02 noviembre 2006

Juan Uceda, escritor y amigo.


Siempre se mueren antes los mejores. A mi inolvidable amigo Juan Uceda nada pudo ayudarle a vencer un cáncer, ni el amor de su esposa ni el apoyo de los amigos. Venía a Granada al hospital y yo siempre le decía que nunca pensara en dejarse vencer. No sabía que mientras le decía eso, la enfermedad había avanzado y, como en una guerra, ya no quedaban más palabras, no quedaban sino fragmentos de destrucción. Mi amigo, enfermo, con el apoyo de su mujer, Fina, indesmayable, recopiló sus relatos e hizo un libro. Le ayudé cuanto pude y mi amigo me dijo que tenía que llevar una fotografía que yo hubiera hecho en la portada. Así fue: ese niño con la espada, al que vi en una calle de Jerez de la Frontera y fotografié en 1995. Además, Juan Uceda nos dedicó el libro a su madre, a su mujer y a mí. Tengo la dedicatoria delante: 27-01-00. Dividido en dos apartados, Minicuentos y Cuentos, ofrece historias salidas de una mano segura y cultivada, de una imaginación exacta y afortunada, de una persona a la que nunca echaremos lo suficiente de menos. Gracias a él, a mi amigo Juan, me convertí en seguidor de Ismael Serrano. La anécdota es breve: le regalé el disco porque era un apasionado de Joan Manuel Serrat, le escribí una dedicatoria. Al poco, vino y me lo devolvió. Esa canción del poliderportiiivo, hombre, no puedo con ella, me dijo. Y me regaló el disco que yo le había regalado. Le dije: Ponme una dedicatoria. Y él escribió: De mí pa ti. Nada más. Cuatro palabras de un escritor. Escuché el disco y la canción se hizo una de mis habituales compañeras, la tarareo en cualquier instante y la canto a menudo. Mi mujer, que sabe más que yo de sentimientos, me dijo que Juan era un tipo sin igual: supo que aquel disco lo necesitaba yo, que formaría parte de mi vida para siempre, y no se lo quedó aunque era un regalo. Nunca podré agradecérselo como se merecía. Ni eso ni muchas otras cosas. Se fue, él que era el mejor, pero nos dejó lecciones que nos ayudan a seguir viviendo.