Hay un relato de Carver que me recuerda intensamente a otros de Onetti, el gran maestro uruguayo. "Vecinos" es su título y está incluido en el libro "Quieres hacer el favor de callarte, ¿por favor". Lo considero inferior a los relatos de Onetti por dos razones. La primera, por supuesto, es el lenguaje. Carver narra en exceso, conduce en exceso a los personajes, todo se basa en movimientos objetivos contados y en frases objetivamente transcritas por el narrador. Hay dos o tres frases que van más allá, que escapan a lo estrictamente narrativo tan sólo. En Onetti la palabra es fundamental, es la creadora de atmósferas, envuelve y adensa, aleja de lo frívolo, lo rápido, hasta de lo común. La segunda razón es la concesión, lo explicativo del texto de Carver que concluye con la pérdida de la llave de la casa de los vecinos y la frustración de los personajes que no pueden entrar de nuevo, en ausencia de aquéllos, a dar rienda suelta a sus fantasías. Carver nos obliga a ver un final en el que se remarca el sentido del relato, como si el lector necesitara una ayuda para acabar de entenderlo, y desgraciadamente el recurso deviene frivolidad, ligereza, acerca el relato a la anécdota, a la sonrisa fácil. En Onetti, por el contrario, nada se cuenta definitivamente, nada se da por hecho de manera absoluta, y es en las zonas de penumbra explicativa en las que ha de moverse el lector, que está forzado a poner algo de su parte, de sus pensamientos, de sus ideas para que el relato concluya y tenga un sentido que supere a lo simplemente narrado. Empatan Carver y Onetti en la creación de atmósferas, en cómo con pocas palabras, con pocas escenas crean un mundo y unos personajes reconocibles, que están muy cerca de la mano del lector, ahí mismo, plenamente creíbles con cuatro trazos y cuatro párrafos.
La literatura tiene en Carver a uno de los grandes escritores de los últimos tiempos, pero tiene en Onetti a un maestro inmortal. Carver rebaja, se conforma, destila. Onetti no corta, no aclara, no se conforma con lo evidente y lo dicho frontalmente. Entrar en sus escritos puede cambiar al lector, que no es sólo espectador ni cómplice sino un actor activo más de las letras y las frases y las escenas y los gritos y los silencios. Leer a Onetti es una experiencia total.