21 septiembre 2007

Los 90



Íbamos al cine con una compañera de clase y ella elegía una de miedo, lo que era la excusa perfecta para que te cogiese de las manos y te pidiera ayuda, que no te enteras, Paco, que me gustabas hace tiempo, tú siempre perdido en tus libros y tus largas conversaciones. No éramos celosos, no nos importaba el comentario de una amiga que había visto a tu chica con otro paseando por la playa, porque seguro que había una explicación. Y si no la había, sabíamos perdonar; y perdonábamos. No consumíamos tantas cápsulas y recurríamos al geniecillo dormido dentro de una botella para perder la timidez y el miedo y para ahogar la tristeza, que era más llevadera, más breve, sólo una acompañante ocasional. Nuestra imaginación era más natural, nuestras conversaciones incluían una inolvidable e insuperable frase -"no aísles", cuando éramos tres y uno se quedaba fuera de juego porque hablaban sólo dos; "no aísles", decía mi novia porque la amiga que venía con nosotros al cine se quedaba callada o la aburríamos hablando de algo que sólo nos incumbía a mi chica y a mí-, la gente era más generosa, menos desconfiada, creía menos en la propiedad y se enamoraba más fácilmente, aunque después no fuera nunca capaz de dar el primer paso. Daba igual: disfrutábamos imaginando. No se acababa el mundo si te dejaban, si ella te había engañado no buscabas venganza y jamás recurrías a la violencia, porque ella no era tuya, no la poseías: la posesión no era nuestro primer objetivo. Recuerdo que yo era feliz con ella sentados en la playa, cantando, en tardes hurtadas al estudio, y que cuando nos separábamos nunca me iba solo, nunca me iba sin algo nuevo o sin la sensación de haber profundizado en un aspecto, en un tema, en una meditación; me marchaba con las manos aún suaves por las caricias, con la mente llena de imágenes que se habían enganchado ya a la memoria (aún perduran, de hecho), con el paso ligero y convencido de quien incluso en la adversidad sabe hallar algo que merece la pena.


(Foto: Carlos Pérez Siquier)

16 septiembre 2007

Amigo es aquel que fue generoso contigo al menos una vez

¿Por qué hay tanta gente llena de rabia?, me pregunta mi amigo Luis Castillo. Oigo su respiración agitada, aparto el teléfono de mi oreja un instante y exhalo una imprecación. Alguien lo ha fastidiado. ¿Por qué hay tanta gente que no es feliz si no jode a los demás?, ¿por qué no viven sus vidas y dejan que los demás vivan las suyas?, ¿por qué creen ser íntegros, ejemplares, pero sólo caben en su mente su imagen y sus propios, egoístas deseos?, ¿por qué con los enemigos cobran fuerzas, se afirman, se imaginan que crecen en la batalla, en la lucha, en el forcejeo, cuando sólo disminuyen, sacan a la luz su lado podrido? Luis está muy fastidiado. Algo le ha ocurrido con uno de sus amigos, al que no conozco. No me cuenta más. Y yo, no se me ocurre otra cosa, le digo: Amigo es aquel que fue generoso contigo al menos una vez. Amigo es el que no te traiciona, el que no te abandona, el que no cree ser más que tú. Amigo es el que lo es para siempre. Pero Luis está fastidiado. No se anima. Cuelga y sé que es porque quiere hablar pero no encuentra las palabras, no consigue decirme qué le angustia. Mañana lo llamaré, o iré a su casa. También se puede ser amigo en los silencios y en las esperas, sólo con hacer compañía. Espero no defraudarlo.


(Foto: Javier Arcenillas)

12 septiembre 2007

Carta a Ismael Serrano


"Mi utópico amigo". Así me llamaba mi mejor amigo de los veintisiete años. El que ya no me entendía tanto a los veintiocho, el que no era mi amigo del alma a los veintinueve. Me siento incomprendido casi siempre, cuando hablo y cuando callo. Incomprendido cuando tengo que explicar por qué escribí algo tan duro, por qué me quedé tan blando aquélla otra vez. Pero siempre he sido utópico. Mi amiga de Los Ángeles (California), a quien nunca he visto y a la que conocí por un blog, es quien mejor me entiende. Quizá porque nunca me ha mirado a los ojos, porque nunca se ha dejado engañar por el tono equivocado de mi voz. Muchos somos así, nos sentimos así. Incomprendidos. Por eso me sabe mal escribir y no ensalzar a mi admirado Ismael Serrano, que tan bien me entendía, sin conocerme, escribiendo canciones como "Ya quisiera yo", que me describe como si Ismael hubiera estado un año entero viviendo a mi lado. Pero es que, Ismael, los tres últimos discos que has sacado me duelen en el alma, me decepcionan. Sí, dices que te niegas a crecer, pero has perdido ironía incisiva, has perdido algo de mala leche, te has suavizado, te has enredado con las letras románticas, te has instalado en un tono cercano a lo monocorde, amigo, ¿qué te está pasando? Oigo tus "Sueños de un hombre despierto" y me obligas a golpear la pared, a volver la cara, a quejarme a media voz -¿quién podría oírme, a quién le importará?-, porque tú tampoco me entiendes ya. De nuevo muy solo, Ismael. Con lo que he cantado yo "Tierna y dulce historia de amor", "Papá, cuéntame otra vez" y "Al bando vencido". Ya no puedo cantar tus canciones, tus nuevas canciones, porque se ve que me he hecho viejo y tú sigues joven, algo adolescente, quizá demasiado adolescente. Y mira que te quiero, amigo, y mira que me cuesta escribir esto, mira que sé que eres un utópico como yo. Incomprendidos, Ismael. Ahora, también, tú y yo.

06 septiembre 2007

La vivienda, derecho contitucional

Mi amigo Luis Castillo lo ve muy claro: un sistema se autosdetruye cuando acaba por vender sólo humo y añagazas. Seguro que pensáis en Cuba, pero él se refiere a nuestro sistema, el hipercapitalista en que vivimos (sobrevivimos). Viene esto a cuento de que un presidente de una comunidad autónoma de España ha prometido vivienda digna para la gente que menos dinero tiene, que menos dinero gana. Inmediatamente, un montón de tertulianos, políticos, articulistas y "pagados por los que cierran bocas" (Luis dixit) se ha apresurado a tachar la medida de electoralista -¿pero no faltan más de seis meses para las elecciones? Qué exageración -, de imposible y hasta de inoportuna. Son los que no quieren que el estado ayude al ciudadano, los que no quieren que se ayude a los pobres, los que no quieren que se corrijan las grandes desigualdades gracias a las que se mantiene un sistema tan mentiroso y dañino como el que padecemos, afirma mi amigo Luis. ¿Por qué esos tertulianos, esos analistas, esos economistas -la profesión más imbécil del mundo, ya que sólo da inútiles, pues vaya cómo tienen el mundo los encargados de cuidar del euro y del dólar-, esos articulistas -dejemos a los pagados para intoxicar- no se dedican a exigir que se cumpla ese derecho recogido en nuestra Constitución, por qué no se empeñan en reclamarlo en todas la comunidades de nuestro país, que pueden -si quieren- tomar cartas en el asunto? Si ya no vemos esto, sigue diciendo Luis, es que estamos muy enfermos, el sistema está muy enfermo, y si no se exige ya ni que se cumpla el mínimo exigible es que estamos en proceso de autodestrucción. No creemos ya ni en nosotros mismos. Qué país, qué mundo, añade Luis. Politiqueo, intereses oscuros, mandados que entonan la canción de su amo. Que vengan ya los extraterrestres, hombre.


(Foto: Alberto García-Alix)

04 septiembre 2007

Alberto Ruiz-Gallardón


Le entrevistan en Radio Nacional de España, en el nuevo programa de Juan Ramón Lucas, y me quedo escuchando hasta el final porque se trata de una persona que ingresa ligeros cambios en la imagen que de los políticos de derechas tenemos en España. No creo que la derecha española esté centrada, o sea, en el centro, como defiende un rato antes en la misma emisora una contertulia. No creo que la voz de Mariano Rajoy sea la de un político centrista: ¿en qué se parece al paradigma español, que es Adolfo Suárez? En nada. Éste hizo avanzar a la sociedad española, fue valiente e integrador. Rajoy es muy demagogo, siempre hace declaraciones que quiere que surjan de su boca como si debieran de esculpirse, de repetirse luego a media voz como mantras intachables. Ningún político tiene la verdad absoluta, ningún político puede prescindir del rival ni de quienes no le votan, porque si gana unas elecciones ha de gobernar para todos los ciudadanos, los adeptos y los que no le quieren. Rajoy no se hace de querer, se refugia en los que le quieren, no amplía campo, no se gana nuevas adhesiones, no consigue que lo quieran más. A Rajoy, incluso los suyos, cada vez lo quieren menos.
Gallardón pertenece a esa clase de políticos que aman la política y desde muy jóvenes han entrado en un partido y han ido escalando posiciones hasta llegar a a lo más alto. Es querido y temido a la vez entre sus compañeros, porque aún no ha tocado techo. Durante los períodos electorales su voz me suena más a derecha, a partidopopular, a dirigente que no quiere ceder su plaza y que, orgulloso y confiado de sí, batalla para ser presidente de una comunidad o alcalde de una ciudad muy grande con la convicción del que sabe estar, presentarse, ser aclamado, valorado y respaldado. Pero cuando no hay elecciones cerca - o acaso siempre, porque no soy uno de sus seguidores y no le escucho más que esporádicamente-, cuando le entrevistan le oigo hablar de otros temas ajenos a la política y le presto atención, porque no es que rompa moldes, pero sí apunta detalles significativos. Esta mañana, en respuesta a la solicitud del presentador del programa, ha escogido la música de Bach y de Joaquín Sabina como acompañamiento y fondo mientras le hacían preguntas y en las pausas de la entrevista. El propio Juan Ramón Lucas, avispado, con buen instinto periodístico, le ha preguntado poco después por qué elegía a Sabina, tan alejado ideológicamente de lo que es y representa ser Gallardón. Y el alcalde de Madrid ha contestado que no se limita en los gustos estéticos, que eso no sería muy inteligente. Me gusta la frase, me gusta su aroma comprensivo y mestizo. Pero luego pienso que no: no me convence que un político de derechas pueda planear leyes y vivir en la derecha política y social pero en la intimidad disfrute de las canciones de un viejo cantautor rojo, de una estirpe de artistas que en sus letras denuncia situaciones a las que la derecha no presta atención, que señala desigualdades que no restaña la derecha, que lucha por una igualdad que jamás nos ofrecerá ninguna derecha del mundo. Y ahí veo por qué nunca me han convencido los políticos de derechas, por qué su separación de la vida íntima y la vida social nunca me han convencido, vuelvo a comprender qué es la derecha, cómo es un político de derechas: aquel que deslinda, separa, diferencia, puede disfrutar del logro literario y musical de un viejo rojo como Sabina y dejarlo en la habitación de su casa, en la intimidad del hogar, quieto, reposado, inerme, sin más valor que el estético, para el goce de los sentidos. Por eso sigo prefiriendo a esos tipos que aún creen que la literatura puede cambiar las cosas, molestar un poco a los que tienen el poder; por eso sigo estando cerca de los cantantes como Sabina, Labordeta -magnífico novelista también- o Ismael Serrano, que aún se la juegan, aún apuestan su credibilidad y su voluntad ante el público dando versos y palabras que no están trillados, vacíos de contenido por el uso insensato, que nunca diferencian una canción política de una canción de amor o surrealista, porque en su búsqueda de la verdad no separan lo público de lo privado, no parcelan, no son dos personas en una. Y sigo defendiendo a esos escritores que arriesgaron lectores y comodidades para profundizar en el hombre, en sus contradicciones, y que contra viento y marea se mantuvieron en una línea coherente y aun calamitosa, que a algunos los ha llevado a un semiolvido y a otros los abandonó en manos de la muerte con poco más de lo que habían traído a este mundo. Y sigo creyendo en las personas y en los políticos que, a diferencia de Gallardón, aman el arte por algo más que su goce estético.


(Foto: Sergio Barrenechea - Efe)