26 abril 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (2)

Supongo que uno responde a los patrones de conducta y moral con los que ha crecido. En las lecturas que hago respeto siempre un principio: no leo nunca por leer, ni para haber leído, sino para saber más, para enfrentarme a problemas morales, para saber más de la conducta de ciertos personajes/personas. El relato "Pájaros" me ha hecho pensar en el existencialismo, palabra hoy puesta en cuarentena, cuando no tajantemente rechazada por antigua o pasada de moda. Una tontería, pienso, porque en literatura todo vale si es bueno y si aporta algo sobre el ser humano. La etiqueta realismo sucio no me gusta: hay algo en ella de desagradable, de censurador que me disgusta, porque no creo que hablar de la vida cotidiana de la gente de la clase media -o media baja- sea hablar de algo sucio. La vida no es sucia, la hacemos sucia. Y está mucho más sucia en las alturas que en las partes bajas, más sucia en los cerebros que en los genitales, más sucia en las altas esferas que en la pobreza de abajo, donde se es como es sin poder optar, sin poder elegir. El relato del que os hablo me parece perfectamente existencialista porque la vida de una profesora que por fin consigue un sueldo fijo pero tiene que irse a vivir a un pueblo y no encaja en el nuevo lugar ni entre la nueva gente está contado con ese aliento que invita a la reflexión y a encarar la historia de una vida como algo trascendente, pese a su brevedad y parcialidad, como algo digno de respeto, de evaluación, de todo interés. Es una vida más, y eso siempre es mucho. Ismael Grasa lo consigue mediante una escritura intensa, en la que absolutamente no sobra ni falta nada, prodigio que en muy pocas ocasiones hallamos. La profundidad es máxima y está servida con aparentes mínimos de narración pura, sin disquisiciones ni divagaciones, con la fluidez del relato oral, lo que me parece sencillamente soberbio. No sólo leemos y vemos a la mujer del relato, sino que la sentimos, la acompañamos, nos cuesta mucho dejarla al acabar la lectura. Y esto, muy habitual en las novelas de intriga, es poco común en una historia de diez páginas. Sí: es uno de los mejores relatos que he leído en los últimos meses.

21 abril 2007

José María Guelbenzu, crítico ejemplar


A veces esto de los blogs es pontificar por otros medios. Rechazamos a los listos y nos creemos listos nosotros mismos y damos lecciones desde nuestro espacio bloguero. Vale. Tenemos derecho a quejarnos y a equivocarnos. Pero no me gusta abusar de los tópicos y combatirlos y volverme tópico. Hago críticas en este blog - o comentarios, meditaciones sobre libros, como más os guste - y en otro, dedicado a la novela negra. Yo he crecido leyendo a muchos novelistas, algunos poetas y ensayistas y a un buen puñado de críticos. Si algo he aprendido, se lo debo a los maestros de la ficción y a miradas lúcidas, inteligentes y dotadas del poder de iluminar como las de Rafael Conte y Luis Suñén, dos críticos por los que siempre he sentido un aprecio y un respeto máximos. Ahora leo con atención cada semana a José María Guelbenzu, magnífico crítico y aún mejor novelista. Hoy, en el suplemento Babelia, aparece una crítica de Guelbenzu que motiva esta entrada en mi blog porque me parece ejemplar: sitúa, informa, compara, ahonda, está llena de aciertos y su sencillez es un valor que no hay que olvidar. Os invito a leerla. Está aquí.

17 abril 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (1)


Vivimos en una época de grandes contrastes, con gente muy diferente, que abraza gustos e ideas muy alejadas unas de otras, vivimos en una época en que conviven las diferencias de todo tipo y es algo que considero muy positivo, enriquecedor, ideal para almas despiertas. El primer relato de este libro se llama "Mecedoras" y contrapone el nuevo puritanismo estadounidense a la manera de vivir más despreocupada de los españoles: la hermana del narrador se casa con un tipo de del otro lado del charco y empieza a cambiar, por ósmosis, y a asumir la conducta recta y moralista de su esposo, algo que el narrador lleva mal, sorprendido por los cambios y remiso a incorporarlos a su cotidianeidad. Cuando viaja a los Estados Unidos, el ambiente opresor, sancionador le resulta, en vivo y en directo, más atosigante, más insoportable aún. Este relato está contado con sencillez, sin grandes frases, como le hablaría un amigo a otro amigo íntimo después de una comida o una cena, en un tono cordial, próximo, cómplice. Hay quizá algún exceso en remarcar las cosas, como cuando cuenta que ha hecho el amor con una chica sin utilizar el condón-parece un desafío a cierta moral, acaso un detalle algo forzado-, pero lo más destacable es la inmediatez tan bien asumida, la integración de elementos absolutamente contemporáneos con una facilidad que es abrumadora -Ismael Grasa es un escritor de su tiempo, y no estoy haciendo una afirmación gratuita: los avances tecnológicos están aquí, la realidad del 2000 está aquí, y no se mete nada con calzador, sino con una naturalidad que sorprende sólo porque aún no es nada habitual en el resto de escritores de este nuevo siglo, aún demasiado literarios la mayoría, demasiado encerrados en torres de hormigón con música, sensaciones y objetos del pasado, algo caducos en según qué ocasiones, la verdad- y con los que no busca llamar la atención, sino que están siempre elegidos en función de su valor real y a la vez plenamente funcional y caracterizador. Hay detrás de toda la historia una respiración pesada, enfangada, que a la aparente claridad suma una inquietud rara, difícil de descifrar, que hace más hondo el relato, le abre poros por los que respira lo invisible y lo deja a nuestros ojos como una moneda con dos caras, aunque quede visible una tan sólo. Hay aquí un escritor de calidad, de los que tienen el material y la voz y un mundo propio, no me cabe duda, y celebro que sea alguien cercano, de Huesca, un autor al que hay que seguir leyendo.

11 abril 2007

William Faulkner: "De esta tierra y más allá"


Hay autores a los que uno vuelve inevitablemente, gozosamente. Faulkner es uno de ellos. Me regalaron este libro en 1991, en febrero, y 16 años después me parece oportuna la recuperación, comentar el relato "Grieta", porque en estos tiempos de grave desmemoria y de continua renovación de todo lo visible e invisible considero indispensable volver a leer a Faulkner. El relato es la historia de unos soldados que vagan por los campos de una guerra, llevando a un herido, y hacia un destino que podemos imaginar poco grato. Pero de repente ven a un muerto casi enteramente enterrado y al poco la tierra literalmente se los traga y se ven bajo ella, cavando para escapar de tan inesperada prisión, de tan inesperada condena de muerte: lo primero que ven bajo la tierra son cadáveres de soldados vestidos con uniformes de 1915. La maestría de Faulkner, el grado contenido de onirismo y la fuerza de las imágenes es tal que uno se queda realmente embobado. ¿Cómo este hombre ideó una historia semejante, con soldados, una guerra, unos muertos bajo tierra de otra guerra, cómo es tan inteligente para dar con ese final pletórico en que los soldados rezan a Dios por seguir vivos, Biblia en mano? ¿Qué quiere decirnos? ¿Es su mensaje transparente, esconden algo tan brillante líneas? Lo mejor que puede decirse de Faulkner a estas alturas es que su huella sigue viva en muchos escritores posteriores, que su estilo lleno de viveza, de altura incomparable - con destellos como éste: "y al cabo de un tiempo vuelven a estar entre viejas cicatrices curadas de árboles, a que se aferran unas esparcidas hojas ni verdes ni muertas, como si también ellas hubieran sido alcanzadas y cogidas por un hiato en el tiempo, cotilleando con ruido seco entre ellas aunque no hay viento" - sigue siendo una cima cuyo remonte trae recompensas inigualables. Cómo me gustaría que nos midiésemos a veces poniéndonos ante la figura de autores como éste. Cuánto aprenderíamos.