Serie escrita por Ana Diosdado, que bordaba además su papel de madre y abogada por las tardes. En el tercer episodio, "A corazón abierto", una mujer decide irse de casa, separándose del marido y dejando a dos hijas, en contra de la opinión de la menor, adolescente, que se niega a quedarse sin una madre en el hogar. Pero la mujer lo tiene muy claro, porque desde hace muchos años había pensado rehacer su vida al margen de la familia y sólo ha aguantado hasta que la hija menor cumpliera 16 años y fuese ya alguien que puede defenderse casi por sí sola. Es chocante, claro, que una mujer se vaya y no se lleve consigo a sus hijas -ah, los hijos, tantas veces mercancía con la que negociar en los divorcios-, que no aguante si, como ésta, tiene un marido rico y que le da cuanto pueda pedir. Lo que pasa es que la mujer no es una hipócrita, se niega a vivir con un hombre que sólo la quiere por lo que representa y a aguantar una situación que es una mentira social. Han pasado 24 años desde que se emitió este episodio por televisión y, como ocurre con toda obra que posee calidad, siguen sus ideas, su preguntas, sus reflexiones muy vivas, siendo muy necesarias y estando muy bien planteadas, con un perfecto contrapunto dado por la situación familiar de otro personaje, la abogada, que está a punto de dejar de ejercer por culpa de unas llamadas anónimas e insultantes que le dirigen sólo porque se ocupa de ejercer en un bufete especializado en divorcios. Siguen en pie las interpretaciones del resto de actores, empezando por Héctor Alterio, siguiendo con Imanol Arias y acabando con Nina Ferrer, joven actriz que tuvo una carrera breve y sin continuidad que seguí desde el principio con suma atención y lamento aún que se viera detenida por problemas personales que desgraciadamente parece que no tuvieron solución.
Recomiendo: la lectura de la ejemplar crítica que Ricardo Senabre firma hoy en El Cultural a propósito de la novela "La soledad del ángel de la guarda", de Raúl Guerra Garrido.