27 agosto 2008

Antonio Jesús García: Calles, televisores y un cadillac


Es un fotógrafo que sabe componer, que basa la fuerza de sus afirmaciones gráficas en el encuadre, que es una toma de postura siempre, una elección fundamental, muchas veces original y arriesgada, porque Antonio Jesús García corta algunas cabezas, elimina detalles que a ciertas miradas parecerán errores, pequeños despropósitos, y en verdad son parte de un estilo sobresaliente de estética y de ética. Los que le conocen le llaman "Ché", no me preguntéis por quién. Y en sus fotografías no faltan la conciencia, la apuesta personal, el riesgo. No se conforma este fotógrafo con repetir modelos -y los tiene grandes y de un calibre monumental: Lee Friedlander, Robert Frank-, con sumar imágenes neutras. No ha pretendido nunca ocupar un espacio porque le apetece, porque cree que se lo merece. Antonio Jesús García "Ché" fotografía desde las tripas y selecciona luego el material con los ojos, con la mente iconoclasta, transgresora. En el libro del título de esta entrada, editado en el marco de los actos de PhotoEspaña 2002, encontramos a un músico sin cabeza que lo expresa todo con las venas del cuello, a un afortunado muchacho que ríe con mucha boca y sin ojos, a un ciego del que vemos una sola pierna y su bastón crudamente blanco, los pies del fotógrafo junto a una cara televisiva, a dos desconocidas en un bar bajo un cristal que recoge el movimiento de salida a la calle, a un hombre y a su perro y una sombra de árbol que hiere y amenaza, a las procesionistas de un paso de Semana Santa de las que sólo vemos sus zapatos, sus rodillas y sus faldas. Pensaréis que son fragmentos, algo roto, pero no es así: son expresiones, verdades que crecen desde el detalle y la ausencia, que le piden al espectador que participe -esa interactividad tan vendida ahora en todo lo audiovisual-, que sugiere y no da hecho, rehecho, quemado ni requemado nada. "Ché" elige y plantea, no da lecciones ni vende imágenes cargadas de bellos colorines y que solicitan tan sólo el asentimiento del espectador porque cuenta con éste, con su voluntad y su buen saber, porque no concibe el mundo desde ningún púlpito, porque no quiere ser maestro sino cómplice. Al arte le sobran tipos que se creen maestros y necesita que surjan más autores como este fotógrafo almeriense que propone y no explica, que desde un blanco y negro afecto al realismo humanista hace un recorrido por nuestra realidad y nos brinda momentos de acierto pleno que nos invitan a relacionar aspectos de la vida cotidiana que huyen y que sólo en su cámara reposan y se vuelven inmortales y nos conceden una segunda oportunidad de mirar, de entender mejor, de movernos con la mente y con el alma desde nuestro puesto de observadores frente a la foto ajena.

Visita a la web de Antonio Jesús García y sus series fotográficas

16 agosto 2008

Javier Campano


La obra de Javier Campano está hecha de momentos tranquilos y muy significativos. Como los que veía Robert Frank, el inolvidable autor de "Los americanos", están cargados de ideas, de conceptos, y son tan efectivos como un libro de filosofía. A veces la novela me hastía, me cansa, porque me obliga demasiado a creer en mentiras, en paisajes que no existen, en seres volátiles. Recurro entonces a los libros de fotografía, a las exposiciones, y la mirada se me aclara, las ideas fluyen con vigor en mi cabeza. Creo en lo que veo porque es cierto, irrebatible, porque las fotografías que me gustan son siempre una crónica, un pedazo del diario personal del fotógrafo, son esbozos pero a la vez son obras definitivamente acabadas. La literatura me sale por las orejas, me entontece a veces, porque pienso que no sirve más que para darle productos inanes a este sistema que lo fagocita todo, que lo descategoriza todo, que todo lo hace papilla. La novela me resulta una vía más para idiotizar al personal, para tenerlo atrapado en la fantasía, para que no luche por las cosas que es necesario cambiar. La novela, en ocasiones, me parece que sólo sirve actualmente para hacerle el caldo gordo al sistema, que se encarga de apartar a los que tienen ideas propias y mensajes interesantes de los cauces que podrían hacer que las propuestas de cambio calaran. Hasta Saramago creo que se deja llevar, se deja engatusar por los políticos y por los que crean con su nombre edificios que a la postre sólo son como estatuas dormidas. Ya digo: vuelvo los ojos a la fotografía y, en este mundo sobresaturado de ficción, respiro viendo las calles que fotografía Javier Campano, los letreros, las cortinas, los anuncios, los sombreros, las carreteras, victoriosamente reales, pujantemente reales, sin fecha de caducidad, y tan útiles que sostengo uno de sus libros en la mano, miro a mi alrededor, abarco algunos cientos de libros literarios con mi mirada furiosa y pienso que todos juntos no valen lo que la mitad de las fotografías llenas de verdades que llenan el volumen de la Biblioteca de Fotógrafos Madrileños del Siglo XX dedicado a este artista fundamental. De verdades y de fisicidad, de hechos próximos y compartibles, de luces que tocan y revelan, de sombras que empujan a meditar. Sí, amigos: leo novelas y el alma se me aquieta, se me adormece, y en cambio veo las fotos de Campano y siento que algo vibra, se despierta, que algo sigue vivo y dispuesto a creer, a compartir y a cambiar. Son fotos pequeñas, son instantes nada decisivos, pero cómo comunican, cómo tienden manos, cómo apelan al alma dormida.

Foto: San Francisco, 1983. Javier Campano


Visita: Recuerdos de un verano con un spray en las calles de Granada: El Niño de las Pinturas