01 febrero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (5). Nombrar las cosas.

Prefiero a los escritores de prosa concisa, que nombran y narran con cierto lirismo, prefiero las novelas que no son largas y no tienen demasiados personajes. Y cómo admiro a los escritores, empero, que saben nombrarlo todo de nuevo, que explican y se demoran, que arrojan luz sobre lo cotidiano y me ayudan a verlo todo con ojos nuevos. Zarraluki es de estos. Cuando la viuda del alto cargo republicano, Leonor Dot, le enseña a la cantinera a leer, uno se da cuenta de que se necesitan muchas palabras, se necesitan varias escenas, se necesita el deslumbramiento, el instante en que hay un hallazgo, uan corroboración, un asentamiento. Qué bien lo narra Zarraluki, al que no le importa que haya sido contado algo parecido en otras novelas, con otros personajes, porque el tono realista de este relato lo exige y hay que afrontarlo, hay que dárselo al lector sin desfallecer y sin hurtar nada. Lo mismo pasa cuando la cantinera y su marido, de mediana edad, hacen de nuevo el amor tras una temporada sin encontrarse en la intimidad. "Él entró con cierta timidez, se sentó en la cama y se desnudó rezongando. Luego, con algún apuro, se montó sobre ella. Llevaban tiempo sin hacerlo y estaban en la edad en que los cuerpos empiezan a no reconocerse como propios, por lo que a ambos les extrañó lo prominentes que tenían los vientres. Pero los bajos se acoplaban sin dificultad, tal como siempre había sucedido. Durante el escaso tiempo en que Paco estuvo moviéndose envolvió a Felisa la extraña sensación de que se encontraba de plácida charla con él rememorando los tiempos pasados. No sintió nada más que eso, pero para ella ya fue bastante. Aquella noche no decía Paco que la vida era una mierda ni ella tenía la necesidad de apartarlo de sí con un codazo. Luego, cuando él se descabalgó con la dificultad de quien baja de un muro, se vio incapaz Felisa de conciliar el sueño. Aunque tuviera los labios cerrados seguía hablando con Paco de cuando los chicos eran pequeños y corrían por el campo que parecían liebres, y de más tiempo atrás, mucho antes de la guerra, cuando fueron a Mallorca de viaje de novios y vivieron durante una semana como auténticos señores, paseando por las calles y comiendo en una fonda con mantel a cuadros, y de lo guapo que estaba él en aquella época, que parecía un galán de cine. Permaneció Felisa García en vela toda la noche pensando que las miserias de la edad entierran los buenos recuerdos, hasta que las primeras luces del alba la sacaron de la cama y la devolvieron a sus tareas cotidianas." Me parece que esta novela crece a medida que la leo, se engrandece a mis ojos. Razones hay, ¿no os parece?