Con Leopoldo Pomés uno tiene la sensación de estar ante un fotógrafo completo, algo que no es fácil encontrar. Domina el retrato, el reportaje, la abstracción, el desnudo, la moda. Es uno de esos fotógrafos que en su obra muestran que tocan con sus manos la esencia de la fotografía, que la ven y la comprenden y la comparten con sus imágenes, plenas y perfectas para iniciar a otros en la pasión por el click y también en la pasión por contemplar, ver detenidamente, aprender mirando. El libro que acaba de editar PHotoBolsillo recoge un conjunto de fotos que atestiguan lo que digo y que lo convierten en uno de los mejores de la colección, pues no se aprecia altibajo alguno, no hay ningún elemento sobrante, e incluso se puede elevar a cinco o seis, al menos, el número de fotos maestras que atesora en un volumen pequeño y cuidado, amoroso con las tintas para que el blanco y negro de Pomés vibre y comunique con el espectador.
Echo a faltar en los retratistas actuales la valentía y la imaginación de Pomés. Sus retratos de Cortázar (esas manos en primer plano que denotan la grandeza física y artística del gran escritor argentino), de García Márquez (medio rostro en la oscuridad, contra el fondo de una pared cruda, como si se le juzgara), de Marisa Paredes (de perfil, mirando al suelo, las manos en el pecho mientras parece apartar la ropa), de Tàpies (con una pared a su espalda que sí habla del retratado, que no está elegida al azar sino que parece el marco más adecuado para el pintor que acaso habría podido crear en un óleo algo parecido a esa pared), de Alejandro Sanz (con ojos de pillo, con media sonrisa de conquistador pero puesto a la vez en su sitio, desnudado detrás de la pose ya que Pomés le obliga a girarse y a forzar la conquista del espectador) son magníficos, originales, de maestro. De una altura que nada tiene que envidiarle a la conseguida por los grandes del medio, o sea, Avedon, Cartier-Brersson, Arnold Newman.
Las fotos de calle son admirables también: a medio camino entre el reportaje más clásico y la visión antropológica, descriptiva de la vida en un tiempo y una ciudad (Barcelona), nos acercan a la gente de los años 50 y 60 con una naturalidad y una sabia medida en la distancia (nunca se hurta el fondo, la situación en que son retratados los habitantes de la calle, los niños que leen tebeos) que no es fácil conseguir.
También las fotos de objetos de la calle, de muros, de posters, estas cosas encontradas al azar y con presencia surrealista o abstracta me resultan más auténticas que las de muchos de sus contemporáneos, hechizados y tontamente encandilados algunos por el pop-art y por la borrachera de color que señalaba Miserachs y que sólo lograba convertir sus fotos en colorines y rayajos exportables únicamente a las salas de arte en las que el precio ciega el contenido de las obras. Pomés nunca abandona el blanco y negro y nunca se adentra en zonas etéreas. Todo es firme, real en sus fotografías, hasta lo abstracto. Un lección perfecta.
Foto: Leopoldo Pomés