16 agosto 2008

Javier Campano


La obra de Javier Campano está hecha de momentos tranquilos y muy significativos. Como los que veía Robert Frank, el inolvidable autor de "Los americanos", están cargados de ideas, de conceptos, y son tan efectivos como un libro de filosofía. A veces la novela me hastía, me cansa, porque me obliga demasiado a creer en mentiras, en paisajes que no existen, en seres volátiles. Recurro entonces a los libros de fotografía, a las exposiciones, y la mirada se me aclara, las ideas fluyen con vigor en mi cabeza. Creo en lo que veo porque es cierto, irrebatible, porque las fotografías que me gustan son siempre una crónica, un pedazo del diario personal del fotógrafo, son esbozos pero a la vez son obras definitivamente acabadas. La literatura me sale por las orejas, me entontece a veces, porque pienso que no sirve más que para darle productos inanes a este sistema que lo fagocita todo, que lo descategoriza todo, que todo lo hace papilla. La novela me resulta una vía más para idiotizar al personal, para tenerlo atrapado en la fantasía, para que no luche por las cosas que es necesario cambiar. La novela, en ocasiones, me parece que sólo sirve actualmente para hacerle el caldo gordo al sistema, que se encarga de apartar a los que tienen ideas propias y mensajes interesantes de los cauces que podrían hacer que las propuestas de cambio calaran. Hasta Saramago creo que se deja llevar, se deja engatusar por los políticos y por los que crean con su nombre edificios que a la postre sólo son como estatuas dormidas. Ya digo: vuelvo los ojos a la fotografía y, en este mundo sobresaturado de ficción, respiro viendo las calles que fotografía Javier Campano, los letreros, las cortinas, los anuncios, los sombreros, las carreteras, victoriosamente reales, pujantemente reales, sin fecha de caducidad, y tan útiles que sostengo uno de sus libros en la mano, miro a mi alrededor, abarco algunos cientos de libros literarios con mi mirada furiosa y pienso que todos juntos no valen lo que la mitad de las fotografías llenas de verdades que llenan el volumen de la Biblioteca de Fotógrafos Madrileños del Siglo XX dedicado a este artista fundamental. De verdades y de fisicidad, de hechos próximos y compartibles, de luces que tocan y revelan, de sombras que empujan a meditar. Sí, amigos: leo novelas y el alma se me aquieta, se me adormece, y en cambio veo las fotos de Campano y siento que algo vibra, se despierta, que algo sigue vivo y dispuesto a creer, a compartir y a cambiar. Son fotos pequeñas, son instantes nada decisivos, pero cómo comunican, cómo tienden manos, cómo apelan al alma dormida.

Foto: San Francisco, 1983. Javier Campano


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