28 octubre 2008

Navia: Pisadas sonámbulas


Las imágenes puedes encontrarlas o buscarlas. Los libros de fotografía no abundan, no están en todas las tiendas, no están en los grandes almacenes. Hay que buscar la sección, hay que pedírselos a unas librerías especializadas de Valencia y de Barcelona. Las imágenes nos rodean pero los libros de fotografía se venden poco e interesan poco. Es curioso, es muy curioso. La literatura, en muchos sentidos, es un arte superado, anclado en unas perspectivas decimonónicas que pocos escritores aciertan a salvar para hablar de su tiempo con el lenguaje de su tiempo. La novela está llena de repeticiones, los subgéneros abundan en lo mismo y con las mismas voces y los mismos presupuestos y los mismos resultados. Me temo que, cada vez más, es un producto hecho para el entretenimiento y vendido por conciencias muy conformistas y hecho por autores que se autocensuran y se declaran altos, listos y guapos cuando ganan un premio millonario.  
La fotografía retrata el mundo real. Creo que es algo incuestionable. Puede o no ser realista, pero la fotografía hecha en la calle, que recoge los gestos, quehaceres, actividades, manifestaciones callejeros está fraguada con un material real e innegable que, sin embargo, interesa poco, atrae poco, apenas subyuga a cuatro interesados o cuatro especialistas. Es paradójico. En la era del cine y de las pantallas permanentemente atraídas por la grandiosa oferta dimanada de internet, en la época en que la imagen reina en nuestras vidas seguimos sin volver la vista hacia la fuerza de las imágenes artísticas. Es un síntoma. Como aduce Baudrillard, padecemos tiempos de aguda ficción, de ficción que vacía y enfría, que deja tibio y no desconsuela jamás. El hombre se adormece en la cuna de la cueva platónica y mira los reflejos y no quiere pensar, no quiere indagar, no quiere ir más allá.
Libros como éste deberían ocupar las páginas de los diarios de algunos escritores, maravillar a los blogueros despiertos, suscitar diálogos interesantes y revitalizantes. Navia es uno de los fotógrafos que mejor se maneja con el color, en el que es maestro mundial. Prefiere la luz del atardecer, la luz que huye, la que toca una cara con respeto, acariciándolo. Y hay en su mirada una pureza, una limpieza que tampoco es común, que es única, porque con dos elementos es capaz de hacernos evocar muchas cosas, muchas ideas y muchos sentimientos. En este libro hay un acercamiento a las cruces y a los Cristos que detiene y atraviesa. Hay una apuesta por la belleza del cuerpo y su verdad que enaltece. Hay un acercamiento a espacios pequeños que nos vincula de inmediato con ellos. Y todo visto desde el centro de lo real, con una cámara que traslada y no engaña, no engalana ni se embebe para conseguir mayor consideración. Navia fotografía en silencio, sus imágenes están impregnadas de silencio pero no quieren desmbocar en el silencio: son la primera frase para un diálogo a media voz, envolvente, al que estamos todos invitados. En el mundo de la palabra herida, de la imagen adormecedora, Navia deja libros como éste, que son un paso adelante. Lo que no es poco, amigos.