12 junio 2007

Carmen Martín Gaite: Tirando del hilo (1). Agustín González


No voy a afirmar categóricamente que los más grandes siempre fueron generosos, porque sé que estaría equivocado. Hubo grandes escritores que fueron unos necios, unos despiadados, unos insensibles con sus congéneres. La grandeza literaria no va siempre acompañada de grandeza humana, ni siquiera de grandeza moral, y si no mirad el ejemplo de Céline. En el caso de Carmen Martín Gaite la grandeza como escritora sí iba unida a la grandeza moral y humana. En el libro "Tirando del hilo" dedica un texto a un actor poco conocido del momento, Agustín González, y lo alaba por su trabajo en el teatro. Destaca la humildad del actor, que nunca busca lucirse, ni siquiera cuando el papel se lo permite, porque es consciente de que está dentro de un grupo, de una función, y es sólo uno más, pese a su gran talento. La mirada de Martín Gaite se posa en Agustín González porque ve en él una característica poco habitual en el mundo de los actores y lo ensalza por un valor que escasea en cualquier parte. Y lo hace para desagraviarlo "con mi elogio de la frialdad incomprensible con que las críticas que han caído en mis manos han saludado su salto esperanzado, angustioso, acusador, a los escenarios madrileños". Y es esta labor de Martín Gaite la que me conmueve, su ardor para devolver al intérprete al sitio que se merece -y aclara que no lo conoce más que de vista-, para luchar por aquello en lo que cree, aun contra viento y marea. Agustín González es uno de mis actores preferidos, uno de los más grandes que ha dado nuestro país (inolvidable en "El crack dos" mascando sus dudas con los carrillos hinchados, agachando la cabeza servicialmente en "Volver a empezar", planteando dudas con su voz soprendida en Stico, luchando contra enemigos como montañas en "El caso Almería"), y Martín Gaite no se equivocó apostando por él, demostró su generosidad y dio una lección que sirve todavía hoy, cuando todo tiene un precio, manda el amiguismo, cada cual va a lo suyo y la generosidad se está extinguiendo, junto a la camaradería y a la verdadera amistad.