21 junio 2009

Garry Winogrand


Sin duda, el fotógrafo al que más admiro y al que más le debo es Garry Winogrand. En sus imágenes la realidad aparece plenamente, ha sido convocada con humildad y un respeto a la verdad que arrastra y convence desde el primer vistazo. El mayor acierto de sus fotografías es la falta de afectación, de estilización, de sometimiento al medio. Winogrand es el fotógrafo que ha producido más imágenes transparentes de cuantos conozco. Y eso es debido a su manera de acercarse a la gente en las calles, en la que se puede ver su indudable cercanía física y a la vez su distanciamiento objetivo, gracias al cual no hay prejuicio, no hay lección: en ningún otro autor he encontrado tanta realidad, tanta verdad: Winogrand no hace fotos para haber hecho fotos cuando va con su cámara por la calle, pues ve personas, personas, miradas, situaciones, espacios, nunca fotos. Winogrand no buscaba encuadres, rechazaba lo ya visto y lo ya conseguido, pretendía siempre que el espejo stendhaliano lo acompañara y estuviera dentro de la máquina captadora de luz con que viajaba por el mundo.
A las fotos de Winogrand no hay que añadirles sentido oculto, metáforas, literatura: son plasmaciones exactas de gente que ha existido, retratos fieles de lo que ocurría en las calles por las que él andaba, son miradas de alguien que no cosificaba, no estratificaba, no se regodeaba en el acierto ni en el logro artístico. Si utilizaba un angular era porque quería que en sus imágenes entraran más detalles, más personas, más gestos: los que hay en una calle concurrida, en una manifestación, en un acto público. Winogrand quería sumar, enlazar; no quería restar, no quería focalizar, no quería descubrir, sino simplemente ver lo que cualquier otro, con mirada reposada, podría haber visto de acompañarle, de estar junto a él. Si hay encuadres inclinados en su obra no es porque quisiera llamarnos la atención de manera ventajista, sino porque su mirada no estaba quieta, porque no todo puede explicarse verticalmente: también cuando andamos por la calle inclinamos a veces la cabeza, nos damos la vuelta y miramos de soslayo. Para Winogrand estaba antes la mirada, su mirada humana, que la mirada de la cámara.
Su libros nos sirven para entender mejor su tiempo y el nuestro, para saber más de los sesenta y de nuestra década, ya en un nuevo siglo. No han cambiado tanto los políticos, los deseos de la gente común, no han cambiado tanto los movimientos y los miedos sociales. Winogrand nos dejó imágenes directas, llenas de información útil, de personas que nos antecedieron y nos hablan sinceramente de su época, con sus especificidades, pero también de actos y manifestaciones que definen a cualquier ser humano que habita en la ciudad y está obligado a relacionarse con sus semejantes. No lloraréis contemplando ninguna imagen de Winogrand, mas sí os reconoceréis en alguno de los fotografiados, sí reconoceréis a otros, y eso aun no habiéndoles conocido personalmente: es tal la fuerza con que llegan hasta nosotros los rostros, las expresiones de los retratados en las fotos de este gran maestro. Y su mayor fuerza, frente a las películas, frente a toda ficción, es que nadie posó, nadie actuó para Winogrand, ya que todos existieron de verdad y estaban en lo suyo, en sus asuntos, en sus reclamaciones, en sus vidas cotidianas. Así, cuando me quedo parado ante una foto de un libro de Garry Winogrand, ante una cara, nunca la interrogo, nunca tengo necesidad de interrogarla, y acepto de inmediato su verdad humana, su innegable presencia y existencia. No es de extrañar que admire tanto a este neoyorkino al que llamaban "El príncipe de las calles".