Una película protagonizada por un custodio (escolta, guardaespaldas) de un ministro argentino que está contada con silencios, con una acertadísima inserción de ruidos ambientales - abrir y cerrar de puertas de coche, de pasos, de los walki-talkies, de la respiración del ministro mientras duerme - y una interpretación magistral de Julio Chávez, uno de los mejores actores de habla hispana, cuya figura está plenamente alejada de estereotipos: no es alto, tiene papada, poco pelo. El director basa la narración en los encuadres, todos elegidos con un criterio creativo y que hacen más profunda la historia y sitúan al espectador a veces dentro y a veces muy fuera, según se narra con cercanía o con distancia la escena. Esos encuadres perfectamente buscados y la quietud de la cámara, que en ocasiones no sigue a los personajes y espera a que vuelvan a entrar en el cuadro, no son estética, sino profunda ética: hay en la elección de cada uno, siempre, una toma de postura, una sensación que se transmite sin imponerla, una visión que jamás cae en el tópico. También encontramos dos o tres desenfoques que, al verlos, dan ganas de levantarse y aplaudir, porque en una película realista no suelen abundar, son despreciados como si se les encasillara en un tipo de cine que ha de rebosar actos raros o fantásticos y se desaprovecha así un recurso que, como todos, vale su peso en oro cuando el que lo utiliza no lo hace para destacarse ni demostrar imaginación sino para comunicar más con menos, desde lo borroso, lo desechable, lo aparentemente vacuo o incorrecto. En la película hay poco diálogo, porque el custodio es un hombre que acompaña, ve, oye y no habla apenas mientras trabaja: es un defensor sordo, ciego y mudo, en verdad, un ser al que se tolera, se desprecia, se minimiza. Pero Julio Chávez lo crea en cada silencio, lo aumenta en cada palabra, lo define con cada mirada. Y lleva la película hasta un alto grado que en ningún momento necesita el exceso, la justificación, la caracterización excesiva, la anticipación que abona al misterio y descarta la emoción limpia. "El custodio" es una película magnífica, algo minimalista -en el mejor sentido-, yo diría que existencialista y ejemplar: con un personaje de cine negro se ha puesto en pie una historia absolutamente creíble, de alta calidad, se ha evitado la mixtificación y la descalificación gratuita y creado algo que se parece mucho a los sueños más realistas, los relatos literarios más humanistas, las confesiones más ciertas. Una de esas películas que uno no olvida jamás.
Ingo Schulze. En línea.
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Destino, 2011. 366 páginas. Tit. or. Handy. Dreizhen geschichten in alter
Manier. Trad. Carles Andreu. Después de leer 33 momentos de felicidad, que
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