30 abril 2008

Félix Mendelssohn

Me fascinan el orden y la claridad que hay en los conciertos para piano de Mendelssohn. Hay algo fiable en esa música, hay una sinceridad expositiva que resulta rara y valiosa. Diría que hay verdad en esos conciertos, en esos diálogos del piano con la orquesta, y que en ellos el deseo del compositor -que la música propiciara claros pensamientos, que podían ponerse por escrito, que no enmarañaran la atención ni la sensibilidad del oyente- se cumplía a la perfección. Y es que, partiendo de una voluntad de orden y control, de dominio, creo que el aparente conservador Mendelssohn lo que hace con su obra es ofrecer mensajes coherentes con su manera de entender el mundo, la fe, pero también las relaciones humanas, los afectos. No en vano, quedó herido por la muerte de su hermana y no tardó demasiado en morir también él, que siempre se sintió muy cerca de ella -escribo esto oyendo el adagio del Concierto nº2, con los dedos adormecidos y a la vez volátiles por la emoción-, que supo que no podría asimilar su pérdida. Era alguien irritable, pero profundamente humano, un hombre que miraba hacia el lado claro de las cosas. Su música transparenta su afectos, sus deseos de amar y ser amado, su generosidad. Su claridad era la de quien mira lo cercano sin olvidarse nunca de lo que hay más allá, de lo que hay o desea que haya más allá. La próxima vez, escuchad su música y pensad que fue un alma noble que buscaba la concordia y seguramente era de esas personas que tenían siempre una palabra amable, alentadora. Cuántos Mendelssohns necesitaríamos -incluso los que estamos enfrente del conservadurismo- para cambiar y mejorar muchas cosas. Empecemos por escucharle, por dejarnos llevar por su música y por ordenar nuestras ideas, que serán cada vez más claras gracias a su influjo.

26 abril 2008

Rafael Chirbes



Vino a Granada con "Crematorio", la primera obra maestra del siglo XXI escrita en España. Lo presentó José Abad, que conoce bien su obra y la admira intensa y rigurosamente. Leyó Chirbes unos folios y habló sobre la novela y los novelistas. Dijo que en "Crematorio" se había enfrentado a un personaje protagonista que era complejo, al que consideraba por encima de él: detesta que los malos sean únicamente malos y los buenos sólo buenos. Escribir novelas para que me digan lo que ya sé no me sirve, afirmó. Las que le interesan son aquellas que le hacen cuestionarse las cosas, lo que piensa. Así, enfrentarse al reto de crear un personaje al que detesta pero al que ha de abordar con precaución, con profundidad, mirándolo desde abajo, entendiéndolo, tirando cables que otros pueden recoger, cartografiándolo con esmero y sin descalificaciones vanas, respetándolo, es una ejemplar lección que nos deja y que les servirá a otros autores para reflexionar y constituye un aliciente más para cualquier lector que se acerque a este novela inolvidable.

17 abril 2008

Personajes


Leyendo el prólogo que escribió André Malraux para la novela "Diario de un cura rural", de Georges Bernanos, absolutamente sobresaliente, me da por pensar que nuestra actual literatura está invadida de caracteres y huérfana de auténticos personajes, de personajes inolvidables, de personajes que calen hondo en nuestras mentes hasta el punto de hacernos olvidar que son creaciones literarias para pasar a ese estadio maravilloso de seres con vida propia, no importa de qué carne o papel provengan - ni de qué pantalla-. Señalaba ayer en una entrevista en el diario Público el escritor argentino Ricardo Piglia que la novela no desaparecerá mientras existan personajes, mientras se creen personajes bien trazados y bien desarrollados. Lo comparto. Abundan los caracteres -sujetos a una pasión, una obsesión, una idea conductora -pero escasean los personajes, esos seres ficticios y absolutamente necesarios que se sumergen en acciones inesperadas, que exploran en el fondo de sus almas, que se sorprenden y nos sorprenden con sus excursiones a lugares de su personalidad -de su alma- de los que no vuelven igual que cuando partieron. Estamos rodeados de caracteres -en la novela negra, la mala novela negra, surgen como setas- que se mueven férreamente manejados por las manos de sus conformistas creadores y que hacen viajes inútiles de los que regresan como si no hubieran salido de sus propias casas - de sus propias almas-. Si echamos de menos a Dostoievski, a Balzac, a Flaubert, al Raymond Chandler de "El largo adiós" no es porque seamos unos nostálgicos irredentos, porque nos hayamos quedado anclados en un pasado glorioso y muerto. Los echamos de menos porque crearon personajes -esos tipos imprevisibles, osados, indagadores de la cuestión humana- , porque no se contentaron con legarnos simples caracteres. Los echamos de menos, los necesitamos porque la literatura con ellos nos acercó a la esencia, a lo que nunca dejaremos de necesitar: al otro, al semejante. Somos seres sociales por naturaleza, somos fragmentos ambulantes que siempre andamos buscando complementos y luces de los que no pueden proveernos nuestra razón y nuestras creencias. Somos seres incompletos. Necesitamos personajes, necesitamos al otro. Necesitamos el diálogo con unas constantes -tan ciertas como las vitales - que nos definen como seres humanos y que se expresan en ocasiones mediante la ficción de forma más concreta y útil que en la engañosa realidad. Gracias a la novela -las grandes novelas que nos despiertan- continuará existiendo el diálogo con esas constantes, con la esencia, con lo que definimos como humano.


Foto: Willy Ronis

Texto recomendado: Acción de gracias - Richard Ford. En el blog de Pepe Cervera

14 abril 2008

Los días del pasado, de Mario Camus


Lenta, paciente se mueve la cámara por los paisajes del norte de España, nos muestra los rostros fríos y atemorizados de los habitantes de nuestra posguerra, los rostros de los vencidos, de los que nunca podrán recuperar cabalmente la alegría de vivir. Con voluntad de verismo, sin alzar la voz, narra Mario Camus una historia que no puede dejar a nadie indiferente, que ahonda en la injusticia y la soledad de los que tuvieron que aguantar casi cuarenta años de dictadura franquista. La maestra andaluza que viaja al norte para buscar y reunirse con el hombre al que ama no puede ser feliz ni lo será aunque lo encuentre, aunque vuelva a besarle y a sentirse momentáneamente en paz a su lado, porque el destino de su amado es la lucha, es la memoria, es la muerte en la batalla contra quienes les arrebataron a los débiles, a los vencidos, lo más importante que el hombre tiene: la palabra (magníficamente señalado en el estudio que hace de la película José Luis Sánchez Noriega en el libro que la colección Signo e Imagen/Cineastas de Cátedra le dedicó al gran director de cine hace ya diez años). Gran película, absolutamente necesaria, una lección de cómo narrar de manera poética y realista a la vez.