27 junio 2007

Ernest Hemingway: Cuentos


Leer a Hemingway es como viajar por el mundo, es conocer a muchas personas, muchos paisajes y estar cerca de la muerte. Siempre le preocupó a este escritor tanto la vida como la muerte, ambos estados, que en sus libros están más cercanos que en los de la mayoría de autores, exceptuando a los de novela negra o de terror. Leer a Hemingway es viajar por las capas que forman el alma, por minutos y horas decisivos e irrepetibles. No me extraña que le gustara la novela negra ni que tantos autores de novela negra le hayan leído, se hayan dejado influenciar por su prosa viva, descriptiva y exacta, una de las mejores del siglo pasado. Valga este ejemplo del relato "La breve vida feliz de Francis Macomber": "Pero el otro toro seguía galopando al mismo ritmo y Macomber falló, levantando una salpicadura de polvo, y Wilson falló y el polvo formó una nube y Wilson gritó: ´Vamos, está demasiado lejos´, y le cogió del brazo y ya volvían a estar en el coche, Macomber y Wilson agarrados a los laterales y avanzando a toda mecha, dando bandazos por encima del terreno irregular, acercándose al toro, que seguía con su galope constante, veloz, de cuello grueso y línea recta". En él hay acción y un ritmo formidable que no cabe calificar sino de maestro. El estilo de Hemingway ha generado muchos imitadores y ha inspirado a muchos escritores que lo han usado, convenientemente adaptado a su particular respiración textual y a su pulso narrativo, con brillantez y acierto, respetándolo y encauzándolo hacia otras orillas en las que también brilla el sol de la valía y el reconocimiento. Hemingway sigue vivo, muy vivo, amigos. Este libro, recientemente publicado, es una pequeña joya, que cuenta con una buena traducción de Damián Alou -aunque cabría reprocharle que confunda el objeto directo con el objeto indirecto, algo que se vuelve pesado por la reiteración del error- y que es una nueva puerta para entrar en un mundo creativo seguramente imperecedero.