A mi madre le truncó la vida la sublevación militar del 36. La dejaron sin la cultura necesaria. Pero no le quitaron las ganas: siempre quiso aprender a leer y escribir bien. Le compramos cuadernos y a sus sesenta años intentaba hacer lo que no pudo cuando quiso hacerlo. La recuerdo con la cabeza gacha, cosiendo, junto a una ventana. La recuerdo mirando en el cuaderno con el mismo interés y la misma dedicación. Yo escribo desde los doce años, he leído mucho. Era su maestro. Ella iba a veces a comprarme libros. Yo le daba una nota con el título apuntado y ella marchaba hacia la librería y le decía, sonriendo, a la muchacha: "Ya estoy otra vez aquí. Este niño, que me manda." (Son tus palabras, amiga Rosalía, gracias por tu recuerdo también). Nunca llegó a leerse un libro mi madre. Leía el periódico en voz alta y mi padre, más avezado, la mandaba callar en ocasiones. Ella me decía luego que quería aprender a leer y a escribir bien. Se esforzaba y después vino el alzheimer, que no la dejó concluir su incipiente tarea. Ahora sigue intentando hablar, murmura sin parar algunos sonidos y siempre que le preguntamos cómo se llama, no duda y dice su bello, significativo nombre: Aurora.
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