05 diciembre 2007

Alice Munro: Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio


Uno abre un libro, ve algunas palabras, elige un cuento para empezar la lectura y a veces se queda deslumbrado, atrapado, ya abierto admirador de alguien. Alice Munro no es para mí una desconocida: tengo su libro "Amistad de juventud" desde el año 1994. Pero hasta hoy no he sentido el deseo de escribir sobre ella, hasta que he leído su relato "Poste y viga". Sé que su final resulta discutible, demasiado ambiguo quizá, o demasiado concreto, según se mire. A muchos este tipo de historias les resultará demasiado visto, sobre todo a los devoradores de páginas de Carver y sus derivados. Incluso a algunos les traerá al fresco que una canadiense nos hable de pequeñas y domésticas historias de hombres y mujeres casados, separados, que se aman sin decírselo o se lo dicen tarde y mal. Allá ellos. Ellos se lo pierden.
En "Poste y viga" hay literatura de la mejor, de la más sincera, de la más creíble, de la más cercana. Munro tiene un talento inigualable para narrar en tercera persona y mostrarnos los pensamientos, las inquietudes, las distancias interiores de sus personajes sin lastrar jamás el desarrollo de la narración, que es ágil, que no tiene adornos innecesarios, que atrapa como un buen relato de misterio, porque hay misterio en la vida de una mujer casada que recibe poemas de un ex alumno de su marido, en la actitud compleja de su prima, que la visita no se sabe muy bien si para llorar en su hombro o para llenar su tranquila vida de zozobra, en el ofrecimiento de amor de un hombre que no parece ofrecerse a sí mismo.
Y hay misterio en saber qué pasará, qué cambiará cuando el poeta aficionado se entere de que ella, la mujer casada, ha estado en su casa buscando algo que le explique cómo es su enamorado, qué siente, qué le interesa, qué le hace ser como es. Pero no os imaginéis un misterio forzado, un suspense ingrato. Es la poquedad lo que mueve a estos seres, la que los ata a sus vidas nada cambiantes, nada inquietantes. Son sus cortas ambiciones, sus rodeos, sus afanes sin expresar lo que los envuelve en el misterio del que hablo. El misterio de la pereza, del estarse quieto, del no hacer nada decisivo que cambie lo cotidiano y supuestamente natural.
Me complace leer a alguien como Munro, capaz de decir tanto con tanta precisión, con tanto tino, con un poder de narrar lo esencial tan vivificante: y escribo esta palabra porque cuando uno lee mucho busca autores que le aporten cosas, que le hagan mirar lo que hay en la vida que espera al cerrar el libro con renovado ímpetu, con ganas de seguir viendo y de seguir conociendo. Autores, como Alice Munro, que le otorgan a la existencia cotidiana una segunda oportunidad y nos la sirve en un bandeja llena de frases, de relatos de los que uno puede sale más ligero, más vital, como después de una ducha que limpia y da energías nuevas.