17 abril 2007

Ismael Grasa: Trescientos días de sol (1)


Vivimos en una época de grandes contrastes, con gente muy diferente, que abraza gustos e ideas muy alejadas unas de otras, vivimos en una época en que conviven las diferencias de todo tipo y es algo que considero muy positivo, enriquecedor, ideal para almas despiertas. El primer relato de este libro se llama "Mecedoras" y contrapone el nuevo puritanismo estadounidense a la manera de vivir más despreocupada de los españoles: la hermana del narrador se casa con un tipo de del otro lado del charco y empieza a cambiar, por ósmosis, y a asumir la conducta recta y moralista de su esposo, algo que el narrador lleva mal, sorprendido por los cambios y remiso a incorporarlos a su cotidianeidad. Cuando viaja a los Estados Unidos, el ambiente opresor, sancionador le resulta, en vivo y en directo, más atosigante, más insoportable aún. Este relato está contado con sencillez, sin grandes frases, como le hablaría un amigo a otro amigo íntimo después de una comida o una cena, en un tono cordial, próximo, cómplice. Hay quizá algún exceso en remarcar las cosas, como cuando cuenta que ha hecho el amor con una chica sin utilizar el condón-parece un desafío a cierta moral, acaso un detalle algo forzado-, pero lo más destacable es la inmediatez tan bien asumida, la integración de elementos absolutamente contemporáneos con una facilidad que es abrumadora -Ismael Grasa es un escritor de su tiempo, y no estoy haciendo una afirmación gratuita: los avances tecnológicos están aquí, la realidad del 2000 está aquí, y no se mete nada con calzador, sino con una naturalidad que sorprende sólo porque aún no es nada habitual en el resto de escritores de este nuevo siglo, aún demasiado literarios la mayoría, demasiado encerrados en torres de hormigón con música, sensaciones y objetos del pasado, algo caducos en según qué ocasiones, la verdad- y con los que no busca llamar la atención, sino que están siempre elegidos en función de su valor real y a la vez plenamente funcional y caracterizador. Hay detrás de toda la historia una respiración pesada, enfangada, que a la aparente claridad suma una inquietud rara, difícil de descifrar, que hace más hondo el relato, le abre poros por los que respira lo invisible y lo deja a nuestros ojos como una moneda con dos caras, aunque quede visible una tan sólo. Hay aquí un escritor de calidad, de los que tienen el material y la voz y un mundo propio, no me cabe duda, y celebro que sea alguien cercano, de Huesca, un autor al que hay que seguir leyendo.