19 diciembre 2006

Richard Ford: Rock Springs

Acabas de leer el relato y te quedas sobrecogido. Empiezas a pensar en dos cosas a la vez: en la historia, en el personaje tan creíble y tan perfectamente humano; en que Ford es un escritor verdaderamente excepcional, uno de esos autores que ya deberían de haber ganado el Premio Nobel y ser considerados uno de los imprescindibles de su época, como lo fueron en la suya Steinbeck o Dos Passos. El relato cuenta una historia cotidiana y triste, sí, pero a la vez la mirada del autor nos revela unas inquietudes de largo alcance, una meditación sobre el ser humano y su desdicha, sobre su fatal condición de condenado a disfrutar poco y sufrir mucho. Como en Dostoievski, encontramos aquí piedad y dolor, las sensaciones de los humillados y ofendidos, pero ahora no por lo evidente y lo fácilmente juzgable, sino por la propia condición de habitantes de un mundo en el que nada parece que pueda ya mejorarse, porque los males que nos aquejan no nacen aquí, en la tierra palpable y dura que nos sostiene, sino en otro lugar, en otros espacios de los que partimos para venir a ser aquí y ahora lo que desgraciadamente sólo podemos ser. Hay una queja cósmica, una tristeza que vuela alto y grita sin palabras y busca una respuesta y un sitio donde reposar su desolación y su imposibilidad de cambiarlo todo. En el amor partido, en el amor hacia su hija y en la mirada que se detiene en el perro de ésta, en la mujer negra que le permite telefonear desde el interior de su caravana, el protagonista del relato deja una pátina de incomprensión y hondo deseo de unión y entendimiento, pero estamos ante un relato de base sólidamente realista y comprendemos que en el vacío y en el dolor sin posible restañamiento de este personaje se encuentra expresada la llamada silenciosa pero persistente de los que han perdido la fe en Dios, en su mundo y hasta en sí mismos. Richard Ford cuenta todo en menos de treinta páginas, aportando meditaciones y fijando ciertos objetos y ciertas actitudes simbólicos pero absolutamente cotidianos, limpia nuestra mirada de la excrecencia del hábito y el cansancio de la repetición y nos dice que estamos todos implicados en este juego rápido y que permite una sola tirada de dados que, además, casi siempre ruedan mal.