28 agosto 2009

El filo de la navaja, de Edmond Goulding


Espléndida película que gana con los años y que, como toda obra maestra, siempre nos reserva nuevos momentos de arrobamiento y de nueva proximidad a cuestiones humanas que nunca están de más, que nunca es malo visitar, reforzar y reconocer. La historia de ese hombre que se busca a sí mismo y se halla en la bondad no es sino una llamada a la cordura, al encuentro, a atemperar y a entender desde el sosiego y la cordialidad, desde la empatía y la certeza de que nadie es más que nadie. Envuelta en ropajes de tragedia, lánguida y sabiamentemente llevada en su extenso y exacto metraje, es para mí una de las grandes películas que ha dado el medio. Cuenta con actores excepcionalmente preparados para adentrarse en los recovecos de la caracterización de cada personaje, con una cuidadísima puesta en escena que brilla con luz propia gracias a cada detalle ornamental y a cada luz y cada sombra de ese blanco y negro clarificador, rotundamente esencial. Un hombre se busca activamente y los que le rodean se pierden pasivamente, parece ser la conclusión de esta historia de amor inmortal, de amor asesino, de amor nunca correspondido, de amor solidario y de verdadero e inútil amor. Tras la primera guerra mundial, tras el crack del 29, tras la historia y por delante de ella, gracias a un gran escritor -Somerset Maugham-, atisbamos el sentido de unas vidas y el sinsentido de todo lo demás, incluida la propia historia, con sus devenires de comedia bufa y sus tragedias de dura piedra. Asistimos seducidos y con los puños cerrados a lo que sólo el arte puede hacernos sentir que quizá fue verdad.