04 septiembre 2007

Alberto Ruiz-Gallardón


Le entrevistan en Radio Nacional de España, en el nuevo programa de Juan Ramón Lucas, y me quedo escuchando hasta el final porque se trata de una persona que ingresa ligeros cambios en la imagen que de los políticos de derechas tenemos en España. No creo que la derecha española esté centrada, o sea, en el centro, como defiende un rato antes en la misma emisora una contertulia. No creo que la voz de Mariano Rajoy sea la de un político centrista: ¿en qué se parece al paradigma español, que es Adolfo Suárez? En nada. Éste hizo avanzar a la sociedad española, fue valiente e integrador. Rajoy es muy demagogo, siempre hace declaraciones que quiere que surjan de su boca como si debieran de esculpirse, de repetirse luego a media voz como mantras intachables. Ningún político tiene la verdad absoluta, ningún político puede prescindir del rival ni de quienes no le votan, porque si gana unas elecciones ha de gobernar para todos los ciudadanos, los adeptos y los que no le quieren. Rajoy no se hace de querer, se refugia en los que le quieren, no amplía campo, no se gana nuevas adhesiones, no consigue que lo quieran más. A Rajoy, incluso los suyos, cada vez lo quieren menos.
Gallardón pertenece a esa clase de políticos que aman la política y desde muy jóvenes han entrado en un partido y han ido escalando posiciones hasta llegar a a lo más alto. Es querido y temido a la vez entre sus compañeros, porque aún no ha tocado techo. Durante los períodos electorales su voz me suena más a derecha, a partidopopular, a dirigente que no quiere ceder su plaza y que, orgulloso y confiado de sí, batalla para ser presidente de una comunidad o alcalde de una ciudad muy grande con la convicción del que sabe estar, presentarse, ser aclamado, valorado y respaldado. Pero cuando no hay elecciones cerca - o acaso siempre, porque no soy uno de sus seguidores y no le escucho más que esporádicamente-, cuando le entrevistan le oigo hablar de otros temas ajenos a la política y le presto atención, porque no es que rompa moldes, pero sí apunta detalles significativos. Esta mañana, en respuesta a la solicitud del presentador del programa, ha escogido la música de Bach y de Joaquín Sabina como acompañamiento y fondo mientras le hacían preguntas y en las pausas de la entrevista. El propio Juan Ramón Lucas, avispado, con buen instinto periodístico, le ha preguntado poco después por qué elegía a Sabina, tan alejado ideológicamente de lo que es y representa ser Gallardón. Y el alcalde de Madrid ha contestado que no se limita en los gustos estéticos, que eso no sería muy inteligente. Me gusta la frase, me gusta su aroma comprensivo y mestizo. Pero luego pienso que no: no me convence que un político de derechas pueda planear leyes y vivir en la derecha política y social pero en la intimidad disfrute de las canciones de un viejo cantautor rojo, de una estirpe de artistas que en sus letras denuncia situaciones a las que la derecha no presta atención, que señala desigualdades que no restaña la derecha, que lucha por una igualdad que jamás nos ofrecerá ninguna derecha del mundo. Y ahí veo por qué nunca me han convencido los políticos de derechas, por qué su separación de la vida íntima y la vida social nunca me han convencido, vuelvo a comprender qué es la derecha, cómo es un político de derechas: aquel que deslinda, separa, diferencia, puede disfrutar del logro literario y musical de un viejo rojo como Sabina y dejarlo en la habitación de su casa, en la intimidad del hogar, quieto, reposado, inerme, sin más valor que el estético, para el goce de los sentidos. Por eso sigo prefiriendo a esos tipos que aún creen que la literatura puede cambiar las cosas, molestar un poco a los que tienen el poder; por eso sigo estando cerca de los cantantes como Sabina, Labordeta -magnífico novelista también- o Ismael Serrano, que aún se la juegan, aún apuestan su credibilidad y su voluntad ante el público dando versos y palabras que no están trillados, vacíos de contenido por el uso insensato, que nunca diferencian una canción política de una canción de amor o surrealista, porque en su búsqueda de la verdad no separan lo público de lo privado, no parcelan, no son dos personas en una. Y sigo defendiendo a esos escritores que arriesgaron lectores y comodidades para profundizar en el hombre, en sus contradicciones, y que contra viento y marea se mantuvieron en una línea coherente y aun calamitosa, que a algunos los ha llevado a un semiolvido y a otros los abandonó en manos de la muerte con poco más de lo que habían traído a este mundo. Y sigo creyendo en las personas y en los políticos que, a diferencia de Gallardón, aman el arte por algo más que su goce estético.


(Foto: Sergio Barrenechea - Efe)