27 febrero 2007

Richard Ford: Rock Springs ( 3 )

El relato se llama "Novios" y cuenta la historia de un hombre que el día que ha de ingresar en la cárcel visita a su ex mujer, que se ha casado con otro hombre que tiene una hija pequeña de un matrimonio anterior. Dice Richard Ford que la piedad es un elemento esencial en su narrativa: he aquí una buena prueba. Uno lee el relato sobrecogido, con el corazón triste y la mirada herida, e inmiscuidos en lo que se nos va contando, llevados por la mano maestra de Ford de un personaje y lo que piensa y siente a otro, sin apresuramiento y con tanto acierto literario que abruma, nos sentimos especiales y muy pequeños a la vez, seres humanos detenidos como uno de esos animales que se cruzan en la carretera de noche y, a la luz de los faros de un vehículo en marcha, se quedan quietos, como hipnotizados sin saber que están a punto de morir si no lo evitan saltando, escapando. Richard Ford es uno de mis autores preferidos desde hace muchos años, pero este libro no lo había leído, contagiado siempre por la pasión novelesca, y descubro al cabo del tiempo que en estos relatos hay una esencia difícil de transmitir con una novela, una exactitud en lo que se narra que en más páginas resultaría alargado, falso, vacuo. Ford habla de seres corrientes, que no hacen sino cosas corrientes, pero lo que le distingue de tantos otros autores es su mirada llena de piedad, de comprensión: cuando el futuro reo se encara con la ex esposa, con el marido de ésta, vemos que Ford recorta los excesos, evita las trampas y el maniqueísmo y nos muestra a tres seres que le importan por igual, independientemente de lo que hacen o son, aspecto éste que me recuerda los aciertos mayores de otro escritor imprescindible: John Steinbeck. Sabéis que escribo en otro blog sobre novela negra, y tengo que decir que he dudado si incluir este comentario allí en vez de aquí, porque en este cuento hay una pistola, un delincuente, un enfrentamiento entre dos hombres, un deseo de que alguien muera para que con su muerte el dolor desaparezca o se haga ya del todo insoportable. Ford ha tomado elementos de la novela social, la novela negra que están en nuestras vidas cotidianas y ha elaborado un canto ejemplar a la comprensión y a la confianza en el ser humano, en su supervivencia, motivo nada banal en nuestra época, en que parece que las máquinas, la especulación y la enfermedad del planeta que nos acoge ponen en duda. Así lo escribe Ford: "Y yo pensé en el pobre Bobby: lo estarían cacheando y esposando en el patio de la cárcel, luego lo encerrarían convertido en presidiario, como una pieza de maquinaria inútil." Lo dice el marido de la ex esposa de Bobby, que quiere ver lejos de sus vidas - la suya, la de su esposa, la de su hija pequeña - a ese hombre, pero no puede dejar de sentir piedad por su destino.

25 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (7). Crueldad.

Si comento la novelas que leo de esta manera fragmentada es porque así las leo. A veces unas motivan más comentarios y otras apenas dos o tres. "Un encargo difícil", como todas las novelas que dejan poso en mi memoria, está llena de detalles, de pasajes dignos de ser releídos, de personajes memorables. Y de escenas que son eficaces, están muy bien narradas y además son ejemplares. Como una en que el Lluent, pescador, lleva a un soldado alemán, cuyo avión ha caído en el mar, al lugar donde se ha hundido para tenerlo localizado con vistas a su posterior recuperación. El soldado nazi saca de repente su pistola y se pone a ejercitarse en el tiro contra unas rocas. Cuando aparece una cabra en la orilla, no duda en practicar disparando contra ella, la alcanza y la cabra, que está en un acantilado, cae al mar, pero no está muerta y lucha desesperadamente. El pescador desea ayudarla, pero el soldado se lo impide. Alza el pescador un remo sobre la cabeza del alemán, pero éste ni se inmuta, y no le queda más remedio que seguir manejando la barca y seguir las instrucciones del soldado. Es sólo una cabra, pero la crueldad del nazi con el animal basta para que sepamos y comprendamos qué alma encierra tras su guerrera. Admiro a los escritores que saben contar con poco y sugerir mucho. Que pueden desviar la mirada del lector y centrarla con la máxima intensidad en el punto que les interesa. Zarraluki tiene esa capacidad. Y no necesita recurrir a lo más cruento, a la violencia desenfrenada -tan habitual en el mal cine de acción- para demostrarnos que la maldad puede anidar en un corazón.

17 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (6). Mirando una pistola.


Hay violencia contenida y violencia recordada en la novela. La época es propicia. La época está llena de violencia visible e invisible. Benito Buroy, remiso a cumplir con el encargo de matar a un hombre, deja pasar los días. Pero lo inevitable sabe que se acerca. "A veces levantaba el colchón de su cama y observaba la pistola durante un rato que se le hacía interminable. Arrodillado, con los dedos hundidos en el colchón, se sentía asaltado por recuerdos que creía haber borrado para siempre. Cerraba los ojos y se veía a sí mismo disparando a ciegas a las sombras que huían por un bosque de Teruel en medio de la noche, abatiéndolas por la espalda y gritando de júbilo. Se veía entrando en un bar de los suburbios de Barcelona, acercándose a una mesa en la que se jugaba al mus, y descerrajándole un tiro en la frente a un anciano al que había identificado por un angioma en la mejilla. Se veía sacando a una mujer por la fuerza de su casa, inmovilizándola contra la pared en el rellano de la escalera, la respiración de ella acoplada a la suya, los temblores de su pánico mezclándose con el aroma de su cabello, mientras en el interior se oían gritos y disparos. Se veía en todo lo que él había sido, sin acabar de reconocerse, como si le hubieran cambiado la memoria por la de otro hombre." Son los tiempos de la posguerra, los tiempos en que la memoria anda cargada de violencia y de acciones que hay que asimilar a cualquier precio para poder seguir viviendo.

08 febrero 2007

Meme: Cinco cosas que no sabes de mí

Me lo envía Enrique Ortiz.

1.- Quise ser, ante todo, futbolista. Incluso acorté mi nombre: Francis. Siempre me han llamado Paco, así que ese nombre era el presumiblemente artístico. Cuando estudiaba en la Universidad Laboral de Cheste, en Valencia, un amigo empezó a llamarme Cisco, próximo al Xisco que allí utilizan para los Franciscos. Cuando era un niño empecé a escribir novelas del oeste y algunos de los personajes principales se llamaban Frank. Los nombres son para mí muy importantes, y me temo que no podría haber amado a una mujer que no tuviera uno bonito, sugerente.

2.- No fui futbolista porque tenía problemas visuales. Pero una vez acabé una relación con una chica, estando en 8º de E.G.B., con catorce años, después de recibir una nota en que me decía que nunca le hablaba, pues siempre estaba ocupado dándole patadas al balón, sin perdonar un solo recreo. Le contesté que, visto lo visto, mejor lo dejábamos y así no habría quejas por su parte. Perdóname, Mari Carmen, no sabía lo que hacía.

3.- Siempre he tenido la sensación de ser un clon de mi hermano Pepe, que me lleva 11 años. Incluso, ya mayor, viendo mi cara barbada en el espejo siempre recuerdo una foto de cuando mi hermano se dejó la barba una temporada -en contra de la opinión familiar-. Uno de mis días más felices tuvo lugar durante un viaje a Granada -entonces yo vivía en Almería -: fuimos a ver a la novia de mi hermano y nos abrió la puerta la chica que compartía piso con ella. Mi hermano me presentó, y la chica dijo: No hacía falta, es como tu fotocopia. Creo que es el mejor piropo que me han dedicado en toda mi vida.

4.- Pertenecí a una tertulia, llamada De la Calle Suipacha, en honor a Cortázar, en la que me vestí por primera vez de corto y empecé a torear, digamos, al lado de tipos que valían más que yo, sabían más que yo y han llegado más lejos que yo. Actuando como dinamizador, hablaba mucho y escuchaba mucho -dicen algunos que miento en lo segundo, pero bueno -. Sin embargo, me atacó una crisis malévola e, incomprensiblemente, dejé de escribir y hasta de leer. Me volqué en el mundo de la fotografía, hice algunos pinitos, gané algunos premios -uno, de carácter nacional - y hasta mi maestro, Pérez Siquier, dijo que había hecho tres o cuatro fotografías en condiciones. Pero después me cansé, me aburrí, me agobié, o qué sé yo, y se acabó esa parte de mi vida cerrando de nuevo puertas.

5.- Soy un tipo comprometido, de esos que no comen carne, que no tienen coche, que creen en la política y en los partidos de izquierdas, que sienten cómo se les abren las carnes cuando oyen y ven injusticias: combatiendo algunas de ellas me hice heridas que nada ha restañado, que nada ni nadie podrá jamás curar -heridas del alma, amigos-. Pero no evito saber que no soy perfecto y que me equivoco muy a menudo. Mis amigos siempre están corrigiéndome, diciéndome que no me apasione tanto, que no me dé tanto. Pero la corrección de estos errores me temo que se van a quedar pendientes hasta mi próxima reencarnación.

Se lo envío a:

Ninoska Mermoud - Santiago
Rosa Ribas
Miguel Sanfeliu
Pacita
Paula
Zuriñe Vázquez
Isabel Romana
Anilibis
José Romero
Natinat
Gabriel Báñez
El detective amaestrado
NoAmanda
Mart
Diarios de Rayuela
M
Clarice Baricco

01 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (5). Nombrar las cosas.

Prefiero a los escritores de prosa concisa, que nombran y narran con cierto lirismo, prefiero las novelas que no son largas y no tienen demasiados personajes. Y cómo admiro a los escritores, empero, que saben nombrarlo todo de nuevo, que explican y se demoran, que arrojan luz sobre lo cotidiano y me ayudan a verlo todo con ojos nuevos. Zarraluki es de estos. Cuando la viuda del alto cargo republicano, Leonor Dot, le enseña a la cantinera a leer, uno se da cuenta de que se necesitan muchas palabras, se necesitan varias escenas, se necesita el deslumbramiento, el instante en que hay un hallazgo, uan corroboración, un asentamiento. Qué bien lo narra Zarraluki, al que no le importa que haya sido contado algo parecido en otras novelas, con otros personajes, porque el tono realista de este relato lo exige y hay que afrontarlo, hay que dárselo al lector sin desfallecer y sin hurtar nada. Lo mismo pasa cuando la cantinera y su marido, de mediana edad, hacen de nuevo el amor tras una temporada sin encontrarse en la intimidad. "Él entró con cierta timidez, se sentó en la cama y se desnudó rezongando. Luego, con algún apuro, se montó sobre ella. Llevaban tiempo sin hacerlo y estaban en la edad en que los cuerpos empiezan a no reconocerse como propios, por lo que a ambos les extrañó lo prominentes que tenían los vientres. Pero los bajos se acoplaban sin dificultad, tal como siempre había sucedido. Durante el escaso tiempo en que Paco estuvo moviéndose envolvió a Felisa la extraña sensación de que se encontraba de plácida charla con él rememorando los tiempos pasados. No sintió nada más que eso, pero para ella ya fue bastante. Aquella noche no decía Paco que la vida era una mierda ni ella tenía la necesidad de apartarlo de sí con un codazo. Luego, cuando él se descabalgó con la dificultad de quien baja de un muro, se vio incapaz Felisa de conciliar el sueño. Aunque tuviera los labios cerrados seguía hablando con Paco de cuando los chicos eran pequeños y corrían por el campo que parecían liebres, y de más tiempo atrás, mucho antes de la guerra, cuando fueron a Mallorca de viaje de novios y vivieron durante una semana como auténticos señores, paseando por las calles y comiendo en una fonda con mantel a cuadros, y de lo guapo que estaba él en aquella época, que parecía un galán de cine. Permaneció Felisa García en vela toda la noche pensando que las miserias de la edad entierran los buenos recuerdos, hasta que las primeras luces del alba la sacaron de la cama y la devolvieron a sus tareas cotidianas." Me parece que esta novela crece a medida que la leo, se engrandece a mis ojos. Razones hay, ¿no os parece?