22 junio 2007

Mario Vargas LLosa: La verdad de las mentiras


No me gustó el giro que a sus ideas políticas dio Vargas Llosa, adulto que admiró profundamente a Jean-Paul Sartre y que maduró en edad y dejó atrás algunas filias que lo ennoblecían y lo volvían también imprescindible a mis ojos. Pero el viento de la historia, ya se sabe, barre siempre al que se atreve a decir, señalar, contradecir y a equivocarse. Y hoy a Sartre, premio Nobel, autor de alguna novela fundamental y algún libro de ensayo inmarchitable, se le mira con desdén, con un amago de desprecio, porque quedó para muchos superado: qué palabra ésta, qué conclusiones las de algunos que siempre buscan dar por zanjadas, enterradas las ideas, como si eso no fuera una toma de posición ideológica. En el prólogo de "La verdad de las mentiras", Vargas Llosa concluye que quien apuesta por la ficción se dota de un poder ingobernable y cuestiona sólo con meterse en mundos imaginados el mundo que le rodea y los poderes que nunca acaban por contentarnos, apuesta ésta del maduro Vargas Llosa que me atrevería a decir que es una afortunadísima vuelta al origen, al cuestionamiento y a la libertad verdadera, la que no se puede calcular ni encapsular: la del alma humana. Las ficciones son indispensables para el hombre, para contarnos lo que la historia no puede decir, son producto de los sueños, deseos, miedos, frustraciones, nos dice el escritor peruano, que nos recuerda la frase famosa y triunfal de Balzac en que señalaba a la ficción como "la historia privada de las naciones." Y este aspecto, fundamental, me hace pensar que de nuestro tiempo acaso queden algunas partituras, algunas voces grabadas, algunos cuadros y fotos, y sobre todo quedarán muchas novelas, porque en ellas latirá de verdad el ser humano verdadero, el que se muestra sin cortapisas, sin precio ni destino prefabricados, el que acaso a partes iguales está hecho de sueño y realidad. El exceso de imágenes, de documentos sonoros no me induce a pensar que la historia, la ciencia, lo pretendidamente real servirán para decir qué atormentaba, seducía o molestaba al hombre de principios del siglo XXI. Sin la novela, sin la ficción, sin la libertad absoluta del que escribió en un cuarto, a solas, sin prisas y teniendo siempre como primer destinatario de sus páginas, llenas de historias imaginadas, a sí mismo no habrá sino raspaduras, aceite en agua, sombras en la pared, ya que si la ficción cuenta algo es el destino del alma, del espíritu -escoged la palabra que más se ajuste a vuestro gusto y creencias- humano, que jamás podrá verse bajo un foco, en una imagen quieta o móvil, que sólo podrá intuirse, compararse, ser alumbrada un breve instante antes de que la mirada se ciegue o se niegue a ver más. El misterio humano es el alimento de la ficción y la ficción es una breve luz sobre el alma humana. Así pues, este libro de Vargas Llosa, que es un viaje por ficciones esenciales del siglo XX, me parece altamente recomendable y altamente disfrutable. Un libro que nace para ser y compartir, para indagar y compartir es siempre, para mí, digno de celebración. "La verdad de las mentiras", un libro clásico en mi vida de lector, tiende una mano. No se la niegues, lector.