15 junio 2009

Antonio Pomet: Devoradores


Este libro se abre con el relato titulado "El apartamento", en el que hay un hombre y una mujer que tienen un secreto y un acto pendiente de resolverse. Pomet es un autor nacido en 1973. En Granada. Este es su segundo libro de relatos, que ganó un premio -es lo de menos- y viene avalado por Luis Mateo Díez, que le ha dedicado palabras elogiosas. No son vanas: Pomet tiene un estilo, historias que contar y una mirada propia, sagaz e inconformista. Este relato está mantenido por un pulso firme y una narración limpia, muy bien llevada, con apuntes muy notables -la historia ocurre dentro y fuera del apartamento, pero éste es la clave, y Pomet lo ve como a un ser vivo, nos acerca a ese espacio con inteligencia y con una dosis bien administrada de extrañamiento y mitificación-, y es una magnífica entrada a un libro que promete y que parece ser el de un autor cuajado y con mucho que decir.
El segundo relato, "La duración", confirma lo apuntado más arriba. También hay un hecho criminal: alguien comete un asesinato. Pomet narra develando, como si apartara capas de cebolla, entregando pedazo a pedazo la historia y su significado. Hay una evidente intención de sorprender al lector, pero no lo hace recurriendo a trucos ni a elementos sorpresa que a la postre resultarán ingenuos, sino acompañando al personaje principal de una manera tan cercana que es como si el narrador fuera una cámara pegada a su costado. No es ajeno Pomet a la influencia cinematográfica, pero el ritmo de la narración, los símbolos y los pensamientos insertos en ella alejan radicalmente al relato de la superficialidad y la contemplación a flor de piel: Pomet es un escritor que opera mediante asociaciones, que crea a sus personajes con una acertada profundidad que se ve reflejada en el mundo exterior y lo que eligen los personajes para contemplar, para que sus obsesiones y sus miedos y sus ideas tomen cuerpo. En suma, este relato es superior al primero y confirma la capacidad para las atmósferas del autor granadino y su destreza para contar con palabras precisa y envolventes.
Fallido me parece el tercer relato, "Alguien mucho más libre", en el que un hombre tiene un accidente y casi a la vez es abandonado por su esposa, que ha encontrado una prueba de su infidelidad. Pomet intenta equilibrar la narración exterior con la interior y no equilibra un relato que no cumple las promesas mostradas en la primera escena y ronda la irrealidad hasta caer al otro lado del espejo pero alejando al lector, que no se inmiscuye y se distancia con el exceso de narración sobre la intimidad del personaje y con una escena en casa de unos vecinos que resulta abrupta e innecesaria. Aquí el juego de Pomet con el misterio se acerca a la frontera de lo soñado y se despeña porque se juzga demasiado, se ven los hilos que llevan al personaje de aquí para allá, como una marioneta, sin dejarle vida propia.
El cuarto relato, " Ladies & gentlemen", nos traslada a los Estados Unidos y a la caída de las torres gemelas de Nueva York. Pomet maneja con exactitud y gran habilidad los hechos y la ficción mediante las experiencias de varios personajes que lo vivieron en primera fila. Aquí, la huella de Raymond Carver es evidente: incluso en la propia narración hay un cierto cambio de tono que lleva a cabo Pomet con acierto y con sutileza. Todo el relato está compuesto de acciones, lo que mejor se le da a Pomet, relevantes, significativas, que definen a los personajes y los dotan de vida e interés. No hay, como en el anterior relato, un manejo de los personajes que los hace parecer marionetas al servicio de una idea. Y no hay extrañamiento ninguno tampoco, ni importa si Pomet ha estado alguna vez en los Estados Unidos ni si se acercó a las Torres Gemelas. Su relato es genuino gracias a los personajes creíbles, a las escenas sin tremendismo ni vacua esperanza o desesperanza sentidas de manera vicaria. Es un ejemplo de que la buena literatura sólo necesita que haya detrás un escritor que sepa escribir y que sea honesto con lo que cuenta. Pomet firma un relato de gran calidad, uno de los mejores del libro, paradigmático, hondo y flexible, con cuatro o cinco momentos de una altura sorprendente y meritoria que le empujan a un lugar al que pocos escritores de relatos con sólo dos libros publicados -quizá ni con tres ni con diez- han podido ni siquiera acercarse, pues su realismo vigorizante y su radicalidad imaginativa son facetas que se encuentran en los escritores de raza, en los escritores con talento y -lo que a veces es más importante- con cosas nuevas que decir.
El sexto relato, "Una fecha exacta de verano", nos sumerge en el mundo de una residencia de ancianos narrándonos los días que pasa un hombre que ha ido a parar allí pero que considera que su vida sigue aún abierta. No es un relato conseguido porque Pomet ha confundido la ambición con la acumulación y ha tratado de encajar demasiados elementos en una historia que habría funcionado mejor con una línea más clara, centrándose más en lo que apunta en las líneas finales. Es también un relato en el que se explica demasiado, en el que el narrador insiste en explicarnos demasiadas cosas y en movernos excesivamente en la dirección que quiere marcarnos, algo que deja sin vida a los personajes, como ya he comentado más arriba que ocurre también en "Alguien mucho más libre". Así, puede llegar a cansar su lectura y aparta al lector del interés que las peripecias e ideas del personaje principal sin duda tienen.
El quinto relato (deliberadamente lo traigo aquí, al final), "Devoradores de Saturno", es uno de los que más me han emocionado de cuantos he leído en los últimos años, desde la primera a la última línea. Es uno de esos relatos dignos de aparecer en antologías, de los que definen la trayectoria y el impulso de un autor nuevo que crece de manera imparable. Pocas veces lee uno con el ánimo tan concentrado, tan pendiente de cada detalle, cada voz, cada gesto. Es un relato que se acerca a la perfección, ni más ni menos. Cuenta el viaje de un hombre, su mujer y sus dos hijos al entierro del padre de él, que abandonó a la madre y que se ha suicidado. Cómo nos muestra Pomet a la madre, a la hermana del hombre (que es el narrador también: un gran acierto que sea él quien vaya diciendo la historia, quien la desgrane con una voz en la que laten una honda verdad y una inconfundible sensación de estupefacción y pérdida, y un avance en el buen hacer de Pomet, que integra sin que se choquen los mundos interior y exterior con soltura y pericia técnica mediante un tono intimista y cercano que no por conocido resulta fácil ni creíble ni compartible, escollos que solventa con alta nota nuestro autor), a la propia mujer y a los hijos en pinceladas definitorias y vitalizantes me parece magistral, tanto por la sensibilidad como por los momentos de extrañamiento, de cercanía dolorosa, callada e interrogatoria, como por los huecos, los silencios, lo que no se dice y se va percibiendo igual que el rumor de un río que avanza hacia nosotros inexorable. En este relato realista, lleno de sabias ausencias y dolor que se disfraza con otros nombres, Antonio Pomet ha dejado lo mejor de sí mismo como escritor en este libro y una pieza ineludible (qué gran escena es aquélla en que le pide a la mujer, en la casa paterna, que le muestre los pechos: qué concisión, qué escrupulosidad narrativa, qué bien muestra las sensaciones encontradas) para todo aquel que quiera saber de qué habla, cómo habla y en qué terrenos se mueve uno de los más pujantes autores de relatos de nuestro país.