24 enero 2007

Pedro Zarraluki: "Un encargo difícil" (3). El momento de matar.

Zarraluki es un buen escritor. Maneja a diferentes personajes y diferentes sentimientos, ambientaciones, deseos y enajenaciones con mano diestra y compone un paisaje interesante y dotado de una variedad que no lanza cada historia por su lado de manera gratuita ni forzada, sino que logra que discurran las historias paralelas y con una intensidad parecida, una atractivo homogéno. Estas virtudes no están al alcance sino de unos pocos escritores de gran talento, que creen en sus capacidades pero también en la perseverancia, en el tiempo como un aliado. Zarraluki, sin prisas, monta una novela que merece mayor atención de la recibida. La escena en que Benito va a matar al alemán para cumplir el encargo que le ha hecho el comisario es una buena muestra de lo que digo: son seis páginas, desde que Benito sale de la comandancia militar hasta que vuelve a ella, tras encararse con su objetivo y no abatirlo. El alemán le ve y le espera sentado, le anima a matarlo, pero Benito no se decide y se marcha. Los detalles son fundamentales y acertadísimos, el realismo de la escena es el adecuado. Y el párrafo dedicado a los pensamientos de Benito, magnífico, ya que si no mata hay que explicarlo, hay que justificarlo conveniente y convincentemente, desde dentro del personaje, no desde la perspectiva del narrador omnisciente: "Benito Buroy alzó un poco más la mano sin sacarla del macuto y acarició con el dedo la superficie cóncava del gatillo. Pero entonces pensó que segundos después estaría completamente solo en aquel lugar frente a un cadáver con un agujero de bala en la frente, y que tendría que regresar por el monte con un sabor amargo en la boca preguntándose quién era él, quién había matado a Markus Vogel, y que en la cantina Felisa García le serviría un plato de lentejas que le resultaría imposible probar siquiera, y que aquella misma noche Erica escupiría su semen a un lado de la taza del retrete pensando ya en la próxima copa de ginebra, y que poco después, en la cama cubierta de almohadones en la que le daba asco y angustia acostarse, Otto Burman le reprocharía al oído que era un mal hombre acariciándole el vientre con su mano siempre fría, y que las noches eran cada vez más insomnes y más largas, y que una vez más se preguntaría, en algún rincón de la oscuridad, por qué cojones se empeñaba en seguir vivo si vivir era algo que ya había dejado de gustarle." Si tenéis ganas, podéis comparar con algunos textos de novelas muy celebradas de Muñoz Molina y veréis que las concomitancias sólo son estilísticas, ya que en Zarraluki nada es superficial, nada es pomposo, y todo fluye en pos de la verdad de la historia, y a diferencia de Muñoz Molina el estilo no se come a la historia, sino que es un excelente vehículo que explora lo interior y lo exterior con una imbricación ejemplar y casi maestra.