06 diciembre 2008

Gonzalo Juanes


Lo que más me impresiona de las fotografías de Gonzalo Juanes es su compromiso con la realidad. En una de ellas, fechada en Gijón, año 1967, vemos a su padre de espaldas, ante un cercado de tres tablas y una alambrada que le cierran el paso a uno de esos inefables prados asturianos. El padre está de espaldas. Viste un traje azul y lleva un sombrero negro. Imaginamos que se trata de un traje para los días de fiesta, para las celebraciones, y que Juanes lo retrató mientras el hombre contemplaba ensimismado el horizonte, absorto en recuerdos acaso no del todo felices. Eso -que no se ve- se intuye, está más allá del papel fotográfico, claro, pero quizá también en la imagen, porque ese ser humano está solo en el paisaje, está retenido tras una cerca, está de espaldas y cae la tarde, hay nubes en el horizonte y una cierta nostalgia, una cierta desazón se han adherido a los colores, a cuanto conforma la foto.
Gonzalo Juanes fotografiaba lo más cercano, lo más visible, lo más conocido. En el libro de Photobolsillo publicado en septiembre de 2008 hallamos imágenes de familiares, de la cama deshecha de su hijo, de su casa, de su Gijón natal, de gente a la que conocía bien y seguramente trataba a menudo. Son fotos de personas y lugares muy estrechamente vinculados a su biografía, importantes para el fotógrafo. Juanes supo retratarlos, llevarlos al fondo oscuro de su cámara con una sinceridad y un respeto excepcionales para que, una vez terminado el proceso, salieran a la luz de las copias que se exponen en salas de arte y se reproducen en libros con una consistencia y un halo de verdad inigualables, conmovedores siempre, ya se trate de sus padres sentados en sillas de exterior y en espacios que visitarían seguramente en muchas ocasiones, de niños embebidos en sus juegos, de conocidos en reuniones festivas. A todos los miraba Juanes con paciencia, entendiéndolos, arrojándose en su certeza honda y humana. Es una lección más sobre el uso de la fotografía y la fotografía-arte y sirve para insistir en el valor nunca decreciente del uso de un medio que, en las mejores manos, bulle de sinceridad, es útil e inmarchitable.
Pero no os creáis que Gonzalo Juanes sólo se limitó a los más cercano, no penséis que era poco atrevido, que no valía para más. En el mismo libro -qué joya, cuánto tiempo esperándolo los que sabíamos que Juanes había dejado la fotografía en blanco y negro y se había deshecho de casi todo su magnífico archivo- hay una serie localizada en la calle Serrano de Madrid, que realizó en un solo día nuestro magistral fotógrafo, absolutamente soberbia: esencia pura de reportaje urbano, con composiciones elocuentes y siempre oportunas, aperturistas, arriesgadas y de un acierto mayúsculo, que colocan a Gonzalo Juanes en la vanguardia y con letras mayúsculas en la historia de la fotografía española, pues hablamos nada menos que de 1965, la época de iconos como Robert Frank y William Klein, que habían plantado las bases de una honda renovación buscando efectos y encuadres parecidos.
Hay otra foto en este libro que no podré olvidar nunca. Una mano, un vaso y una taza en una bandeja, un tubo que sale de la muñeca, un vendaje cubriendo la piel: "En el hospital, 2006". Algo tan sencillo, que tantas veces hemos visto cuando nuestro padre o nuestra madre o alguno de nuestros abuelos ha estado ingresado y enfermo. Gonzalo Juanes no hace poesía, ni reduce a naturaleza muerta lo que vio, ni pone ni quita nada que no hayamos podido ver. No hay una luz que vuelva tétrica la escena, que la cuaje de dramatismo. Hay lo que hay y una sensibilidad y una mirada despojada de los cuajarones podridos e inútiles del arte pretencioso y/o hecho para encandilar o vender. Es una de esas imágenes que se adhieren a nuestra memoria, que se insertan en nuestra experiencia, que vuelven en el recuerdo y al presente cuando nos encontramos de nuevo en un hospital. Una imagen que es verdad total y arte absoluto, rotundamente útil y necesaria. Una de esas fotos que todos los fotógrafos y todos los espectadores buscamos plasmar, encontrar. Que justifica el arte y acaso también una vida. Que ennoblece por siempre al que nos la ha legado.


Lectura recomendada: el blog "El mundo del seguro"