30 abril 2008

Félix Mendelssohn

Me fascinan el orden y la claridad que hay en los conciertos para piano de Mendelssohn. Hay algo fiable en esa música, hay una sinceridad expositiva que resulta rara y valiosa. Diría que hay verdad en esos conciertos, en esos diálogos del piano con la orquesta, y que en ellos el deseo del compositor -que la música propiciara claros pensamientos, que podían ponerse por escrito, que no enmarañaran la atención ni la sensibilidad del oyente- se cumplía a la perfección. Y es que, partiendo de una voluntad de orden y control, de dominio, creo que el aparente conservador Mendelssohn lo que hace con su obra es ofrecer mensajes coherentes con su manera de entender el mundo, la fe, pero también las relaciones humanas, los afectos. No en vano, quedó herido por la muerte de su hermana y no tardó demasiado en morir también él, que siempre se sintió muy cerca de ella -escribo esto oyendo el adagio del Concierto nº2, con los dedos adormecidos y a la vez volátiles por la emoción-, que supo que no podría asimilar su pérdida. Era alguien irritable, pero profundamente humano, un hombre que miraba hacia el lado claro de las cosas. Su música transparenta su afectos, sus deseos de amar y ser amado, su generosidad. Su claridad era la de quien mira lo cercano sin olvidarse nunca de lo que hay más allá, de lo que hay o desea que haya más allá. La próxima vez, escuchad su música y pensad que fue un alma noble que buscaba la concordia y seguramente era de esas personas que tenían siempre una palabra amable, alentadora. Cuántos Mendelssohns necesitaríamos -incluso los que estamos enfrente del conservadurismo- para cambiar y mejorar muchas cosas. Empecemos por escucharle, por dejarnos llevar por su música y por ordenar nuestras ideas, que serán cada vez más claras gracias a su influjo.