30 agosto 2007

10 minutos, 1000 vidas


Abres el periódico y te topas con una noticia como ésta: El sueldo de un año, en 10 minutos (El País). Tipos de Wall Street que ganan en diez minutos lo que un empleado medio en un año. Y mi amigo Luis Castillo me llama, con tono irónico primero y enfadado, muy enfadado después, me dice que no es así la cosa, que luego vienen los aguafiestas de siempre -bien subvencionados, bien pagados con dinero secreto- y dicen que no hay lugar para las revoluciones, los grandes cambios, los movimientos de protesta generalizados. Nos han idiotizado, desarmado moralmente, nos han bajado a la categoría de perritos que aceptamos y lamemos nuestro hueso, añade. ¿No sirve ya Marx? ¿Qué tenemos a cambio? ¿No sirve ya Emile Zola, no sirve Sartre? ¿Qué tenemos que los mejore? Luis se calla. No quiero insistir con lo de los niños que se mueren de hambre, con tanta correción política para no perder clientela. Son argumentos fáciles, aclara, aunque absolutamente innegables, palpables. No son lugares comunes, son una realidad. Diez minutos, insiste, trabajan diez minutos y otros todo un año. Qué injusto, qué mierda. En fin. Ya vendrán a consolarnos con lo de siempre, con lo del fiasco de Rusia (como si allí hubiera habido comunismo, hombre, a otro perro con ese hueso), con el fin de las utopías ( claro, que no pensemos ni deseemos más que lo inmediato y comprable), de las ideologías (claro, a partir de ahora pensaremos no con ideas sino con números de tarjeta de crédito) para que este capitalismo devorador no pare, concluye Luis. Me ha dejado sin palabras.


Nota: Hoy, 31 de agosto de 2007, leo -un día después de lo escrito arriba- que septiembre se va a presentar con una subida del pan, la leche y la carne que no tiene parangón en los últimos treinta años. No es de cultura esta noticia, pero me deja temblando. Mi amigo Luis Castillo no me ha llamado aún. Supongo que su enfado ya es doble. No ganan los agricultores, está claro. Vivan los intermediarios, me dirá, viva el mangoneo, vivan los que viven, concluirá con tono amargado.

(Foto: Robert Frank)

24 agosto 2007

Luis María Anson, España, cultura

Hace algún tiempo disentía, en otro blog, sobre la capacidad de este periodista para estar en la Academia. Sigo pensando lo mismo. Y para basarme en algo más que apreciaciones personales, os dejo este ejemplo, aparecido en El Cultural el pasado 18 de enero, y que me ha hecho llegar mi amigo Luis Castillo. Transcribo: "No está en los circuitos intelectuales. No es rojo. Ni siquiera es maricón. Pero tiene talento." Así empieza este académico una loa a Pedro Ruiz. Juzgad vosotros mismos. Ésta es la otra España, la que dicen que no existe, la que cree tener la razón en todo, la que es culta, ejemplar y da lecciones, la que cuando pierde no reconoce la derrota y descalifa a unos para ensalzar, por contraste, a otros. La que nombra despreciativamente al presidente de su país con dos letras. Válgame, lo que tiene uno que oír, que diría mi padre. Aseguran que se necesitan cien años para superar los efectos de una guerra civil. Quiera Dios -en quien creo, porque Dios no es un invento de la derecha ni patrimonio particular de nadie- que pasen pronto los años que nos faltan.


(Foto: Robert Frank)

14 agosto 2007

Generación Herida


Somos una generación herida. Mi profesor de literatura y amigo - en los años del instituto- Pedro Vázquez me dijo un día que el futuro era nuestro, sería nuestro porque estábamos preparados y teníamos los conocimientos. Pedro me invitaba a ir a su casa, en Almería, y juntos estudiábamos la viabilidad de que tras el nombre fuera un "que" sin la coma correspondiente, analizábamos oraciones para pillar al autor y señalábamos los errores cuando faltaba un verbo, por ejemplo. Nos gustaba mucho escribir y ver los textos despacio, leer comprensivamente, no para llenarnos el coleto de anécdotas y aventuras sino para empaparnos de nuevos conocimientos y reflexiva y responsablemente ir avanzando, paso a paso, en el mundo de la literatura. Ambos escribíamos relatos -yo también alguna novela - y Pedro confiaba en mí. Me reunía con otros amigos en una tertulia y nuestra capacidad se ponía a prueba en multitud de temas. Jamás he sabido tanto, he aprendido tanto como al lado de aquellos amigos. Pero Pedro se equivocó: no somos los nuevos amos, los nuevos dueños del cotarro, los que publican libros y venden mucho, a los que entrevistan los periodistas de El País, El Mundo, Qué Leer en el fragor de las campañas de promoción. Algo se rompió, se extravió, y no podemos reírnos ahora, al hablar de la generacion perdida estadounidense, porque las tripas protestan y el ardor nos llena la boca. Sabíamos mucho de Onetti, de Cortázar, de Benet, de Faulkner, de Scott Fitgerald, de muchos autores. Teníamos teorías y argumentos para escribir magníficas novelas, pero algo nos descompuso. Uno se fue a Barcelona, tuvo un hijo y no volvió a escribir -que yo sepa -, otro publicó una novela y obtuvo un cierto éxito pero después le hicieron el vacío de una manera asombrosamente extraña. Éramos tres amigos, la Generación Herida, y no tenemos pena, no echamos de menos lo que pudo haber sido y no fue, no nos agobian las pesadillas. Salimos a tomar cervezas, miramos las caras de los desconocidos y asumimos que nosotros también lo somos. Y la vida va pasando lentamente, hablamos del último libro de Javier Marías, de Muñoz Molina, e insensiblemente, sin ningún dolor marcado en la cara o en los ademanes, nos acercamos a la edad madura y miramos nuestros relojes y pensamos en lo próximo que tenemos que hacer en casa, con nuestra mujer o nuestros hijos. Y estamos plenamente convencidos de que el mundo sigue tan mal como antes, como cuando teníamos veinte años y los sueños parecían tan reales que para tocarlos sólo bastaba con dar un paso adelante.

08 agosto 2007

Las derechas, las derechas


Estoy sentado en un banco de la Carrera del Genil, esperando a que llegue mi mujer, que se ha entretenido comprando en una tienda de la calle Reyes Católicos. Granada, hace dos horas. De repente veo que un hombre viene directo hacia mí, se para a mi lado, acerca su cara a la mía. "Las derechas, las derechas nos tienen adulterados y envenenados", dice. Y no aguarda a que le responda, continúa su camino como si me hubiese traído ese mensaje desde muy lejos, cumpliendo un encargo. Y el inesperado mensajero, vestido con camisa verde y pantalón claro, sube la calle y se pierde entre en la gente.


(Foto: Lee Friedlander)

02 agosto 2007

Pablo Aranda: Ucrania


Claro que hay clásicos, pero también autores nuevos en este blog: gente que tiene una tradición detrás y no lo olvida, la asume y crea con muchas enseñanzas bien aprendidas. Pablo Aranda es un escritor que llamó mi atención con una novela anterior, "La otra ciudad", porque la prosa me parecía sugerente, creativa, porque el tono era cercano y realista, cualidades que están presentes en "Ucrania", novela con temas que en manos de otro serían vistos de una manera más liviana, cercana al cómic y la historieta, pero que Aranda literaturiza con acierto: internet, conocerse mediante mensajes de correo electrónico, con el único aval de las fotos, la soledad del que busca, la soledad del que padece y quiere huir. Es el punto de partida de una novela en la que se apuesta por el lenguaje, por una narración que es materia prima y materia esencial de una trama en la que vemos al protagonista viajar a Ucrania al principio de la novela, siguiendo el rastro de una mujer. Hay un uso hábil del impresionismo, de los fragmentos que nos llevan adelante y atrás, como si paladeásemos con deleite a la vez el postre y la comida; y Aranda además tiene un oído excepcional para el diálogo, para recoger las frases que están en la calle, en la boca de los españoles de este momento, con esos usos, giros, exclamaciones que revelan al buen escritor realista. Y no estamos sobrados precisamente de autores que hablen de la realidad conociéndola, amigos, que hablen de la realidad de la calle, de la realidad social y política de nuestro país, ni mucho menos. Por eso este libro de Aranda se merece, nada más empezar a leerlo, un pequeño reconocimiento, un pequeño aplauso.