30 septiembre 2008

Alberto García - Alix, 1978 -1983


Es uno de los libros que prefiero, al que vuelvo de vez en cuando para llenarme de color y de sensaciones físicas y morales. Lo componen diapositivas de Alberto García-Alix, del período en que aún estaba aprendiendo el oficio, formándose, antes de convertirse en uno de los mejores fotógrafos de nuestro país. Curiosamente, él mismo había olvidado en una caja y en una maleta todo este material y habia centrado su creatividad en el blanco y negro. Un hallazgo casual nos descubrió al García-Alix fotógrafo de color. El arte y sus arcanos irónicos. Porque sin esa casualidad no habríamos podido disfrutar viendo las obsesiones de nuestro admirado artista repetidas, profundizadas en un lenguaje que es el mismo y al tiempo otro muy diferente, casi se diría que fruto de otra mano, aunque deudoras en cualquier caso de una misma mente.
Hay aquí muchos zapatos, hay luces laterales y efectistas y muy bien tamizadas en los retratos, fotografía callejera que mira a los desconchones y las pintadas y algunos fragmentos de carteles -¿influido quizá García-Alix no sólo por el gran Walker Evans sino también por el no menos grande Paco Gómez, maestro en estas lides de lo estático y lo extático-, algunas imágenes de la mili que aun en color no dejan lugar a dudas de cuánto cutre y reaccionario se cocía en ella. El autor fotografiaba con el alma, metiéndose en la foto en ocasiones -esos autorretratos nada complacientes, frontales o en posturas acrobáticas que son como un raspado y un blando directo al estómago-, mirando sólo lo esencial, lo que le importaba, lo que dejaba huella en su joven vida de incipiente creador y de rebelde perpetuo. Pocos saben encuadrar tan bien como García -Alix, pocos saben dejar fuera tanta información que en verdad no es necesaria, cortar donde no te lo esperas y no suprimir nada importante. Ver estas fotos es también recibir una pequeña lección: abrid bien los ojos, aficionados, jóvenes que os iniciáis en este transparente y dificilísimo arte, pues saldréis más sabios y más preparados para ver y para seleccionar con la cámara y sin ella ante la cara.
Alberto García -Alix es un nostálgico, pero está lleno de nostalgia positiva, no es un tipo que se mueva entre la melancolía y las luces tristes para ganarnos con fáciles sombras y siluetas que remueven un dulce sabor en tu boca. Tampoco es un autor entregado a lo marginal, a lo minoritario para sorprender y mentirnos con metamorfosis momentáneas. Es un fotógrafo con una formación impresionante, sincero y veraz, que fotografía como respira y en el mismo lugar en el que respira habitualmente, pues no aprieta nunca el disparador si no está concernido, si no se ha emocionado. En un mundo sobresaturado de ficción, de fotógrafos que visitan los barrios bajos o los barrios altos para traernos después su botín en forma de reportajes superficiales y robados, los tipos como Alberto García-Alix triunfan con su sinceridad, su personalidad y sus fotos abiertas a todos los sentimientos y a todos los públicos que quieran salirse durante unos minutos de sus vidas para saber más de otras. Este libro, magistral en el color y en las composiciones y en la verdad de cada toma, es un referente inolvidable.