19 marzo 2007

Arturo Barea: Cuentos completos.


No hay que olvidar, no hay que olvidar. Estamos hechos de memoria, somos palabras que recordamos, paisajes que nos habitan, miradas ajenas que se incrustaron en nuestra alma. Admiro en Arturo Barea su voluntad de contar historias que son literatura y vida a la vez, ligadas fuertemente a su biografía y a sus deseos, miedos, esperanzas, ilusiones y grandes desilusiones. Barea escribe con la vida palpitando en sus manos, con los dedos sueltos y libres, con la ojos llenos de emoción y verdad. Leerle es una experiencia ciertamente inolvidable: cuando estamos llenos de páginas, de letra escrita, de mundos inventados o reinventados, volver a leer a Barea es como tener la oportunidad de oír de nuevo a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestros hermanos que nos dicen con tono íntimo cosas que nos competen y nos implican. Pongamos de ejemplo ese relato temprano y autobiográfico que tituló "La medalla": una madre le manda a un hijo, inmerso en una guerra, una medalla que ella ha besado con mucho amor para que lo proteja de las balas. Pero el soldado desprecia el objeto. Se lo compra su sargento, que sí se cuelga al cuello la medalla. Viven momentos muy difíciles: "Estamos en plena operación, estamos fortificando a toda prisa, deseosos de alejar de nuestros oídos los silbidos de las balas que pasan al lado nuestro llevando la muerte, jinete fantástico de los diminutos corceles de plomo, y de alejar de nuestra mente la idea del dolor que esperamos ver surgir en nosotros a cada instante. Es el momento todo emoción en que nos rodea el peligro, el segundo en que esperamos diga la vida basta y se trunque en nosotros." Barea habla muy bien de lo que conoció y de lo que le importaba, de lo que es realmente importante, y su canto es el del que sufrió por sí mismo y por los que compartieron penalidades con él. Esa medalla se la quedó el sargento Barea cuando mataron al soldado que no la quiso. Y la besó aunque en ella estaban los besos de otra madre. Pero era una madre, nada menos que una madre, y era un ser humano que padeció, como Barea, y como tantos otros a los que la guerra civil española dejó heridos o muertos, dentro y fuera del país, dentro y fuera de la voluntad rota de vivir.