho frío, que se enamoraba y miraba al prójimo como un hermano desconocido pero muy cercano, identificable y absolutamente necesario para la convivencia. Eran otros tiempos y García Hortelano los cuenta sin exagerarlos, sin disfrazarlos, con unas voces narradoras que nos permiten ver, sentir y presenciar como si estuviéramos en primera fila, acaso como si fuéramos uno de esos niños de sus relatos llenos de la alegría de vivir y del desasosiego de no saber hacia dónde nos llevará la vida. "Daba lástima imaginar que la nieve se derretiría y que acabarían aquellos días raros, con Tano en la cama, aquel miedo soportable y excitante de las tinieblas blancas, de la soledad, del frío." Qué gran escritor, amigos, qué premio es poder leerlo.

27 junio 2007

Ernest Hemingway: Cuentos


Leer a Hemingway es como viajar por el mundo, es conocer a muchas personas, muchos paisajes y estar cerca de la muerte. Siempre le preocupó a este escritor tanto la vida como la muerte, ambos estados, que en sus libros están más cercanos que en los de la mayoría de autores, exceptuando a los de novela negra o de terror. Leer a Hemingway es viajar por las capas que forman el alma, por minutos y horas decisivos e irrepetibles. No me extraña que le gustara la novela negra ni que tantos autores de novela negra le hayan leído, se hayan dejado influenciar por su prosa viva, descriptiva y exacta, una de las mejores del siglo pasado. Valga este ejemplo del relato "La breve vida feliz de Francis Macomber": "Pero el otro toro seguía galopando al mismo ritmo y Macomber falló, levantando una salpicadura de polvo, y Wilson falló y el polvo formó una nube y Wilson gritó: ´Vamos, está demasiado lejos´, y le cogió del brazo y ya volvían a estar en el coche, Macomber y Wilson agarrados a los laterales y avanzando a toda mecha, dando bandazos por encima del terreno irregular, acercándose al toro, que seguía con su galope constante, veloz, de cuello grueso y línea recta". En él hay acción y un ritmo formidable que no cabe calificar sino de maestro. El estilo de Hemingway ha generado muchos imitadores y ha inspirado a muchos escritores que lo han usado, convenientemente adaptado a su particular respiración textual y a su pulso narrativo, con brillantez y acierto, respetándolo y encauzándolo hacia otras orillas en las que también brilla el sol de la valía y el reconocimiento. Hemingway sigue vivo, muy vivo, amigos. Este libro, recientemente publicado, es una pequeña joya, que cuenta con una buena traducción de Damián Alou -aunque cabría reprocharle que confunda el objeto directo con el objeto indirecto, algo que se vuelve pesado por la reiteración del error- y que es una nueva puerta para entrar en un mundo creativo seguramente imperecedero.

22 junio 2007

Mario Vargas LLosa: La verdad de las mentiras


No me gustó el giro que a sus ideas políticas dio Vargas Llosa, adulto que admiró profundamente a Jean-Paul Sartre y que maduró en edad y dejó atrás algunas filias que lo ennoblecían y lo volvían también imprescindible a mis ojos. Pero el viento de la historia, ya se sabe, barre siempre al que se atreve a decir, señalar, contradecir y a equivocarse. Y hoy a Sartre, premio Nobel, autor de alguna novela fundamental y algún libro de ensayo inmarchitable, se le mira con desdén, con un amago de desprecio, porque quedó para muchos superado: qué palabra ésta, qué conclusiones las de algunos que siempre buscan dar por zanjadas, enterradas las ideas, como si eso no fuera una toma de posición ideológica. En el prólogo de "La verdad de las mentiras", Vargas Llosa concluye que quien apuesta por la ficción se dota de un poder ingobernable y cuestiona sólo con meterse en mundos imaginados el mundo que le rodea y los poderes que nunca acaban por contentarnos, apuesta ésta del maduro Vargas Llosa que me atrevería a decir que es una afortunadísima vuelta al origen, al cuestionamiento y a la libertad verdadera, la que no se puede calcular ni encapsular: la del alma humana. Las ficciones son indispensables para el hombre, para contarnos lo que la historia no puede decir, son producto de los sueños, deseos, miedos, frustraciones, nos dice el escritor peruano, que nos recuerda la frase famosa y triunfal de Balzac en que señalaba a la ficción como "la historia privada de las naciones." Y este aspecto, fundamental, me hace pensar que de nuestro tiempo acaso queden algunas partituras, algunas voces grabadas, algunos cuadros y fotos, y sobre todo quedarán muchas novelas, porque en ellas latirá de verdad el ser humano verdadero, el que se muestra sin cortapisas, sin precio ni destino prefabricados, el que acaso a partes iguales está hecho de sueño y realidad. El exceso de imágenes, de documentos sonoros no me induce a pensar que la historia, la ciencia, lo pretendidamente real servirán para decir qué atormentaba, seducía o molestaba al hombre de principios del siglo XXI. Sin la novela, sin la ficción, sin la libertad absoluta del que escribió en un cuarto, a solas, sin prisas y teniendo siempre como primer destinatario de sus páginas, llenas de historias imaginadas, a sí mismo no habrá sino raspaduras, aceite en agua, sombras en la pared, ya que si la ficción cuenta algo es el destino del alma, del espíritu -escoged la palabra que más se ajuste a vuestro gusto y creencias- humano, que jamás podrá verse bajo un foco, en una imagen quieta o móvil, que sólo podrá intuirse, compararse, ser alumbrada un breve instante antes de que la mirada se ciegue o se niegue a ver más. El misterio humano es el alimento de la ficción y la ficción es una breve luz sobre el alma humana. Así pues, este libro de Vargas Llosa, que es un viaje por ficciones esenciales del siglo XX, me parece altamente recomendable y altamente disfrutable. Un libro que nace para ser y compartir, para indagar y compartir es siempre, para mí, digno de celebración. "La verdad de las mentiras", un libro clásico en mi vida de lector, tiende una mano. No se la niegues, lector.

12 junio 2007

Carmen Martín Gaite: Tirando del hilo (1). Agustín González


No voy a afirmar categóricamente que los más grandes siempre fueron generosos, porque sé que estaría equivocado. Hubo grandes escritores que fueron unos necios, unos despiadados, unos insensibles con sus congéneres. La grandeza literaria no va siempre acompañada de grandeza humana, ni siquiera de grandeza moral, y si no mirad el ejemplo de Céline. En el caso de Carmen Martín Gaite la grandeza como escritora sí iba unida a la grandeza moral y humana. En el libro "Tirando del hilo" dedica un texto a un actor poco conocido del momento, Agustín González, y lo alaba por su trabajo en el teatro. Destaca la humildad del actor, que nunca busca lucirse, ni siquiera cuando el papel se lo permite, porque es consciente de que está dentro de un grupo, de una función, y es sólo uno más, pese a su gran talento. La mirada de Martín Gaite se posa en Agustín González porque ve en él una característica poco habitual en el mundo de los actores y lo ensalza por un valor que escasea en cualquier parte. Y lo hace para desagraviarlo "con mi elogio de la frialdad incomprensible con que las críticas que han caído en mis manos han saludado su salto esperanzado, angustioso, acusador, a los escenarios madrileños". Y es esta labor de Martín Gaite la que me conmueve, su ardor para devolver al intérprete al sitio que se merece -y aclara que no lo conoce más que de vista-, para luchar por aquello en lo que cree, aun contra viento y marea. Agustín González es uno de mis actores preferidos, uno de los más grandes que ha dado nuestro país (inolvidable en "El crack dos" mascando sus dudas con los carrillos hinchados, agachando la cabeza servicialmente en "Volver a empezar", planteando dudas con su voz soprendida en Stico, luchando contra enemigos como montañas en "El caso Almería"), y Martín Gaite no se equivocó apostando por él, demostró su generosidad y dio una lección que sirve todavía hoy, cuando todo tiene un precio, manda el amiguismo, cada cual va a lo suyo y la generosidad se está extinguiendo, junto a la camaradería y a la verdadera amistad.

07 junio 2007

Adorar al patrón

A Luis Castillo le molestan las mentiras, las manipulaciones y las tonterías. Se ha levantado con la indignación en el cuerpo. Y antes de hora. Anoche estuvo en la Feria de Granada, bebió cerveza mexicana y whisky, se acostó tarde y a las nueve y media ha ido al servicio a orinar y ha encendido la radio. Entrevistaban a José María Cuevas, el ex jefe de los patronos, su ex representante, su ex dirigente, su ex voz cantante (Castillo dixit). Luis no vuelve a acostarse, porque se ha cabreado. Le ha molestado mucho el tono y el cariz de la entrevista que en Radio Nacional de España, en el programa de Olga Viza (cómo le han enfadado sus risitas complacientes y subsiguientes a algunos comentarios de Cuevas), le han hecho a este hombre cuyo único mérito para mi amigo granadino es haberse mantenido en un puesto más de veinte años, algo que nunca debería de haber sucedido si se creyera en la alternancia y en la rotación en los cargos. A Luis le saca de quicio que la entrevista haya sido absolutamente laudatoria y que nadie le haya planteado alguna pregunta (ninguno de los fijos del programa, ningún tertuliano) de este jaez: Señor Ex Jefe de los Empresarios, ¿a qué cree que se debe que las empresas cada vez ganen más dinero y los empleados cada vez tengan menos poder adquisitivo y menos seguridad en sus puestos de trabajo? ¿A qué cree que se debe que la gente pobre, con una hipoteca hasta las cejas, deje de tener hijos cuando España es la octava economía del mundo? Luis se atraganta al decirme que le disgusta el tono admirativo de este Ex Jefe con su sucesor, que está radicalmente en contra de la empresa pública (por ahí ha ido su primera declaración), al que él mismo llama Don Gerardo. Luis está muy enfadado. Anoche una persona a la que aprecia, que no hace mucho era limpiadora, que iba de portal en portal quitando la suciedad con mopa, fregona y agua, le dijo que de nuevo había votado a la derecha, también ahora en las elecciones municipales. Una persona con una hipoteca que acabará de pagar poco antes de la edad de jubilación, que hace malabarismos para llegar a final de mes y que ha tenido que recurrir a las tarjetas de crédito en alguna ocasión cuando el pago de la nómina se ha retrasado un par de días. Luis se ha parado ahí. Le he oído resoplar, ha dejado el teléfono un instante y ha vuelto y me ha dicho: Paco, ¿en el futuro a los perdedores, a los pobres se les impondrán multas sólo por serlo, a los que piensan de otra manera se les desterrará exterior o interiormente, se marginará a los que se cabrean, como yo, por oír el canto triunfal de los que tienen la sartén por el mango? Luis seguramente ha salido a la calle, ha mirado a su alrededor y ha pensado que este mundo definitivamente no tiene arreglo.


(Foto: Robert Frank)

05 junio 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (IV). El pueblo de nuestros padres


Me parece prodigioso el instinto creador de Ismael Grasa. Su capacidad perceptiva es muy alta y la de síntesis no le anda a la zaga. El relato "La casa de Benedé" es absolutamente clásico y a la vez absolutamente actual. Podría haberlo escrito Carmen Martín Gaite hace muchos años, con su sensibilidad inigualable. Pero a la vez es puramente del siglo XXI porque, sin desdeñar el realismo de los clásicos españoles, Grasa introduce elementos críticos y una mirada desafecta que son su huella, la clave de su creación. Un hombre acompaña a su madre al pueblo de ella, donde ha comprado una casa -ya tiene una propiedad en el lugar donde nació y creció, apunta el narrador- que por primera vez va a pisar, tras la muerte del anterior propietario. Sacan los trastos de éste, tiran lo inservible a un vertedero -"La nevera rodó pendiente abajo como un automóvil en un accidente"- y después vuelven a la ciudad. Grasa nos habla de la soledad y cierta animalidad del soltero que vive y muere solo en un pueblo, del deseo de retornar al pasado de los viejos habitantes de la ciudad, que no colma sus anhelos. Con pequeñas, magistrales pinceladas retrata espacios que vemos cuando viajamos a un pueblo y que nuestra desapasionada mirada no registra para el recuerdo -la granja de cerdos: "Pensé que nunca había llegado a ver a los animales de esas granjas porcinas. Los oía, olía su hedor casi sin interrupción, pero esas granjas no habían sido para mí más que unas construcciones alargadas que se ven desde la carretera. Cada cerdo, bajo ese techo de uralita, no salía nunca de su zolle"-, nos emociona narrando los abrazos de la madre con los habitantes del pueblo y con la despedida -una imagen plena, eficaz y preparada para la nostalgia- que le dispensa la madre al hijo cada vez que éste se marcha. Grasa apuesta por un realismo astuto y una prosa aparentemente rápida pero llena de agudas reflexiones y puntualizaciones y de nuevo alcanza cotas muy altas con un relato que habrían degustado con gran placer los lectores de otro tiempo y que gustará mucho a los de éste.

28 mayo 2007

Labordeta y el tiempo que no se irá


A mi amigo Paco nunca le importó el dinero. Su tienda -Foto Luz y Color, en Almería - era el centro de reunión de amigos que íbamos a conversar con él, a escuchar música y a revelar pocas fotos. Paco te invitaba a café, te animaba a quedarte, nunca tenía prisa ni se impacientaba si permanecíamos demasiado rato holgazaneando mientras él atendía a los clientes. Yo, a veces, perdía allí una hora al mediodía cuando supuestamente iba a Correos a echar las cartas de mi empresa. Paco me recomendó un disco de Labordeta. Debí de oír alguna canción en la tienda y después acaso hablamos de cantautores y Paco seguro que dijo que Labordeta era uno de los grandes. Me convenció a la primera. Yo sólo sabía que el aragonés tenía un programa de viajes en la televisión nacional y recordaba vagamente que también había cantado y escrito poemas. El cedé - una recopilación - pasó a convertirse en uno de mis preferidos en cuanto lo compré. Y puedo aseguraros que tengo varios miles (nunca me he comprado un coche, una moto, ni tengo una casa, sólo un piso, y he invertido mi dinero en discos y libros). Siempre que se habla de cantautores pensamos en Aute, Serrat, Sabina, Víctor Manuel, últimamente en Ismael Serrano, pero nunca nos acordamos de destacar al viejo Labordeta. Qué injusta es la memoria. Acabo de volver a escuchar un disco -"Nueva visión"- que es un homenaje a este aragonés inmortal, con grupos y cantantes que interpretan sus temas y les ponen un aire nuevo a los campos, las casas, los paisajes que en la voz de Labordeta tanto han conseguido emocionarme. Sí, yo tengo treinta y nueve años. No he vivido la época en que Labordeta cantaba, escribía, era joven, luchador, creativo, imprescindible. He llegado tarde. Pero he tenido abuelos, he visitado sus casas en un pueblo, he dormido en colchones que se hundían y he desayunado leche en tazones altos, hondos, blancos y algo desportillados. Sólo tengo treinta y nueve años. Y el pasado no está tan lejano, no el pasado del que hablo, no del que habla Labordeta en canciones tan magistrales como "Quién te cerrará los ojos" o "La vieja", que cantada por él o - en el disco homenaje- por Paco Cuenca me emociona siempre que la oigo, siempre, me emociona y me lleva a paisajes que mis ojos han visto, han sentido, y me hace acordarme de algunas personas que ya no están y que parece que nunca han estado, que nunca han existido, en este mundo de prisas, de consumo rápido, de olvido instantáneo. Supongo que pertenezco a una generación intermedia, a caballo de dos tiempos y dos maneras de vivir y sobrevivir. Me siento triste y afortunado a la vez. Y cuando pongo un disco de Labordeta me emociono y pienso que estoy obligado a recordar.


Os recomiendo este blog, de Javier Ruiz: http://deporteria.blogspot.com/

22 mayo 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (3). Texto del autor

He encontrado en la red este texto de Ismael Grasa dedicado a Cernuda y de él extraigo esta reflexión del autor sobre la escritura:

Pienso que la literatura de hoy requiere llaneza y sentido del humor. El tono grandilocuente, las aspiraciones a pasar al cielo literario, resultan cada día, en cierto sentido, más disonantes. Cuando eran pocos los que escribían, y pocos también los que leían, como indica ese cuarenta por ciento de analfabetos españoles en la época de Cernuda, entonces, digo, era fácil que los autores se sintieran los guardadores de la llama de la literatura, los atletas que en relevos hacían llegar la lumbre sagrada hacia la posteridad. Por el contrario, es posible que todo sea hoy más inabarcable e incontrolable, y que el tono de nuestros poetas quede a menudo dislocado respecto a una realidad capitalista y su trasiego editorial, una situación de vida corriente que, precisamente por ser corriente y normal, se expresa comúnmente en prosa. No quiero decir con esto que piense que la poesía de hoy no tenga salida. Sospecho, en cambio, que hoy se escribe mejor que nunca. Y pienso que la escritura, antes que ser motivo para que se manifieste el genio que enorgullezca más tarde a su comunidad, ha de ser una expresión cotidiana y natural de un caldo desarrollado de cultura y libertades.
Esta dispersión contemporánea nos libera también de depender de los ejes geográficos y políticos tradicionales. Internet pone en ridículo la fórmula convencional de las naciones, y más cuando tratan de censurar y restringir los accesos a este bien colectivo de lo virtual, formado por individuos dispersos en el mundo. Con Internet es más fácil llegar a librarse del peso de ese Escorial con el que cargaba Cernuda en aviones y barcos.

14 mayo 2007

Carta de hermano a hermano


Me he puesto ya tres veces malo en mes y medio: del pecho. Tengo la salud muy endeble.
Pero no te escribo por eso. Es por mamá. Para contarte algo, de hermano a hermano y por escrito porque en persona no le salen a uno las palabras: sufro muchísimo por ella. Todos los días me acuerdo un montón de veces, le pido a Dios que cuide de ella cada noche, y me fastidia hasta donde no puedes imaginarte -no se lo cuento a mi mujer, ¿de qué valdría preocuparla?-que esté como está, en la cama y sin memoria y sin moverse y sin poder hacer nada por ella. La vida es una mierda. Yo esperaba que un día tendría mi casa y ella se vendría a pasar algunas temporadillas, podría darme paseos con ella y llevarla a tomar un refresco, al cine. No he podido aceptar su situación y, lo que es peor, me temo que nunca podré hacerlo. He vivido con ella y he dependido de ella, ha hecho siempre todo lo que le he pedido y de alguna manera la necesidad la voy a tener siempre, es como si fuera una parte viva de mí. Cada día pienso en cuando le llegue el momento de dejarnos, Luis, trato de prepararme, podría decirse, y no hay manera. Ayer por la mañana me desperté llorando, todavía con los ojos cerrados y llorando, recordándola como ella era cuando estaba bien, soñando con que estaba bien. Algunas noches sueño que se ha curado, que ha recuperado la memoria, que vuelve a estar como antes de la enfermedad. Me imagino que hay cosas en las que nunca voy a madurar, que no voy a ser enteramente adulto, y éstas, el cariño y la necesidad de mamá, son dos de ellas.
Te lo cuento porque has hecho mucho y bien por ella siempre y porque me acuerdo de cuando estaba malo y ella me traía un libro de la librería que yo le había apuntado en una nota, o un medicamento de la farmacia, lo que sea que le pidiera. Otros a lo mejor se casan, tienen hijos y su vida da un giro. La mía, en lo referente a mamá, no lo va a dar nunca.

Sólo quería compartir esto contigo.

Tu hermano Alfredo.



(Foto de Henri Cartier-Bresson)

10 mayo 2007

Anillos de oro


Serie escrita por Ana Diosdado, que bordaba además su papel de madre y abogada por las tardes. En el tercer episodio, "A corazón abierto", una mujer decide irse de casa, separándose del marido y dejando a dos hijas, en contra de la opinión de la menor, adolescente, que se niega a quedarse sin una madre en el hogar. Pero la mujer lo tiene muy claro, porque desde hace muchos años había pensado rehacer su vida al margen de la familia y sólo ha aguantado hasta que la hija menor cumpliera 16 años y fuese ya alguien que puede defenderse casi por sí sola. Es chocante, claro, que una mujer se vaya y no se lleve consigo a sus hijas -ah, los hijos, tantas veces mercancía con la que negociar en los divorcios-, que no aguante si, como ésta, tiene un marido rico y que le da cuanto pueda pedir. Lo que pasa es que la mujer no es una hipócrita, se niega a vivir con un hombre que sólo la quiere por lo que representa y a aguantar una situación que es una mentira social. Han pasado 24 años desde que se emitió este episodio por televisión y, como ocurre con toda obra que posee calidad, siguen sus ideas, su preguntas, sus reflexiones muy vivas, siendo muy necesarias y estando muy bien planteadas, con un perfecto contrapunto dado por la situación familiar de otro personaje, la abogada, que está a punto de dejar de ejercer por culpa de unas llamadas anónimas e insultantes que le dirigen sólo porque se ocupa de ejercer en un bufete especializado en divorcios. Siguen en pie las interpretaciones del resto de actores, empezando por Héctor Alterio, siguiendo con Imanol Arias y acabando con Nina Ferrer, joven actriz que tuvo una carrera breve y sin continuidad que seguí desde el principio con suma atención y lamento aún que se viera detenida por problemas personales que desgraciadamente parece que no tuvieron solución.


Recomiendo: la lectura de la ejemplar crítica que Ricardo Senabre firma hoy en El Cultural a propósito de la novela "La soledad del ángel de la guarda", de Raúl Guerra Garrido.

02 mayo 2007

Julian Barnes: La mesa limón


Dos ancianas conversan mientras comen, sonríen y se callan más cosas de las que dicen. Una es estadounidense y la otra inglesa. Puede parecer que el menú es corto, pero en manos de Julian Barnes se convierte en algo con variadas texturas y que es mejor comerse rápido pero sabiendo degustarlo. Las dos son viudas. Las dos saben que el marido de la otra no era lo que aparentaba. Pero no se lo dicen. Porque son amigas. Y las amigas están para ayudarse, no lo duden. El relato se sustenta en el diálogo, en breves descripciones físicas y en la ironía con que se nos muestra la cara visible y fingida y la cara real y oculta de ciertas relaciones humanas en las que todo es a la postre prescindible aunque a primera vista parezca todo lo contrario. La crítica está clara: miramos con detenimiento -pero no lo decimos - cuánto dinero tiene el que está sentado frente a nosotros, nos creemos superiores porque conocemos secretos de su vida íntima que desconoce el propio implicado -este relato es una oportuna creación en el mundo actual, lleno de programas televisivos que andan tocados del corazón-, y estimamos que somos mejores y más completos porque sabemos lidiar con las decisiones morales, en las que casi nunca fallamos, máxime cuando la autocrítica no nos parece sino una manera de perder confianza y alegría en la vida que nos queda por vivir. El relato se llama "La de cosas que sabes" y es un gran ejemplo de la prosa, el humor bien ejemplificado y la incursión en territorios muy reales que sólo los grandes escritores como Barnes manejan con tanta soltura y pueden volver tan interesantes y magníficamente transparentes.

26 abril 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (2)

Supongo que uno responde a los patrones de conducta y moral con los que ha crecido. En las lecturas que hago respeto siempre un principio: no leo nunca por leer, ni para haber leído, sino para saber más, para enfrentarme a problemas morales, para saber más de la conducta de ciertos personajes/personas. El relato "Pájaros" me ha hecho pensar en el existencialismo, palabra hoy puesta en cuarentena, cuando no tajantemente rechazada por antigua o pasada de moda. Una tontería, pienso, porque en literatura todo vale si es bueno y si aporta algo sobre el ser humano. La etiqueta realismo sucio no me gusta: hay algo en ella de desagradable, de censurador que me disgusta, porque no creo que hablar de la vida cotidiana de la gente de la clase media -o media baja- sea hablar de algo sucio. La vida no es sucia, la hacemos sucia. Y está mucho más sucia en las alturas que en las partes bajas, más sucia en los cerebros que en los genitales, más sucia en las altas esferas que en la pobreza de abajo, donde se es como es sin poder optar, sin poder elegir. El relato del que os hablo me parece perfectamente existencialista porque la vida de una profesora que por fin consigue un sueldo fijo pero tiene que irse a vivir a un pueblo y no encaja en el nuevo lugar ni entre la nueva gente está contado con ese aliento que invita a la reflexión y a encarar la historia de una vida como algo trascendente, pese a su brevedad y parcialidad, como algo digno de respeto, de evaluación, de todo interés. Es una vida más, y eso siempre es mucho. Ismael Grasa lo consigue mediante una escritura intensa, en la que absolutamente no sobra ni falta nada, prodigio que en muy pocas ocasiones hallamos. La profundidad es máxima y está servida con aparentes mínimos de narración pura, sin disquisiciones ni divagaciones, con la fluidez del relato oral, lo que me parece sencillamente soberbio. No sólo leemos y vemos a la mujer del relato, sino que la sentimos, la acompañamos, nos cuesta mucho dejarla al acabar la lectura. Y esto, muy habitual en las novelas de intriga, es poco común en una historia de diez páginas. Sí: es uno de los mejores relatos que he leído en los últimos meses.

21 abril 2007

José María Guelbenzu, crítico ejemplar


A veces esto de los blogs es pontificar por otros medios. Rechazamos a los listos y nos creemos listos nosotros mismos y damos lecciones desde nuestro espacio bloguero. Vale. Tenemos derecho a quejarnos y a equivocarnos. Pero no me gusta abusar de los tópicos y combatirlos y volverme tópico. Hago críticas en este blog - o comentarios, meditaciones sobre libros, como más os guste - y en otro, dedicado a la novela negra. Yo he crecido leyendo a muchos novelistas, algunos poetas y ensayistas y a un buen puñado de críticos. Si algo he aprendido, se lo debo a los maestros de la ficción y a miradas lúcidas, inteligentes y dotadas del poder de iluminar como las de Rafael Conte y Luis Suñén, dos críticos por los que siempre he sentido un aprecio y un respeto máximos. Ahora leo con atención cada semana a José María Guelbenzu, magnífico crítico y aún mejor novelista. Hoy, en el suplemento Babelia, aparece una crítica de Guelbenzu que motiva esta entrada en mi blog porque me parece ejemplar: sitúa, informa, compara, ahonda, está llena de aciertos y su sencillez es un valor que no hay que olvidar. Os invito a leerla. Está aquí.

17 abril 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (1)


Vivimos en una época de grandes contrastes, con gente muy diferente, que abraza gustos e ideas muy alejadas unas de otras, vivimos en una época en que conviven las diferencias de todo tipo y es algo que considero muy positivo, enriquecedor, ideal para almas despiertas. El primer relato de este libro se llama "Mecedoras" y contrapone el nuevo puritanismo estadounidense a la manera de vivir más despreocupada de los españoles: la hermana del narrador se casa con un tipo de del otro lado del charco y empieza a cambiar, por ósmosis, y a asumir la conducta recta y moralista de su esposo, algo que el narrador lleva mal, sorprendido por los cambios y remiso a incorporarlos a su cotidianeidad. Cuando viaja a los Estados Unidos, el ambiente opresor, sancionador le resulta, en vivo y en directo, más atosigante, más insoportable aún. Este relato está contado con sencillez, sin grandes frases, como le hablaría un amigo a otro amigo íntimo después de una comida o una cena, en un tono cordial, próximo, cómplice. Hay quizá algún exceso en remarcar las cosas, como cuando cuenta que ha hecho el amor con una chica sin utilizar el condón-parece un desafío a cierta moral, acaso un detalle algo forzado-, pero lo más destacable es la inmediatez tan bien asumida, la integración de elementos absolutamente contemporáneos con una facilidad que es abrumadora -Ismael Grasa es un escritor de su tiempo, y no estoy haciendo una afirmación gratuita: los avances tecnológicos están aquí, la realidad del 2000 está aquí, y no se mete nada con calzador, sino con una naturalidad que sorprende sólo porque aún no es nada habitual en el resto de escritores de este nuevo siglo, aún demasiado literarios la mayoría, demasiado encerrados en torres de hormigón con música, sensaciones y objetos del pasado, algo caducos en según qué ocasiones, la verdad- y con los que no busca llamar la atención, sino que están siempre elegidos en función de su valor real y a la vez plenamente funcional y caracterizador. Hay detrás de toda la historia una respiración pesada, enfangada, que a la aparente claridad suma una inquietud rara, difícil de descifrar, que hace más hondo el relato, le abre poros por los que respira lo invisible y lo deja a nuestros ojos como una moneda con dos caras, aunque quede visible una tan sólo. Hay aquí un escritor de calidad, de los que tienen el material y la voz y un mundo propio, no me cabe duda, y celebro que sea alguien cercano, de Huesca, un autor al que hay que seguir leyendo.

11 abril 2007

William Faulkner: "De esta tierra y más allá"


Hay autores a los que uno vuelve inevitablemente, gozosamente. Faulkner es uno de ellos. Me regalaron este libro en 1991, en febrero, y 16 años después me parece oportuna la recuperación, comentar el relato "Grieta", porque en estos tiempos de grave desmemoria y de continua renovación de todo lo visible e invisible considero indispensable volver a leer a Faulkner. El relato es la historia de unos soldados que vagan por los campos de una guerra, llevando a un herido, y hacia un destino que podemos imaginar poco grato. Pero de repente ven a un muerto casi enteramente enterrado y al poco la tierra literalmente se los traga y se ven bajo ella, cavando para escapar de tan inesperada prisión, de tan inesperada condena de muerte: lo primero que ven bajo la tierra son cadáveres de soldados vestidos con uniformes de 1915. La maestría de Faulkner, el grado contenido de onirismo y la fuerza de las imágenes es tal que uno se queda realmente embobado. ¿Cómo este hombre ideó una historia semejante, con soldados, una guerra, unos muertos bajo tierra de otra guerra, cómo es tan inteligente para dar con ese final pletórico en que los soldados rezan a Dios por seguir vivos, Biblia en mano? ¿Qué quiere decirnos? ¿Es su mensaje transparente, esconden algo tan brillante líneas? Lo mejor que puede decirse de Faulkner a estas alturas es que su huella sigue viva en muchos escritores posteriores, que su estilo lleno de viveza, de altura incomparable - con destellos como éste: "y al cabo de un tiempo vuelven a estar entre viejas cicatrices curadas de árboles, a que se aferran unas esparcidas hojas ni verdes ni muertas, como si también ellas hubieran sido alcanzadas y cogidas por un hiato en el tiempo, cotilleando con ruido seco entre ellas aunque no hay viento" - sigue siendo una cima cuyo remonte trae recompensas inigualables. Cómo me gustaría que nos midiésemos a veces poniéndonos ante la figura de autores como éste. Cuánto aprenderíamos.

28 marzo 2007

Teatro eres tú, José Bódalo


Vuelvo a ver "Un enemigo del pueblo", obra de Henrik Ibsen, en la versión teatral de Estudio 1, de Televisión Española, protagonizada por José Bódalo, Irene Gutiérrez Caba, Alberto Fernández, José Vivó, Francisco Merino y Cristina Iglesias, todos ellos sobresalientes en sus actuaciones. Siempre ha sido José Bódalo mi actor de teatro preferido, y de nuevo se me pasa el tiempo veloz y gozoso, la obra me hipnotiza, los diálogos me fascinan, la meditación sobre el poder, sus efectos, la mentira y la verdad en la vida y en la política me resultan esenciales y absolutamente vigentes: la propiedad privada, el uso y abuso de lo público, el dar y quitar la palabra al pueblo, la manipulación en los periódicos. Ibsen parece que escribió esta obra maestra ayer mismo. Como si no lo conociera, miro con atención cada paso de Bódalo, sus entonaciones, sus gestos, y otra vez me gana con su sencillez, su falta de afectación, su dicción clara y su humanidad, que era evidente hasta cuando estaba callado y a la espera de decir su parte. Cuando murió José Bódalo, en el año 1985, yo tenía 17 años. TVE le dedicó un ciclo -los sábados por la noche, si la memoria no me falla - a cuya cita no falté un solo día. La música con que arrancaba el espacio ya ponía un nudo en mi garganta. Era una de esas sintonías que jamás olvidas y que quedan asociadas a un momento concreto de tu vida o a una persona o a un personaje. También me acuerdo de la película "Volver a empezar", en la que participó Bódalo brevemente pero con tal intensidad que se dijo que podría haber ganado un Oscar de haber sido la película hablada en inglés. En "El Crack" y "El Crack dos", de José Luis Garci también, Bódalo era el comisario retirado, dedicado a su huertecito, pero fiel a su amigo "El Piojo", por el que estaba dispuesto a jugarse la vida: cuando Areta -interpretado por Alfredo Landa-, ya casi al final, paraba el coche para ver quién le seguía, Bódalo detenía el suyo y bajaba y en su cara, en su voz había lo que yo siempre he considerado una especie de epifanía: un momento inolvidable, conmovedor, que no es ni realidad ni arte, sino algo inefable que rebasa toda categorización y cualquier intento de explicación. Supongo que aún somos muchos los que no le hemos olvidado y agradecemos que haya existido. José Bódalo era El Actor.

19 marzo 2007

Arturo Barea: Cuentos completos.


No hay que olvidar, no hay que olvidar. Estamos hechos de memoria, somos palabras que recordamos, paisajes que nos habitan, miradas ajenas que se incrustaron en nuestra alma. Admiro en Arturo Barea su voluntad de contar historias que son literatura y vida a la vez, ligadas fuertemente a su biografía y a sus deseos, miedos, esperanzas, ilusiones y grandes desilusiones. Barea escribe con la vida palpitando en sus manos, con los dedos sueltos y libres, con la ojos llenos de emoción y verdad. Leerle es una experiencia ciertamente inolvidable: cuando estamos llenos de páginas, de letra escrita, de mundos inventados o reinventados, volver a leer a Barea es como tener la oportunidad de oír de nuevo a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestros hermanos que nos dicen con tono íntimo cosas que nos competen y nos implican. Pongamos de ejemplo ese relato temprano y autobiográfico que tituló "La medalla": una madre le manda a un hijo, inmerso en una guerra, una medalla que ella ha besado con mucho amor para que lo proteja de las balas. Pero el soldado desprecia el objeto. Se lo compra su sargento, que sí se cuelga al cuello la medalla. Viven momentos muy difíciles: "Estamos en plena operación, estamos fortificando a toda prisa, deseosos de alejar de nuestros oídos los silbidos de las balas que pasan al lado nuestro llevando la muerte, jinete fantástico de los diminutos corceles de plomo, y de alejar de nuestra mente la idea del dolor que esperamos ver surgir en nosotros a cada instante. Es el momento todo emoción en que nos rodea el peligro, el segundo en que esperamos diga la vida basta y se trunque en nosotros." Barea habla muy bien de lo que conoció y de lo que le importaba, de lo que es realmente importante, y su canto es el del que sufrió por sí mismo y por los que compartieron penalidades con él. Esa medalla se la quedó el sargento Barea cuando mataron al soldado que no la quiso. Y la besó aunque en ella estaban los besos de otra madre. Pero era una madre, nada menos que una madre, y era un ser humano que padeció, como Barea, y como tantos otros a los que la guerra civil española dejó heridos o muertos, dentro y fuera del país, dentro y fuera de la voluntad rota de vivir.



14 marzo 2007

Heinrich Böll: La aventura y otros relatos


Böll es uno de los escritores esenciales en mi vida lectora, una de las mayores influencias en mis escritos de ficción, un referente moral. Cuando vemos que estamos viviendo un tiempo en el que parece no haber pasado nada importante y todo fluye rápido, a escape, sin dejar huella, creo que es muy necesario volver a autores como éste, Faulkner, Moravia, Sartre. Hay un relato en el libro del que os hablo, llamado "Aventuras de un macuto", que el gran escritor alemán fechó en 1950 y es una perfecta sátira sobre la guerra y su caudal de cadáveres y olvido. Un soldado lleva un macuto a la guerra, que pierde tras su muerte y va pasando por diferentes manos hasta volver a las de su madre, que lo utiliza para guardar cebollas sin percatarse de que hay un número dentro con el que habría podido identificarlo y asociarlo a su hijo. Para esto sirve una guerra. Y es que ya se nos advierte que no es lo mismo soñar que estar en el lugar del sueño: "...creía en los héroes hasta que él mismo se vio obligado a ser uno de ellos." Cómo narra Böll el progresivo acercamiento a la zona de combate es sencillamente algo antológico: "desde ese cielo occidental llegaba el famoso sonido atronador parecido a una tempestad... cada vez se acercaba más esa tempestad artificial, las voces de los oficiales y suboficiales se hicieron roncas, todo se volvió desagradable... la tempestad se oía cada vez más desagradable, cada vez más artificial. Entonces, las voces de los oficiales y suboficiales adquirieron una curiosa suavidad, casi ternura... Stobski se dio cuenta de que estaba ya en medio de la tempestad artificial... oyó gritos, explosiones, tiros y las voces de los oficiales se volvieron de nuevo roncas." Y es que el añorado escritor sabía como pocos hablar de lo que de verdad importa.

05 marzo 2007

Alberto Moravia: El autómata (1). ¿Y por qué no el cinismo?


Es éste un libro de relatos que tiene casi cuarenta años. De entrada, puede parecer que es sinónimo de viejo y pasado, pero no lo creáis. La ironía, la incisiva mirada crítica de Moravia siguen absolutamente vigentes, como demuestra el relato "Las aturdidas", que me ha hecho pensar: ¿y por qué no el cinismo? Dos damas despreocupadas, ricas y vividoras, de clase alta, con criados y preocupaciones existenciales mínimas, se ven en la casa de una de ellas a petición de la otra, que ha de contarle algo muy importante. Es paródico, pero también cínico el tono, nunca despectivo - el buen escritor no recurre a lo zafio, sino que añade humor y se aleja de la tosquedad -, y tan transparente y cercano que no alejaría a lector alguno. Sólo después de hablar de vestidos, de quién es la mujer más elegante de Roma, sale a relucir un secreto que incumbe a la convocada a la cita: su marido tiene una amante. Quizá en manos de otro escritor los derroteros que podría tomar la historia llevarían al drama o a la caricatura, pero Moravia escapa del camino fácil y no muestra apesadumbrada a la señora con cuernos, sino que narra cómo se le olvida pronto tal descubrimiento, cómo es incapaz de recordarlo poco más tarde, pues en verdad no es cosa que pueda alterar de manera significativa su existencia, bien ordenada, fijada y con esplendor seguro. ¿Qué es una amante entre esta gente? Moravia no lo dice, sino que lo narra. Y el lector puede sonreír, seguro que sí, y a la vez que se divierte constata que hay cosas que sabe y otras que no sabe que, ocurra lo que ocurra, jamás cambiarán. Alberto Moravia, amigos, todavía hoy uno de los mejores escritores del siglo XX.

27 febrero 2007

Richard Ford: Rock Springs ( 3 )

El relato se llama "Novios" y cuenta la historia de un hombre que el día que ha de ingresar en la cárcel visita a su ex mujer, que se ha casado con otro hombre que tiene una hija pequeña de un matrimonio anterior. Dice Richard Ford que la piedad es un elemento esencial en su narrativa: he aquí una buena prueba. Uno lee el relato sobrecogido, con el corazón triste y la mirada herida, e inmiscuidos en lo que se nos va contando, llevados por la mano maestra de Ford de un personaje y lo que piensa y siente a otro, sin apresuramiento y con tanto acierto literario que abruma, nos sentimos especiales y muy pequeños a la vez, seres humanos detenidos como uno de esos animales que se cruzan en la carretera de noche y, a la luz de los faros de un vehículo en marcha, se quedan quietos, como hipnotizados sin saber que están a punto de morir si no lo evitan saltando, escapando. Richard Ford es uno de mis autores preferidos desde hace muchos años, pero este libro no lo había leído, contagiado siempre por la pasión novelesca, y descubro al cabo del tiempo que en estos relatos hay una esencia difícil de transmitir con una novela, una exactitud en lo que se narra que en más páginas resultaría alargado, falso, vacuo. Ford habla de seres corrientes, que no hacen sino cosas corrientes, pero lo que le distingue de tantos otros autores es su mirada llena de piedad, de comprensión: cuando el futuro reo se encara con la ex esposa, con el marido de ésta, vemos que Ford recorta los excesos, evita las trampas y el maniqueísmo y nos muestra a tres seres que le importan por igual, independientemente de lo que hacen o son, aspecto éste que me recuerda los aciertos mayores de otro escritor imprescindible: John Steinbeck. Sabéis que escribo en otro blog sobre novela negra, y tengo que decir que he dudado si incluir este comentario allí en vez de aquí, porque en este cuento hay una pistola, un delincuente, un enfrentamiento entre dos hombres, un deseo de que alguien muera para que con su muerte el dolor desaparezca o se haga ya del todo insoportable. Ford ha tomado elementos de la novela social, la novela negra que están en nuestras vidas cotidianas y ha elaborado un canto ejemplar a la comprensión y a la confianza en el ser humano, en su supervivencia, motivo nada banal en nuestra época, en que parece que las máquinas, la especulación y la enfermedad del planeta que nos acoge ponen en duda. Así lo escribe Ford: "Y yo pensé en el pobre Bobby: lo estarían cacheando y esposando en el patio de la cárcel, luego lo encerrarían convertido en presidiario, como una pieza de maquinaria inútil." Lo dice el marido de la ex esposa de Bobby, que quiere ver lejos de sus vidas - la suya, la de su esposa, la de su hija pequeña - a ese hombre, pero no puede dejar de sentir piedad por su destino.

25 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (7). Crueldad.

Si comento la novelas que leo de esta manera fragmentada es porque así las leo. A veces unas motivan más comentarios y otras apenas dos o tres. "Un encargo difícil", como todas las novelas que dejan poso en mi memoria, está llena de detalles, de pasajes dignos de ser releídos, de personajes memorables. Y de escenas que son eficaces, están muy bien narradas y además son ejemplares. Como una en que el Lluent, pescador, lleva a un soldado alemán, cuyo avión ha caído en el mar, al lugar donde se ha hundido para tenerlo localizado con vistas a su posterior recuperación. El soldado nazi saca de repente su pistola y se pone a ejercitarse en el tiro contra unas rocas. Cuando aparece una cabra en la orilla, no duda en practicar disparando contra ella, la alcanza y la cabra, que está en un acantilado, cae al mar, pero no está muerta y lucha desesperadamente. El pescador desea ayudarla, pero el soldado se lo impide. Alza el pescador un remo sobre la cabeza del alemán, pero éste ni se inmuta, y no le queda más remedio que seguir manejando la barca y seguir las instrucciones del soldado. Es sólo una cabra, pero la crueldad del nazi con el animal basta para que sepamos y comprendamos qué alma encierra tras su guerrera. Admiro a los escritores que saben contar con poco y sugerir mucho. Que pueden desviar la mirada del lector y centrarla con la máxima intensidad en el punto que les interesa. Zarraluki tiene esa capacidad. Y no necesita recurrir a lo más cruento, a la violencia desenfrenada -tan habitual en el mal cine de acción- para demostrarnos que la maldad puede anidar en un corazón.

17 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (6). Mirando una pistola.


Hay violencia contenida y violencia recordada en la novela. La época es propicia. La época está llena de violencia visible e invisible. Benito Buroy, remiso a cumplir con el encargo de matar a un hombre, deja pasar los días. Pero lo inevitable sabe que se acerca. "A veces levantaba el colchón de su cama y observaba la pistola durante un rato que se le hacía interminable. Arrodillado, con los dedos hundidos en el colchón, se sentía asaltado por recuerdos que creía haber borrado para siempre. Cerraba los ojos y se veía a sí mismo disparando a ciegas a las sombras que huían por un bosque de Teruel en medio de la noche, abatiéndolas por la espalda y gritando de júbilo. Se veía entrando en un bar de los suburbios de Barcelona, acercándose a una mesa en la que se jugaba al mus, y descerrajándole un tiro en la frente a un anciano al que había identificado por un angioma en la mejilla. Se veía sacando a una mujer por la fuerza de su casa, inmovilizándola contra la pared en el rellano de la escalera, la respiración de ella acoplada a la suya, los temblores de su pánico mezclándose con el aroma de su cabello, mientras en el interior se oían gritos y disparos. Se veía en todo lo que él había sido, sin acabar de reconocerse, como si le hubieran cambiado la memoria por la de otro hombre." Son los tiempos de la posguerra, los tiempos en que la memoria anda cargada de violencia y de acciones que hay que asimilar a cualquier precio para poder seguir viviendo.

08 febrero 2007

Meme: Cinco cosas que no sabes de mí

Me lo envía Enrique Ortiz.

1.- Quise ser, ante todo, futbolista. Incluso acorté mi nombre: Francis. Siempre me han llamado Paco, así que ese nombre era el presumiblemente artístico. Cuando estudiaba en la Universidad Laboral de Cheste, en Valencia, un amigo empezó a llamarme Cisco, próximo al Xisco que allí utilizan para los Franciscos. Cuando era un niño empecé a escribir novelas del oeste y algunos de los personajes principales se llamaban Frank. Los nombres son para mí muy importantes, y me temo que no podría haber amado a una mujer que no tuviera uno bonito, sugerente.

2.- No fui futbolista porque tenía problemas visuales. Pero una vez acabé una relación con una chica, estando en 8º de E.G.B., con catorce años, después de recibir una nota en que me decía que nunca le hablaba, pues siempre estaba ocupado dándole patadas al balón, sin perdonar un solo recreo. Le contesté que, visto lo visto, mejor lo dejábamos y así no habría quejas por su parte. Perdóname, Mari Carmen, no sabía lo que hacía.

3.- Siempre he tenido la sensación de ser un clon de mi hermano Pepe, que me lleva 11 años. Incluso, ya mayor, viendo mi cara barbada en el espejo siempre recuerdo una foto de cuando mi hermano se dejó la barba una temporada -en contra de la opinión familiar-. Uno de mis días más felices tuvo lugar durante un viaje a Granada -entonces yo vivía en Almería -: fuimos a ver a la novia de mi hermano y nos abrió la puerta la chica que compartía piso con ella. Mi hermano me presentó, y la chica dijo: No hacía falta, es como tu fotocopia. Creo que es el mejor piropo que me han dedicado en toda mi vida.

4.- Pertenecí a una tertulia, llamada De la Calle Suipacha, en honor a Cortázar, en la que me vestí por primera vez de corto y empecé a torear, digamos, al lado de tipos que valían más que yo, sabían más que yo y han llegado más lejos que yo. Actuando como dinamizador, hablaba mucho y escuchaba mucho -dicen algunos que miento en lo segundo, pero bueno -. Sin embargo, me atacó una crisis malévola e, incomprensiblemente, dejé de escribir y hasta de leer. Me volqué en el mundo de la fotografía, hice algunos pinitos, gané algunos premios -uno, de carácter nacional - y hasta mi maestro, Pérez Siquier, dijo que había hecho tres o cuatro fotografías en condiciones. Pero después me cansé, me aburrí, me agobié, o qué sé yo, y se acabó esa parte de mi vida cerrando de nuevo puertas.

5.- Soy un tipo comprometido, de esos que no comen carne, que no tienen coche, que creen en la política y en los partidos de izquierdas, que sienten cómo se les abren las carnes cuando oyen y ven injusticias: combatiendo algunas de ellas me hice heridas que nada ha restañado, que nada ni nadie podrá jamás curar -heridas del alma, amigos-. Pero no evito saber que no soy perfecto y que me equivoco muy a menudo. Mis amigos siempre están corrigiéndome, diciéndome que no me apasione tanto, que no me dé tanto. Pero la corrección de estos errores me temo que se van a quedar pendientes hasta mi próxima reencarnación.

Se lo envío a:

Ninoska Mermoud - Santiago
Rosa Ribas
Miguel Sanfeliu
Pacita
Paula
Zuriñe Vázquez
Isabel Romana
Anilibis
José Romero
Natinat
Gabriel Báñez
El detective amaestrado
NoAmanda
Mart
Diarios de Rayuela
M
Clarice Baricco

01 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (5). Nombrar las cosas.

Prefiero a los escritores de prosa concisa, que nombran y narran con cierto lirismo, prefiero las novelas que no son largas y no tienen demasiados personajes. Y cómo admiro a los escritores, empero, que saben nombrarlo todo de nuevo, que explican y se demoran, que arrojan luz sobre lo cotidiano y me ayudan a verlo todo con ojos nuevos. Zarraluki es de estos. Cuando la viuda del alto cargo republicano, Leonor Dot, le enseña a la cantinera a leer, uno se da cuenta de que se necesitan muchas palabras, se necesitan varias escenas, se necesita el deslumbramiento, el instante en que hay un hallazgo, uan corroboración, un asentamiento. Qué bien lo narra Zarraluki, al que no le importa que haya sido contado algo parecido en otras novelas, con otros personajes, porque el tono realista de este relato lo exige y hay que afrontarlo, hay que dárselo al lector sin desfallecer y sin hurtar nada. Lo mismo pasa cuando la cantinera y su marido, de mediana edad, hacen de nuevo el amor tras una temporada sin encontrarse en la intimidad. "Él entró con cierta timidez, se sentó en la cama y se desnudó rezongando. Luego, con algún apuro, se montó sobre ella. Llevaban tiempo sin hacerlo y estaban en la edad en que los cuerpos empiezan a no reconocerse como propios, por lo que a ambos les extrañó lo prominentes que tenían los vientres. Pero los bajos se acoplaban sin dificultad, tal como siempre había sucedido. Durante el escaso tiempo en que Paco estuvo moviéndose envolvió a Felisa la extraña sensación de que se encontraba de plácida charla con él rememorando los tiempos pasados. No sintió nada más que eso, pero para ella ya fue bastante. Aquella noche no decía Paco que la vida era una mierda ni ella tenía la necesidad de apartarlo de sí con un codazo. Luego, cuando él se descabalgó con la dificultad de quien baja de un muro, se vio incapaz Felisa de conciliar el sueño. Aunque tuviera los labios cerrados seguía hablando con Paco de cuando los chicos eran pequeños y corrían por el campo que parecían liebres, y de más tiempo atrás, mucho antes de la guerra, cuando fueron a Mallorca de viaje de novios y vivieron durante una semana como auténticos señores, paseando por las calles y comiendo en una fonda con mantel a cuadros, y de lo guapo que estaba él en aquella época, que parecía un galán de cine. Permaneció Felisa García en vela toda la noche pensando que las miserias de la edad entierran los buenos recuerdos, hasta que las primeras luces del alba la sacaron de la cama y la devolvieron a sus tareas cotidianas." Me parece que esta novela crece a medida que la leo, se engrandece a mis ojos. Razones hay, ¿no os parece?

27 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (4). Niña y mujer.

No hay que esperar acción en esta novela, porque Zarraluki no ha escrito una novela policial ni de espías. Tiene a varios personajes en un espacio reducido y narra sus encuentros y desencuentros. La novela está escrita para ser paladeada, para releer párrafos y empatizar con los pensamientos de éste, los actos de aquél. Me parece destacable el momento en que la hija de la viuda del alto cargo republicano, Camila, tiene su primera menstruación. A la sorpresa inicial sigue un diálogo con su madre, ceremoniosa en su conducta, y luego otro más inesperado, telúrico, con la cantinera Felisa, que le advierte a la niña que no debe tocar las plantas ni hacer mayonesa, porque mataría a las primeras y se cortaría la segunda, creencias no desterradas por completo en la actualidad, al menos en lo concerniente a la mayonesa, según mi propia observación de las cosas. Y Felisa le acerca una maceta con una albahaca para que la niña la toque y así demostrar que lo que dice es cierto. "Camila retrocedió un paso y se llevó las manos a la espalda. Le horrorizaba la idea de matar la albahaca. Retraída, casi llorosa, se arrepintió de haber deseado tanto el cambio que se estaba produciendo en ella. Como si un fondo ponzoñoso fuera tomando posesión de sus ideas, comenzó a pensar que convertirse en adulta era adquirir la capacidad de ensuciar las cosas y de causar el mal." Párrafo que sirve como ejemplo de que la novela es realista, sí, y también (no hay pero que valga) es creativamente realista. Opino que cuando un escritor acierta y ofrece realismo creativo toca las cimas más altas de la creación literaria, y en muchas páginas de esta novela puedo afirmar que Zarraluki se acerca a esa meta.

24 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (3). El momento de matar.

Zarraluki es un buen escritor. Maneja a diferentes personajes y diferentes sentimientos, ambientaciones, deseos y enajenaciones con mano diestra y compone un paisaje interesante y dotado de una variedad que no lanza cada historia por su lado de manera gratuita ni forzada, sino que logra que discurran las historias paralelas y con una intensidad parecida, una atractivo homogéno. Estas virtudes no están al alcance sino de unos pocos escritores de gran talento, que creen en sus capacidades pero también en la perseverancia, en el tiempo como un aliado. Zarraluki, sin prisas, monta una novela que merece mayor atención de la recibida. La escena en que Benito va a matar al alemán para cumplir el encargo que le ha hecho el comisario es una buena muestra de lo que digo: son seis páginas, desde que Benito sale de la comandancia militar hasta que vuelve a ella, tras encararse con su objetivo y no abatirlo. El alemán le ve y le espera sentado, le anima a matarlo, pero Benito no se decide y se marcha. Los detalles son fundamentales y acertadísimos, el realismo de la escena es el adecuado. Y el párrafo dedicado a los pensamientos de Benito, magnífico, ya que si no mata hay que explicarlo, hay que justificarlo conveniente y convincentemente, desde dentro del personaje, no desde la perspectiva del narrador omnisciente: "Benito Buroy alzó un poco más la mano sin sacarla del macuto y acarició con el dedo la superficie cóncava del gatillo. Pero entonces pensó que segundos después estaría completamente solo en aquel lugar frente a un cadáver con un agujero de bala en la frente, y que tendría que regresar por el monte con un sabor amargo en la boca preguntándose quién era él, quién había matado a Markus Vogel, y que en la cantina Felisa García le serviría un plato de lentejas que le resultaría imposible probar siquiera, y que aquella misma noche Erica escupiría su semen a un lado de la taza del retrete pensando ya en la próxima copa de ginebra, y que poco después, en la cama cubierta de almohadones en la que le daba asco y angustia acostarse, Otto Burman le reprocharía al oído que era un mal hombre acariciándole el vientre con su mano siempre fría, y que las noches eran cada vez más insomnes y más largas, y que una vez más se preguntaría, en algún rincón de la oscuridad, por qué cojones se empeñaba en seguir vivo si vivir era algo que ya había dejado de gustarle." Si tenéis ganas, podéis comparar con algunos textos de novelas muy celebradas de Muñoz Molina y veréis que las concomitancias sólo son estilísticas, ya que en Zarraluki nada es superficial, nada es pomposo, y todo fluye en pos de la verdad de la historia, y a diferencia de Muñoz Molina el estilo no se come a la historia, sino que es un excelente vehículo que explora lo interior y lo exterior con una imbricación ejemplar y casi maestra.

20 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil". (2). Me alegro de no haber estudiado.

Los estudios y las clases sociales. No creo que las diferencias entre las personas, por desgracia, desaparezcan pronto. No todos pueden acudir a los mismos colegios, médicos ni encontrar iguales remedios. Las desigualdades - crecientes y con aspecto de irreparables en nuestra actualidad, no puedo dejar de decirlo - se dejan ver en la novela, están muy bien mostradas, sobre todo en los personajes de Leonor Dot y Felisa García. La primera es la viuda de un alto cargo republicano al que han fusilado y la segunda es una tabernera. La primera va a parar a la isla de Cabrera porque es reacia a firmar unos papeles. La segunda vive allí. La primera tiene una hija adolescente y que será hermosa. La segunda, un hijo deficiente mental. Pese a todo, se hacen amigas y conversan a menudo. Y un día le dice Felisa a Leonor que se alegra de no tener los estudios que tiene Leonor, una privilegiada. Están en la cocina de la taberna. Y añade Felisa: "Sería muy triste que supiera todo lo que tú sabes con la vida que llevo." Y no me parece estar oyendo una historia antigua, pasada, sino una historia actual, vigente, pues en nuestra sociedad hay muchas Leonores y muchas Felisas, más de las segundas que de las primeras, y tanta gente que nunca tiene una oportunidad, que está capacitada y jamás podrá demostrarlo que sólo la tristeza puede sobrevenir. Ayer y hoy, aún en la injusticia y en la injusta desigualdad.

17 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil". Fusilamiento.

La novela ganó el premio Nadal y obtuvo una crítica favorable de J. Ernesto Ayala-Dip (en El País), a quien suelo leer porque sus valoraciones me parecen habitualmente muy acertadas. Zarraluki es uno de esos escritores de la cuadrilla de Anagrama a los que cada vez se tiene más en cuenta y a los que se respeta crecientemente, como sucede también con Martínez de Pisón. "Un encargo difícil" (Booket) acontece en la isla de Cabrera, en el año 1940, con el franquismo victorioso campando a sus anchas. Un antiguo rojo tiene que cumplir un encargo: matar a un alemán. El encargo se lo hace un vencedor, un comisario que ni perdona ni olvida, y sobre todo impone. Y Benito Buroy tiene que matar para seguir vivo. Pero no se apresura, y deja pasar el tiempo. Una mañana asiste a la ejecución de un preso. Lo llevan hasta el cementerio y lo fusilan mientras llora. Un sacerdote lo asiste, aunque no precisamente de forma muy piadosa. Le dice al hombre que está a punto de morir: "Lo que has hecho es imperdonable... pero el Señor tiene una infinita benevolencia. ¿Quieres confesarte?" El detenido solloza. Y el cura le dice: "Compórtate como un hombre, coño." Una vez que le han dado el tiro de gracia, le habla al militar que está al mando del pelotón: "Cuánto cuesta limpiar España... En este país metió mano el diablo, y así estamos... Vaya usted bajando, si lo desea. Yo rezaré una oración por el alma de este asesino y luego le aceptaré esa copita." No es una exageración, no es una mentira lo que narra Zarraluki. La memoria de nuestros padres y abuelos está para confirmar escenas como ésta. Por eso, cuando algunos quieren hacer tabla rasa y medir por igual a un bando y a otro de nuestra guerra civil siempre recuerdo cuánto padecieron algunos de mis antepasados en la posguerra, cómo las represalias y el absolutismo de los vencedores franquistas dejó sin vida por dentro y por fuera a tantos y una rabia fría pero innegable me empaña los ojos.

12 enero 2007

Rafael Chirbes: "El novelista perplejo" (2)

A propósito de la novela "El año desnudo", de Borís Pilniak, dice Rafael Chirbes que "Hoy, setenta años más tarde, no me cabe duda de que a Pilniak ha de resultarle difícil encontrarse con su lector. Los restauradores han vuelto a colocar las pulidas molduras en su sitio y la aventura del arte como palanca o explosivo parece definitivamente enterrada, mientras crecen con una mezcla de fuerza e indolencia los valores literarios más cercanos a los que imponían los códigos decimonónicos y vuelve el blando fluir de la narración como buena compañera de los sentimientos individuales." ¿Qué añadir? Yo asiento, rabio y callo.

05 enero 2007

Rafael Chirbes: "El novelista perplejo"

Medita este autor - sin duda uno de los más importantes de la narrativa española de los últimos años - sobre la validez y la vigencia de la novela en el primer escrito de este libro. Menciona a Edurado Mendoza, que hace algunos años lanzó la famosa afirmación de que la novela era un género muerto, lo que le valió una buena publicidad para la obra que publicaba en ese momento, de las crisis de valores de otras épocas y lugares, de la generación del 50, entre la que está el recientemente redescubierto Ramiro Pinilla, y concluye que no hubo ningún tiempo en que los valores no estuveran en crisis y "Cada época produce su propia injusticia y necesita su propia investigación, su propia acta." Motivos para seguir escribiendo, sin ninguna duda. Porque, como Chirbes, yo también creo que la escritura aporta al autor y a sus lectores "una dosis de consuelo, tal vez; pero, sobre todo, una irrefrenable voluntad de conocimiento". No puede competir la novela contra los fuegos artificiales del cine y la televisión, no posee su inmediatez ni su capacidad de emocionar colectivamente y al unísono, pero aun así, en el silencio necesario para la lectura, se producen otras emociones y otros descubrimientos que nada puede igualar. Sí, como apunta Chirbes, las grandes novelas influyen a medio o largo plazo, cambian nuestra manera de ver la realidad, abren ventanitas desde las que mirar con ojos limpios y, además, levantan acta de lo que el escritor vio, sintió, padeció como ser individual y también inserto en una sociedad. Novela, invención, documento, respuestas y tantas preguntas hechas y aún por hacerse.

28 diciembre 2006

Francisco Afilado: Perforaciones

Pienso a veces que es injusto que no volvamos nuestra mirada hacia los libros de los autores que empiezan. Escribimos sobre Carver, Richard Ford, Joseph Roth, Javier Marías, Muñoz Molina, todos ellos consagrados y con poca necesidad de que los publicitemos en nuestros blogs. Francisco Afilado presenta este libro de relatos, publicado recientemente por Tropismos, después de haber ganado algunos premios y con una prosa y un estilo asentados, con maneras de gran escritor, con mucho oficio. El primer relato, "Desamparo", vale como ejemplo de lo que este autor nacido en Salamanca en 1963 puede ofrecernos, y creo que no es poco. Por supuesto, en un relato de aquí y ahora, realista y con una prosa de bella factura pero absolutamente al servicio de la historia, el peso de la influencia de algunos de los autores estadounidenses arriba mencionados parece inevitable y Afilado cuenta con ese bagaje para relatarnos la historia de una muchacha que ve por segunda vez nevar el mismo día que su padre las abandona a ella y a su madre, a mitad de un viaje en autocaravana, sin avisar a su querida hija. Hay talento en la escritura de Afilado, hay dominio del ritmo y hay imágenes bellas y hondas- esa gran roca de granito negro que aparece de repente cerrando el camino y contra la que no se estrellan por poco y que es como la puerta a un pueblo abandonado - y hasta algo de poesía en la caminata por la nieve de esa muchacha en busca del padre que huye. Aquí hay un escritor, amigos, un buen escritor. Sólo le reprocharía la exactitud, la aparente perfección del relato que refleja una fidelidad a una idea demasiado ajustada, como si se tratara de literatura hecha piezas, al igual que un puzzle, algo que suelo ver en muchos relatos, como si pesara demasiado en el escritor la sensación de lo que yo llamaría "el peso exacto", la condimentación exacta de elementos, palabras, párrafos, imágenes, desarrollo de la trama, concreción, que son las reglas calladas que respetan con tanta pulcritud algunos cuentistas. Porque no siempre lo perfecto es perfecto, amigos. Porque no siempre lo perfecto es compatible con lo que es libre. Salvando esta objeción -absolutamente subjetiva y personal-, creo que aquí y ahora tenemos ya un nuevo escritor, con todas las letras, que es Francisco Afilado.

25 diciembre 2006

Richard Ford: Rock Springs (2). Solos.

Estamos solos, irremediablemente solos, nos dice el narrador de "Great Falls", segundo relato del libro. Podemos convivir con padres y madres, con hermanos, con cualquier familiar, con la propia esposa, pero estamos solos, puede ser que nunca lleguemos a conocernos, a saber de verdad qué le importa al otro. Y a veces, aunque lo sepamos, aunque amemos a ese otro y ese otro nos lo pida y deseemos darle lo que anhela, no se lo daremos. La madre y el padre del narrador del relato padecen lo que todos los matrimonios: el desgaste del tiempo, la diferencia de los sueños y de la intensidad de las frustraciones. Así, cuando una noche el padre y el hijo vuelven a casa y descubren a la madre con otro, un muchacho joven, el padre sólo acierta a refugiarse en la violencia y le apunta con el revólver, se lo pega a la cara al amante para amenazarlo, evidenciar que defiende lo suyo y a los suyos, pero el tiempo de la violencia ha pasado y no dispara, la madre se va con el muchacho y el hijo la comprende, sin entenderla y sin saber nada más, y no la considera culpable, como tampoco a su padre lo considerará en adelante culpable. "En cualquier caso, hoy sé que la verdad absoluta acerca de las cosas es una idea que un día deja de existir", piensa el narrador ahora, ya adulto. Y recuerda que cuando vio a su madre la mañana siguiente a su marcha de casa, ella estaba en la habitación de un motel. "La propia vida es asunto de uno, Jackie- me dijo-. Tu vida es tan asunto tuyo que a veces te entra un pánico de muerte. Te dan ganas de salir corriendo." La nostalgia por la familia unida, pero también la nostalgia por algo que no ha tenido nunca el narrador de la historia, ni dentro ni fuera de la familia, y que es otra unión superior, colectiva, generalizada, que nos evitaría "ser idénticos a animales que se cruzan en el camino: vigilantes, implacables, carentes de paciencia y de deseo". Como veis, Richard Ford hace una interpretación humana de la sociedad en que le ha tocado vivir, pero también política y socialmente certera y llena de una melancólica denuncia que le emparenta con los autores más comprometidos y más dedicados a la crítica contra un sistema que todo lo rebaja de categoría, lo llena de la baba del precio y la desilusión para abocarnos a la separación, la soledad, el individualismo, el dolor de querer y no poder.

19 diciembre 2006

Richard Ford: Rock Springs

Acabas de leer el relato y te quedas sobrecogido. Empiezas a pensar en dos cosas a la vez: en la historia, en el personaje tan creíble y tan perfectamente humano; en que Ford es un escritor verdaderamente excepcional, uno de esos autores que ya deberían de haber ganado el Premio Nobel y ser considerados uno de los imprescindibles de su época, como lo fueron en la suya Steinbeck o Dos Passos. El relato cuenta una historia cotidiana y triste, sí, pero a la vez la mirada del autor nos revela unas inquietudes de largo alcance, una meditación sobre el ser humano y su desdicha, sobre su fatal condición de condenado a disfrutar poco y sufrir mucho. Como en Dostoievski, encontramos aquí piedad y dolor, las sensaciones de los humillados y ofendidos, pero ahora no por lo evidente y lo fácilmente juzgable, sino por la propia condición de habitantes de un mundo en el que nada parece que pueda ya mejorarse, porque los males que nos aquejan no nacen aquí, en la tierra palpable y dura que nos sostiene, sino en otro lugar, en otros espacios de los que partimos para venir a ser aquí y ahora lo que desgraciadamente sólo podemos ser. Hay una queja cósmica, una tristeza que vuela alto y grita sin palabras y busca una respuesta y un sitio donde reposar su desolación y su imposibilidad de cambiarlo todo. En el amor partido, en el amor hacia su hija y en la mirada que se detiene en el perro de ésta, en la mujer negra que le permite telefonear desde el interior de su caravana, el protagonista del relato deja una pátina de incomprensión y hondo deseo de unión y entendimiento, pero estamos ante un relato de base sólidamente realista y comprendemos que en el vacío y en el dolor sin posible restañamiento de este personaje se encuentra expresada la llamada silenciosa pero persistente de los que han perdido la fe en Dios, en su mundo y hasta en sí mismos. Richard Ford cuenta todo en menos de treinta páginas, aportando meditaciones y fijando ciertos objetos y ciertas actitudes simbólicos pero absolutamente cotidianos, limpia nuestra mirada de la excrecencia del hábito y el cansancio de la repetición y nos dice que estamos todos implicados en este juego rápido y que permite una sola tirada de dados que, además, casi siempre ruedan mal.

14 diciembre 2006

Alicia Redondo Goicoechea: Ana María Matute (2). La depresión.

He dejado para otra entrada hablar del segundo tema que quería abordar. Ana María Matute padeció "una depresión brutal, espantosa, cuando más feliz era; vivía con el hombre al que he querido más en mi vida, con mi hijo, al que adoro, no podía irme mejor en el trabajo y en cambio caí en un pozo." Vengo diciendo, con pena y sin ganas de acertar, que el siglo XXI será el de la depresión. Y afecta este mal por igual a todos, sin distinción, como podéis ver. Ana María se encerró en sí misma y dejó de escribir, llegó a aborrecer el mundo literario, y no le quedó más remedio que ponerse en tratamiento. Logró superarlo, tras tres años, pero "no pude volver a escribir. Me quedó una especie de odio hacia mí misma, una indiferencia total por todo lo que no fuera mi marido y mi hijo. Yo, que era una mujer tan apasionada por los problemas del mundo y de la gente, me había vuelto insensible a todo. " Ella lo contó en un programa de televisión, dirigido por la doctora Ochoa, y que se llamaba Al límite, lo cual demuestra su grandeza también como ser humano al hablar de un asunto tan doloroso en un medio público, lo cual lo convertía en algo útil, algo con lo que mucha gente podía identificarse y después empezar a dar los primeros pasos para salir del pozo.

12 diciembre 2006

Alicia Redondo Goicoechea: Ana María Matute

La primera es la autora y la segunda la estudiada en un librito que es una auténtica joya. Está dentro de una colección, Biblioteca de Mujeres, y se lo debemos a Ediciones del Orto. La fotografía de la portada muestra a una Ana María que mira hacia su izquierda, joven, con pendientes y los labios pintados, para mí muy hermosa, con un mechón de pelo oscuro de lado en la frente y la serenidad y la introspección en cada rasgo. Lo leo con una cierta devoción, no lo oculto, y en él se hace un repaso somero de la vida y obra de Ana María. Cuánto echo de menos que se publiquen más libros dedicados a estos temas, a acercarnos competentemente a la obra de los autores a los que más admiramos. Quiero destacar dos asuntos: un texto de Redondo Goicoechea y unas palabras de Ana María sobre la depresión que padeció. Redondo escribe lo siguiente:

El narrador de las escritoras está muy lejos del narrador omnisciente, valorador e impersonal de la literatura masculina, ya que suele presentar la forma de un narrador personal, mucho menos omnisciente y valorador, que no respeta las convenciones de la "verdad histórica" sino que se limita a hablar de "mi verdad histórica personal". Esto significa contar la historia, hasta cierto punto, como si fueran memorias, lo cual potencia enormemente la veracidad de los hechos narrados, pero, en cambio, difumina su historicidad... Este es el caso de la voz narradora de las mejores obras de Matute.
Lo que me parece una meditación a tener muy en cuenta.

09 diciembre 2006

Ana María Matute: Historias de la Artámila






Hay quien escribe contra algo, contra alguien. Creo que la mayor parte de los escritores que me interesan lo hacen contra algo, propio o ajeno, íntimo o público, porque se han dedicado a la literatura a consecuencia de las desigualdades imperantes en el mundo, en los corazones y en las almas de quienes somos, por principio y en verdad, iguales. Si la memoria no me falla, Camilo José Cela dijo, al saber que le habían otorgado el Premio Nobel, en un acto de honradez que le distinguirá para siempre, que se lo merecía más Ana María Matute, más que él. En una época algo lejana leí a esta gran escritora con la misma intensidad y gozo con que abordé a autores como Onetti, Cortázar, Sábato, Juan Goytisolo, Alberto Moravia o Nadine Gordimer. La consideraba uno de los míos. Tuve la oportunidad de escribirle y recibir una respuesta de ella a través de un periódico, en una sección creada para la comunicación directa entre autor y lectores, y justo entonces Ana María Matute andaba desolada y desorientada, herida y lejana para sí misma. Agradeció mis palabras y se me abrió una puerta. Con qué orgullo se lo contaba yo a mis amigos, a mi chica, a mi madre. Algo después, mi admirada escritora visitó Almería y, al acabar su intervención en un salón de actos, me acerqué a ella, la saludé, le dije mi nombre y ella supo quién era, y en su voz hubo un claro agradecimiento. Ana María Matute, una mujer con canas y rostro de rasgos marcados y semejantes a los de algunos de mis familiares ( los de la línea paterna), me dijo en qué hotel estaba, que pasaría allí la tarde, me indicó sin más palabras que me esperaba. Podríamos haber conversado, podría quizá haberla mirado más de cerca a los ojos y mostrarle mi admiración rendida y mi hondo afecto, pero la timidez me pudo, me replegó y perdí la oportunidad de estar una hora junto a uno de los seres a los que más he podido querer, aunque nunca hayamos sido ni tan siquiera amigos. Cuando he acabado de leer "El incendio", relato que pertenece al libro "Historias de la Artámila", los recuerdos han vuelto como un sabor que se apodera de nuestro paladar y de nuestro completo ser tras llevarnos a la boca una comida que no probábamos hacía muchos años. Valoro a Ana María Matute - quien afirma que escribir es una forma de protestar - como a una de las mejores escritoras de nuestro tiempo, pero creo que, por culpa de haber nacido aquí, no lo vemos, no lo reconocemos, no sabemos venderlo y celebrarlo. Este relato está contado por una voz llena de desgarro, originalidad, fuerza y una creatividad que pocas comparaciones permite y que es común en la obra de la grandísima barcelonesa: "... bajo los roquedales que a la tarde cobraban un tono amedrentado, bañados de oro y luces que huían", "El sol le iba empapando, como un vino hermoso, hasta sus huesecillos de niño enfermo", "Sonreía a los vaivenes de la luz del candil alto, clavado en la pared como un murciélago". Es ésta una historia de amor dolorosa y única, marcada por la locura, la pena y la pobreza. Un destello de una autora -sin hipérbole- verdaderamente genial.

07 diciembre 2006

Ignacio Martínez de Pisón: "Siempre hay un perro al acecho"

Pocas veces tiene uno la fortuna de leer algo que es realmente bueno y que le perturba y le sobrecoge y le emociona. El relato pertenece al libro "El fin de los buenos tiempos" y cuenta la historia de una familia de padre, madre e hija pequeña que acaban de recibir la buena noticia de que ésta última ha superado una enfermedad mortal. Deciden irse a Portugal pero tienen que dejar al perro, fiel amigo y compañero de la niña, en una perrera. A partir de ahí es la fatalidad o la desgracia lo que empieza a transparentarse en sus vidas y mientras el padre distrae a la niña durante el viaje en coche para que no se fije en los perros que yacen muertos en los costados de la carretera, víctimas de atropellos, empieza a fraguarse un camino que sólo culminará cuando la niña de repente empeore y tengan que regresar al punto de partida urgentemente. La meditación sobre la muerte que viene a continuación, la cadena de casualidades o de señales que marcan los pasos del hombre y de la niña son objeto de una narracion de máxima intensidad y de una calidad destellante. Quizá todo pueda explicarse si pensamos aún que existe el destino o bien la suerte o bien la fatalidad. Martínez de Pisón nos lleva, con una prosa cadenciosa y sabiamente elástica, a un territorio en el que cada lector va a mostrar su mundo interior y completará la historia según su experiencia y creencias, y eso no puede sino significar que este escritor, nacido en 1960 y autor de algunos de los libros más interesantes de la narrativa española reciente, ha llegado a la madurez de su estilo y debería de figurar con letras grandes en el grupo de los imprescindibles.
(Enrique Ortiz)

03 diciembre 2006

El éxito de Alejandro Sanz

Me llama mi amigo Luis Castillo y me dice que ponga la radio y oiga a Alejandro Sanz, entrevistado por el humorista Pablo Motos. Luis es un acérrimo defensor de que Alejandro Sanz es al siglo XXI lo que Manolo Escobar al XX, pero peor, matiza siempre (Si hasta Inma, tu mujer, me da ya la razón, Paco: por cierto, felicidades por vuestro aniversario). Esta mañana añade razones a sus argumentos. El andaluz Sanz dice cada dos por tres "esteeee", al estilo de los argentinos (nación que Luis considera su segundo país, no le entendáis mal), tantas veces que acaba por agobiar. Dice Sanz que vive en "Maiami", ese sitio que para los españoles siempre fue "Miami", cerquita de Shakira (la que mueve las caderas), del almeriense David Bisbal, y que a veces se reúnen para hacer barbacoas. Luis, que detesta a los ricos y más si al hacerse ricos se van a paraísos fiscales o simplemente a paraísos de la pela (sic), carga la voz para afirmar que esta gente que va en plan elegido le toca mucho las narices (dice otra palabra, pero yo prefiero escribir esta versión suave). A una pregunta con humor de Pablo Motos (¿Cómo se las apaña para aliviar sus flatulencias un tipo como Sanz, acompañado siempre de ocho o diez o doce personas allá donde vaya), el artista famoso responde que no se ha levantado a esa hora para contestar a tal cosa, y Luis traduce: No quiere bajarse del pedestal de mito contemporáneo, ¿te das cuenta, Paco?, se cree más que humano. Así que, a petición de una colaboradora del programa, le cambian la pregunta y Sanz sí contesta a la laudatoria interrogación: ¿Qué haces para tener tan bien el cutis, que pareces más joven? Luis me pide que apague la radio y antes de despedirse me recuerda que detesta a este cantante desde que oyó su gran éxito, aquella del corazón partío, algo que le parece cursi, bobo y un poco idiota en el mundo en que vivimos, más a él, Luis, andaluz de Granada. ¿Has oído la nueva canción?, me pregunta. Lleva estas palabras: corazón, acércate, amor. Y van muy seguidas. Luis hace un ruido gutural que no sé si es risa o queja y me dice que busque un disco de un coetáneo de Alejandro Sanz que escriba canciones para adultos.



01 diciembre 2006

Preocupados egoístas



Te miras en el espejo y ves a un preocupado tipo que tiene que levantarse e ir a trabajar desganado, que desayuna sin ganas y se toma un café en un descanso solo o acompañado, con pocas ganas de reír y menos aún de hablar. El preocupado que piensa en lo que hará cuando acabe el trabajo, que sueña despierto con llegar a casa y poner en marcha la maquinaria de su otro yo, el que de verdad querría ser las veinticuatro horas del día, leyendo, escribiendo, viendo cine, paseando, tomando cervezas, no haciendo nada. Debería de ser un derecho inalienable. En una novela de Ursula K. Leguin leí una vez una historia sobre un mundo completamente anarquista, habitado y vivido (no creáis que es una redundancia) por anarquistas. Nadie les obligaba a nada, y sin embargo el mundo era pobre pero funcionaba. Nuestro tipo, en cambio, ya no tiene ideas políticas. Necesita realizarse, ser feliz. Compensar las horas idiotas dadas al esfuerzo por la supervivencia, algo que debería de tener asegurado todo el mundo. Recuperar el tiempo perdido. Nuestro amigo se conecta a internet, escribe en su blog y visita los de otros amigos. Lee las ediciones digitales de "El País" y de "El Mundo", se entretiene ante todo en las secciones de cultura y tecnología, no se le olvida mirar las viñetas y piensa que gente como El Roto, Máximo y Romeu son más certeros y profundos que casi todos los articulistas (le gusta mucho Javier Ortiz, una excepción) y reporteros que manchan con palabras y párrafos anodinos los espacios en blanco de esas y todas las publicaciones semejantes. Cuando mira el reloj, de repente es la hora de la cena - o de acostarse - y algo zumba en el pecho y en las sienes del tipo. Algo que le reconcome. No está contento. Ha tenido pocos minutos, pocas horas. Se mira en el espejo mientras se lava los dientes desgastados por la edad y las comidas de mediana importancia y siente pena de sí mismo y de su vida. Y cinco minutos después se acuesta nuestro preocupado egoísta.


Foto: Inma Lucena